- El presidente cierra la minicrisis de Gobierno y se pone en modo de líder global. Más tiempo fuera que dentro. Viajes y agenda internacional mientras vuelan las navajas en su patio interno
«Mañana, el coñazo del desfile, en fin, un plan apasionante». Un micrófono indiscreto difundió las palabras de Mariano Rajoy a su fiel Javier Arenas en el transcurso de un cónclave del PP en Galicia en 2008. Similar actitud, aburrida y perezosa, mostraba Pedro Sánchez este lunes al anunciar los nombres de los nuevos ministros, tras una crisis de Gobierno raquítica e insípida. Despidió a las salientes y recibió a los entrantes con elogiosa desidia, leyendo unos folios rutinarios, sin periodistas, sin preguntas, en el portalón de palacio frente a unos jardines vacíos. Esta escenificación del ennui presidencial se escrutó con ingenio en lo de Dieter en esRadio.
«Es el jet-lag, acaba de llegar de Santo Domingo», explicaban los fontaneros del Ala Oeste. «Además, ha lanzado un mensaje con mucho contenido político», añadían, para justificar tanto exceso de nada. El mismo vuelo trasatlántico había cumplido el Rey y andaba a esas horas dándole al cajón, rumboso y con brío, en una plaza de Cádiz. Esa desgana se apreció también en su recorrido por las zonas incendiadas de Castellón, junto a un Ximo Puig que lo detesta (y viceversa) y un grupo de angustiados alcaldes que contemplaban pasmados los andares robóticos del visitante y escuchaban escépticos su mensaje insustancial. «Parece que está en otra, como muy lejos», se comentaba en el improvisado séquito rural.
La diplomacia española, lejos de la razonable prudencia, envía mensajes sobre el encuentro planetario con Xi Jinping, el papel mediador del presidente español en el conflicto de Ucrania
Sánchez se aburre, está afectado por el spleen de Baudelarire, también llamado ‘el síndrome de La Moncloa‘, ese mal que ataca a los jefes del Ejecutivo cumplidos ya unos años en la trona. Su país se les queda pequeño y anhelan escenarios lejanos, con encuentros de relevancia, reuniones de alto nivel y sin contratiempos en las aceras. El líder socialista apenas puede pisar la calle en su país porque le pitan, le muestran pancartas de Txapote, le acompaña siempre la certidumbre del rechazo. Nada de eso ocurre cuando viaja fuera. Lo besa Macron, Costa lo abraza, Scholz le sonríe y Ursula lo achucha con ese cariño que sólo profesa a los guapos muy especiales. Esta semana se traslada a Pekín, momento cumbre de su trayectoria internacional. La diplomacia española, lejos de la razonable prudencia, envía mensajes sobre el decisivo alcance de esta visita, sobre el encuentro planetario con Xi Jinping, el posible papel mediador del presidente español en el conflicto de Ucrania, a tres meses de asumir la presidencia semestral de la UE, y su impepinable consolidación como uno de los principales actores de nuestra galaxia. La imagen de un líder global, máster del universo, en la cúspide de su mandato.
Está más fuera que dentro. Repasa, con ilusión adolescente, agendas y desplazamientos con Albares. Confía con indolencia los asuntos domésticos a Bolaños y Cerdán. Los Migueles (Barroso y Contreras) se encargan de la obsesiva propaganda. Recorrerá quince capitales europeas en los próximos tres meses. Asunto prioritario. Luego, si eso, algún mitin para las elecciones de mayo. Pocos barones lo reclaman. Fernández Vara, el extremeño, le invita con la boca pequeña. Sabe que su región pende de un hilo tras la farsa del tren de la bruja. Sólo aprecia su presencia la navarra Chivite, socia de Bildu, soporte fiel del presidente. Ni un etarra fuera de su región. En unas semanas, ni un etarra en la cárcel. El socialismo navarro lo aplaude y lo jalea. Marlaska es el servicial palanganero de los amigos del pistolón. Hace ya tiempo dejó de distinguir entre las acciones útiles y las honestas. El Tribunal Supremo acaba de tumbarle su improcedente decisión sobre el coronel Diego Pérez de los Cobos, el héroe del golpe en Cataluña, a quien el ministro del Interior fulminó de su cargo por no plegarse a sus exigencias en una investigación sobre el Ejecutivo y la pandemia.
Todo lo demás es un reguero de escándalos y trampas, errores y latrocinios. Sedición, malversación, sí es sí, Trans, Pam-Pam, asalto al Constitucional, Rabat-Sahara, calzones Berni, txapotes… .
La factoría de ficción de Moncloa expande mensajes sobre el colapso de Feijóo y el aguante del presidente, el frenazo del PP y la potencia del PSOE. Mero voluntarismo que cada martes adorna la portavoz Isabel Rodríguez, toda ella envuelta en un baboso sectarismo, después del Consejo de Ministros. Sánchez tiene a su izquierda hecha un revoltijo, con ese navajeo cainita entre Yolanda Díaz y Podemos, furiosos por apañar puestos en las listas e incapaces de intentar acuerdos razonables. Sin ese ‘espacio’ ultra unido, no habrá ni más Moncloa ni más Frankenstein. Quizás es lo que busca Iglesias, convertirse en el Mélenchon de Galapagar, incendiar Madrid cuando gobierne el PP y proclamar a su Irene la Marianne de la república morada.
El Gobierno apenas tiene logros que ofrecer. Su argumentario electoral se reduce a la subida fraudulenta de las pensiones y el fantasma de Vox. Todo lo demás es un reguero de escándalos y trampas, errores y latrocinios. Sedición, malversación, sí es sí, Trans, Pam-Pam, asalto al Constitucional, Rabat-Sahara, calzones Berni, txapotes… . En el otro bloque, los conservadores suman la mayoría sin sustos ni contratiempos. Los vientos del cambio hacen volar a un Feijóo comedido, en ocasiones mohíno, pero con un objetivo claro: es más fácil la derrota de Sánchez que la victoria propia. Parece igual pero no es lo mismo. Total, Sánchez ya se está yendo. Esto de España es un coñazo.