RUBÉN AMÓN-EL CONFIDENCIAL

  • El presidente del Gobierno orienta todos los recursos y presiones a una victoria del PSC en las elecciones catalanas que terminaría siendo suya y que urgen celebrarse el 14-F
 El candidato socialista a las elecciones catalanas es… Pedro Sánchez. No iba a desaprovechar el presidente del Gobierno la oportunidad de desdoblarse en ‘president’ de la Generalitat, aunque lo haga valiéndose de Salvador Illa. Lo mismo sucedía con Puigdemont y Torra, cuando el ‘exiliado’ de Waterloo transmitía las órdenes al pinganillo de su marioneta.

Pedro y Salvador conforman el tique del PS. Lo demuestran el instinto y la velocidad con que Sánchez ha aprovechado el ‘efecto Illa’. Ya veremos si se trata de un fenómeno demoscópico de laboratorio o si obedece a una realidad electoral, pero el jefe de la Moncloa quiere convertir el triunfo del PSC en Cataluña en una victoria personal, como si Illa fuera un apéndice y una meta volante en el camino hacia la gloria del sanchismo.

Se explica así el entusiasmo con que se ha involucrado en la campaña y la vehemencia con que reivindica la fecha del 14 de febrero. El ‘efecto Illa’, aun insólito y sarcástico, se encuentra en su momento de apogeo. Y no podrá discutirse a Iván Redondo la habilidad con que maneja los tiempos.

Era este fin de semana cuando Sánchez debía hacer propia la candidatura de Illa y madrugar la campaña electoral. Más peso adquieren los mítines y la estrategia de propaganda, más difícil va a resultarles a los jueces trasladar a otra fecha el éxtasis de Illa, siempre y cuando no se decrete un confinamiento general o se imponga un toque de queda incompatible con la normalidad de una cita en las urnas. La viabilidad de una y otra medida dependen de Sánchez y de Illa. Por eso resulta obsceno y flagrante el conflicto de intereses. Y por la misma razón, todo el aparato (socialista) del Gobierno y todos los recursos de la política de Estado van a concentrarse en la campaña del filósofo. No ya porque la conquista de la Generalitat representa una proeza política de enorme envergadura, sino porque la eventual victoria del ministro de Sanidad demostraría el entusiasmo del pueblo respecto a la gestión de la pandemia. Ya se ocuparían de decirnos Sánchez y sus rapsodas que las urnas han ‘plebiscitado’ las actuaciones sanitarias y políticas del coronavirus. Han sido un completo desastre en términos de improvisación, autoritarismo, negligencia, descoordinación, congoja laboral, drama hospitalario, crisis económica, casuística de muertes y contagios… pero la amnesia general, el talante de Illa, la reputación virtuosa de la izquierda y la cualificación milagrera de Sánchez podrían invertir la catástrofe en una victoria: si el ministro de Sanidad gana las elecciones catalanas, Pedro Sánchez puede terminar instalado en el Olimpo.

Es el motivo que explica el nuevo sesgo sanchista de la campaña. Debería incluso el presidente del Gobierno instalar su campamento en Barcelona, desplazarse temporalmente por razones estratégicas. Ya observaremos la asiduidad con que va a pluriemplearse en mítines y entrevistas para convertir el ‘efecto Illa’ en el ‘efecto Sánchez’. Otra cuestión sería que la euforia demoscópica de Tezanos estuviera idealizando la realidad electoral. Y que Illa fuera el protagonista de un gran fiasco. En ese caso, ya se ocuparía de remarcar Sánchez que las elecciones las ha perdido el candidato sacrificial, pero cuesta creer que el presidente del Gobierno se haya lanzado al vacío y se haya expuesto como lo ha hecho este fin de semana.

Es más, los humores electorales le sonríen de nuevo. Porque el soberanismo está descoyuntado en tribus, bandas y familias. Porque Ciudadanos corre el riesgo de desplomarse. Y porque la irrupción elocuente de Vox tanto malogra la reanimación del PP como redunda en la división de las derechas.

Illa quiere atraerse todo el voto constitucionalista posible. Y aspira a gobernar no con los naranjas ni con el PP, sino con ERC y los comunes, de tal manera que Cataluña se convierta en la correlación perfecta del escenario nacional, un pacto siniestro entre socialistas, populistas e independentistas que garantice a Sánchez una década en el poder y que predisponga la balcanización del modelo plurinacional como amenaza del ‘sistema’.

La paradoja de estos comicios catalanes consiste en que los soberanistas pueden conseguir más privilegios, más autogobierno, más terreno, si no alcanzan la mayoría absoluta que si la obtienen. Ya se ocuparían Sánchez e Illa de tenerlos contentos y de prosperar en la dieta proteica. Más todavía cuando la victoria coincide hermosamente con el día de los enamorados.