Editorial-El Debate
  • La sociedad espuria que gobierna el país resiste pase lo que pase y obliga a mantener el pulso democrático hasta que acabe con ella

No se podía esperar nada de la comparecencia de Pedro Sánchez en un pleno dedicado a su corrupción, convocado con retraso en una clara falta de respeto a la ciudadanía. Y tampoco de sus aliados, que han convertido la Presidencia del Gobierno en una especie de rehén de sus delirios e intercambian con ella apoyo por concesiones inconstitucionales.

Y ese guion se cumplió a la perfección: el líder socialista renunció a todo autocrítica, y mucho menos a convocar Elecciones, e intentó presentarse como víctima de las tramas de corrupción en su Gobierno, su partido y su propia familia. Y sus socios, en un alarde de cinismo intolerable, se limitaron a hacerse los ofendidos, exigirle decisiones y, en definitiva, auxiliarse en un momento en el que por decencia debían haberle exigido su salida.

No tiene nada de extraño. La naturaleza germinal de esa alianza siempre ha sido el negocio espurio, al margen de las costumbres democráticas y del sentido común, sustentado en un obsceno cambalache en el que uno logró en los despachos lo que le negaron las urnas y otros, en contrapartida, la complicidad de la Moncloa para impulsar sus más siniestras intenciones contra la Constitución, las leyes y la propia idea de España.

Sostener esa infame coalición es, por todo ello, un asunto innegociable y resistente a todo: está en juego la supervivencia personal y política de todos los protagonistas del chanchullo y, por ello, no habrá informe de la UCO, auto judicial o revelación periodística lo suficientemente grave como para que se rompa la sucia entente que dirige la gobernación del país.

No conviene equivocarse, pues: estamos ante una reunión de intereses inconfesables que buscará la manera de perpetuarse para culminar sus objetivos personales, económicos y judiciales que, cuando las evidencias les abruman, montan sainetes para simular una reacción inexistente con la que disimular y ganar un poco de tiempo.

Ver a Sánchez presentándose como damnificado de las andanzas de su entorno más cercano, tras meses negándose a aceptar las evidencias que señalaban sus abusos, y escucharle presentarse como paladín de la necesaria regeneración, es simplemente indecente: él ha sido el primer beneficiario político de una trama designada, protegida y promocionada por él, que compatibilizaba el trabajo sucio político para ganar primarias o establecer acuerdos con el separatismo con otro de naturaleza corrupta. Y su reacción, a cada indicio, sospecha o prueba, ha sido arremeter contra los poderes del Estado que intentaba frenar la deriva delictiva.

Y lo mismo cabe decir del resto de actores del contubernio: desde Sumar hasta el independentismo, todos han aceptado esa vergüenza si, por ofrecer cobertura al líder político de la trama, cubrían sus expectativas y avanzaban en sus demoledores planes inconstitucionales e injustos.

Nada ha cambiado, pues, y es necesario entenderlo para proceder en consecuencia. Lo ha hecho Alberto Núñez Feijóo, con un implacable discurso que reconstruyó, de forma impecable, las andanzas de Sánchez para dotarse de inmunidad, de impunidad y de perpetuidad, con una precisión dialéctica sustentada en los hechos que produce pavor al escucharse en sede parlamentaria pero es un fiel reflejo de la realidad.

Porque tenemos un presidente que no ganó en las urnas, no tiene Presupuestos, depende de insurgentes y ha nombrado sistemáticamente a delegados infames, probablemente corruptos y en todo caso indeseables, para cuidar sus intereses. Y porque, además, le añade un perfil personal marcado por sus trampas propias, resumidas en su tesis plagiada y su cinismo abolicionista de la prostitución, mientras se benefició de la actividad en el sector de su familia política.

También estuvo contundente y acertado Santiago Abascal, a quien solo cabe pedirle que no sea casi igual de duro con el PP que con el PSOE, con una sobreactuación que le resta fuerza y desvía la atención sobre el único objetivo deseable: un Gobierno que no gobierna encabezado por un corrupto moral y sustentado en una simbiosis entre delincuentes y revolucionarios sin apego por la legalidad.