Ignacio Varela-El Confidencial
- Si quiere mantener alguna aspiración de permanecer en el Gobierno, el PSOE necesita desesperadamente el voto andaluz
Las elecciones autonómicas de Andalucía de diciembre de 2018 están en el origen de la convocatoria de generales que se produjo dos meses más tarde. En esa votación, apareció por primera vez Vox como fuerza emergente y el espacio de la derecha quedó fragmentado en tres porciones. Resultaba sencillo ver las infinitas ventajas que ese escenario, trasladado al ámbito nacional, ofrecía al partido gobernante, tanto en el reparto de escaños por provincias como en la propaganda. La foto de Colón reforzó el designio polarizador. Siempre sospeché que Sánchez indujo la derrota de su presupuesto en el Congreso para vestir mejor una decisión tomada previamente.
Ahora todo el juego táctico gira en torno al momento en que Juan Manuel Moreno y Pablo Casado concierten sus voluntades para llamar a los andaluces a las urnas. El resultado de esas elecciones está cantado: el PP ganará con claridad y seguirá gobernando, la derecha ampliará su mayoría y el PSOE solo confía en obtener una derrota presentable, que es la encomienda recibida por su nuevo secretario general.
Descartada cualquier posibilidad de que se ocupen seriamente de resolver los problemas del país, la gestión del calendario se ha convertido en la cuestión vital para los estados mayores de los partidos. El PP dispone de varias balas. Es fuerte la tentación de someter a Sánchez a una descarga de convocatorias sucesivas en territorios en los que solo puede recibir palizas para hacerlo llegar derrengado a la cita nacional. El presidente tiene la bala de plata, que es la disolución de las Cortes. Y en el horizonte, con fecha fija, están las municipales y autonómicas de mayo de 2023, que adquirirán un carácter totalmente distinto si se celebran antes o después de las generales.
Si quiere mantener alguna aspiración de permanecer en el Gobierno, el PSOE necesita desesperadamente el voto andaluz. Un somero repaso a la historia de esta democracia muestra que el peso de Andalucía en el desempeño electoral de los socialistas es mucho mayor que el de su población (18% del censo) o los escaños que elige (61), siendo este considerable. No existe para el Partido Socialista una vía hacia la Moncloa que no pase por un gran resultado electoral en Andalucía.
El PSOE no gana en España únicamente con Andalucía, pero es imposible que lo haga sin ella. Todas las mayorías absolutas de Felipe González y las dos victorias de Zapatero se asentaron sobre respaldos masivos en Andalucía, con porcentajes superiores al 50% del voto. Incluso en las derrotas, su resultado andaluz siempre estuvo varios puntos por encima de su media nacional, lo que le permitió mantenerse a flote en las circunstancias más adversas.
Sánchez necesita imperativamente que la izquierda supere a la derecha en Andalucía y que el porcentaje del PSOE en ese territorio sea al menos cinco puntos más alto que el que obtenga a nivel nacional. A la luz de los datos del Observatorio Electoral de El Confidencial y de lo que previsiblemente sucederá en las autonómicas, ambos objetivos están seriamente comprometidos.
El estudio de IMOP-Insights muestra consistentemente, en todas sus oleadas, que, en unas elecciones generales que se celebraran hoy, en Andalucía la suma de las derechas superaría de largo la de las izquierdas, el PP aventajaría al PSOE y el resultado de los socialistas en ese territorio estaría por debajo de su media nacional. Algo completamente insólito para la fuerza que durante cuatro décadas funcionó allí como un partido-nación, al estilo del PNV en el País Vasco, el PP en Galicia y, en otros tiempos, el pujolismo en Cataluña.
Si España está virando hacia la derecha, Andalucía lo hace con una intensidad extraordinaria. Moreno Bonilla no será un paréntesis como lo fueron Touriño en Galicia, Patxi López en Euskadi o Maragall y Montilla en Cataluña. La llegada del PP al poder autonómico marcó un punto de inflexión en la relación de fuerzas que, salvo errores mayúsculos, tiene pinta de hacerse duradero y establecer una nueva hegemonía.
No es solo el infinito cansancio social respecto al PSOE, más visible en Andalucía que en cualquier otro lugar de España. Como ha señalado Lourdes Lucio en ‘El País’ y explicaba certeramente Isabel Morillo este martes en el Confidencial, el PP ha tenido 37 años para estudiar a fondo el modelo socialista de ejercicio del poder en todos sus aspectos: desde la organización partidaria al uso intensivo de la colosal maquinaria de poder de la Junta de Andalucía en una tupida red de mecanismos clientelares, pasando por una comunicación sumamente eficiente y una gestión en la que lo institucional y lo populista se mezclan con extrema profesionalidad.
Salvando todas las distancias, el PSOE de Andalucía fue, en su concepto de relación del poder con la sociedad, lo que más se ha aproximado en la política española al peronismo sin Perón. Y el PP andaluz está reproduciendo el modelo en todos sus detalles. Sería un error interpretar el giro a la derecha como una transformación ideológica del cuerpo social. Los andaluces de 2019 no son más conservadores ni más progresistas que 10 años atrás. Sencillamente, el PP ha recibido finalmente la absolución social del pecado original de 1980 y parece haber encontrado, como lo encontró el PSOE, el punto justo de sal y pimienta en la gobernanza con que la mayoría moderada de los andaluces se siente cómoda.
Tras los 19 años de Manuel Chaves en San Telmo, Griñán y Susana Díaz fueron dos graves errores de ‘casting’. Moreno Bonilla, por el contrario, parece haber encontrado muy pronto el guion y el tono adecuados para el papel. Y lo ha hecho mimetizando deliberadamente a su antecesor más duradero. Pelearse a las bravas con Ayuso es fácil aunque contraproducente, como han comprobado Sánchez, Iglesias, Casado y, recientemente, Urkullu. Pero lo que de verdad se le puede atragantar al fundador del sanchismo es tener que lidiar con un trasunto actualizado de Chaves en el territorio donde más se juega.