Gabriel Albiac-El Debate
  • El amo, de momento, es Pedro Sánchez. Puede que siga siéndolo hasta que entre en la cárcel. Y después, ya veremos

Que el yerno de un próspero empresario de saunas gay dicte anatema –anteayer– contra aquellos que, en su partido, contrataran sexo venal, no deja de ser un chiste apoteósico. Pero es que aquí, ya ni ganas le van quedando a uno de reírse. Es así. No consta que Pedro Sánchez Pérez-Castejón hubiera entrado jamás en conflicto bélico con su suegro. Ni con el resto de la familia Gómez. El negocio sexual –en ciudad o en carretera– es un derecho empresarial tan sagrado como cualquier otro. Siempre y cuando sea ejercido en familia. Toma nombre, entonces, de empresa benefactora. ¿Hipocresía moral? En modo alguno. Brillante hallazgo semántico. «Doblepensar» es su nombre.

No fue el doblepensar, desde luego, un invento genial del presidente Sánchez. Acuña el neologismo doublethink George Orwell en una novela profética que, por haber sido redactada en 1948, lleva el título de 1984. En ella, de la experiencia estaliniana, extrae el inglés lección universal para las sociedades futuras. ¿La clave de un invulnerable despotismo sin límites? –El doblepensar. Y el manual político sobre cuyas reglas se rige el comportamiento de sus personajes, codifica tal poder absoluto con el peso de un teorema:

«Doblepensar significa el poder, la facultad de sostener dos opiniones contradictorias simultáneamente, dos creencias contrarias albergadas a la vez en la mente. El intelectual del Partido sabe en qué dirección han de ser alterados sus recuerdos; por tanto, sabe que está trucando la realidad; pero, al mismo tiempo, se satisface a sí mismo por medio del ejercicio del doblepensar en la convicción de que la realidad no queda violada. Este proceso ha de ser consciente, pues, si no, no se verificaría con la suficiente precisión; pero también tiene que ser inconsciente para que no deje un sentimiento de falsedad y, por tanto de culpabilidad. El doblepensar está arraigado en el corazón mismo [del Partido], ya que el acto esencial del Partido es el empleo del engaño consciente, conservando a la vez la firmeza de propósito que caracteriza a la verdadera honradez. Decir mentiras a la vez que se cree sinceramente en ellas, olvidar todo hecho que no convenga recordar, y luego, cuando vuelva a ser necesario, sacarlo del olvido, sólo por el tiempo que convenga, negar la existencia de la realidad objetiva sin dejar ni por un momento de saber que existe esa realidad que se niega».

¿Puede, aquel que recuerde el código político que Winston Smith leía en voz alta a su amada Julia, abrigar asombro alguno ante la curiosa reconversión abolicionista del yerno de Sabiniano Gómez? Orwell es, ciertamente, el más riguroso analista de la España en la que un presidente falsificó su tesis doctoral, enmascaró la titulación académica de su esposa, depuró a cuantos adversarios podían hacerle sombra en su partido, los sustituyó por hombres de confianza que, en venal compañía, se embolsaron lo que aún sólo en parte conocemos y a los que, naturalmente, dejó tirados cuando tuvieron la desdicha de que los atraparan con las manos en su porcentaje de lo saqueado… Y el amo siguió proclamándose: a) más feminista y más antiburdélico que nadie; b) más veraz en sus méritos académicos que ninguno; c) como ninguno antes, ajeno a cualesquiera codicias económicas; d) corazón malherido por las perversas difamaciones reaccionarias…

Lo tremendo de todo esto es que funciona. Como George Orwell despliega en su matemática novela, lo atroz del doblepensar no está en su falsedad. La mentira política ha existido siempre; y, frente a ella, siempre existieron dispositivos de defensa para el ciudadano mentalmente adulto. Lo irreversible se genera en ese punto en el que aquel que impone el lenguaje consigue tejer una red de enunciados que significan simultáneamente lo mismo y lo contrario. Sin que defensa alguna le quede permitida a unos sujetos desposeídos del único instrumento con el cual hubieran podido hacer frente a la locura –o al cinismo– de quien se constituyó en amo de los diccionarios: que es el modo funcional de constituirse en amo absoluto.

Ochenta y siete años antes que George Orwell, otro, aún más grande, literato inglés. Diálogo:

“—Cuando yo empleo una palabra…, esa palabra significa lo que a mí se me antoje…

—La clave está… en saber si tiene usted la potestad de hacer que las palabras signifiquen algo distinto de lo que quieren decir.

—La clave… está en saber quién es el amo. Punto final”.

El amo, de momento, es Pedro Sánchez. Puede que siga siéndolo hasta que entre en la cárcel. Y después, ya veremos.