José Alejandro Vara-Vozpópuli
Llegó el momento de enfrentarse al escenario más hostil, a la pesadilla del sanchismo: «Sí a la guerra»
La pregunta le molestó, como si le hubieran pisado el primer metatarsiano. “Si lo pide la UE, ¿España enviaría tropas a Ucrania?”. Fue en Bruselas, donde los periodistas se desenvuelven con menos timidez, donde incluso osan repreguntar. Sánchez huye de los canutazos. Prefiere las entrevistas inchaurrondas o las plácidas ruedas de prensa en Moncloa, con turnos pactados y reporteros amaestrados. Macron habla de compartir su arsenal nuclear con los socios europeos y Sánchez se sobresalta cuando le sugieren la posibilidad de coger el fusil y lanzarse a por el oso ruso.
Esquivo y algo mosqueado, Sánchez le dedicó al periodista una carantoña, “entiendo que ustedes me tengan que hacer esa pregunta, pero es que, de verdad, ya comprendo que los periodistas hablen de esto, y que haya políticos que también, pero…”, y al instante se sumergió en la consabida letanía sobre que no estamos aún en guerra y que de lo que se trata es de ayudar a Ucrania, fortalecer a Europa “desde la seguridad y la defensa, pero ¿están seguros de que Rusia quiere la paz?» O, como dice Margarita Robles, “gastar en defensa, en armamento, es gastar en paz”. Nos amenaza una oleada infatigable de frases envueltas en un merengue gandhiano, empalagoso e indigesto como un biquiño de Yoli.
El partido que volvió al Gobierno hace veinte años subido a los trenes de Atocha y a la ola del ‘no a la guerra’, se tropieza ahora con un escenario en el que no se siente cómodo. Sánchez se las tenía muy felices enfundado en su disfraz de líder justiciero contra el ultraderechista trasatlántico, gozoso en su papel del último héroe del progreso contra la ‘tecnocasta’, dedicado plenamente a enfrentarse a Trump y Musk, esos enemigos a los que no cita por su nombre y cos los que esperaba camuflar las cesiones a los chantajes de la carcundia separatista y la corrupción que le rodea.
Brusco cambio de guion. Radical volantazo de la historia. Toca ahora calzarse el casco de maniobras, reforzar los gastos en defensa y estar listo para lo que viene. Un libreto cargado de gasto en armamento, ejércitos, música militar, tanques, toque de corneta, banderas y toda esa estruendosa quincalla que tanto molestaba a John Lennon y a los monologuistas de Movistar. Y al propio Sánchez, que, aburrido es repetirlo pero es lo que hay, no ocultaba su deseo de dinamitar el Ministerio de Defensa en sus años mozos de secretario general de la rosa.
Fue recluta en Cáceres y cumplió el servicio militar en el acuartelamiento de Campamento, en Madrid. “La verdad es que la mili no me aportó nada, fue una pérdida de tiempo”, confesó en lo de Bertín. Le repele la parada castrense de la Fiesta Nacional, porque le chiflan y abuchean (a Rajoy le aburría a muerte) y evita concurrir a reuniones en las que huele a chusquero, rancho y cuartel. Eso se lo deja a Su Majestad, que para eso es el capitán general de las Fuerzas Armadas.
Basta de hacerse el bobo, de pasarse días y días, semanas y meses, diciendo que no podía perder ni un minuto. Toca apechugar, cambiar el disfraz de Espartaco por el Patton, mudar de verbo y sacudirse las excusas
“Ante la nueva realidad, todos tenemos que hacer un esfuerzo anticipado”, dijo el jueves en la improvisada cumbre de jefecillos europeos, perdidos como turco en la neblina. España está en la cola de la inversión en defensa. No iba a cumplir su compromiso de dedicar el dos por ciento del PIB en defensa hasta 2029. Putin obliga a un acelerón, y Bruselas ha achuchado a este ‘españolito despistado’ y le acaba de exigir que espabile y reaccione. Basta de hacerse el bobo, de pasarse días y días, semanas y meses, diciendo que no podía perder ni un minuto. Toca apechugar, cambiar el disfraz de Espartaco por el Patton, mudar de verbo y sacudirse las excusas. Qué pesadilla rara, de repente, el fulgor del acero. Hasta toca renegar de aquel muro que levantó entre españoles hace apenas unos meses. “Donde algunos levantan muros, aranceles, nosotros tendemos puentes”, acaba de proclamar, todo desvergüenza. O sea, ahora es Trump el constructor de empalizadas y él, el nexo imprescindible para el bien de la humanidad.
Gente de su entorno lo ve desconcertado. Tenía todo a punto para deslizarse con suavidad durante estos dos años previos a la cita electoral. Ley mordaza para los medios independientes, ley tenaza para los jueces decentes, archivo de las causas ríspidas, honores a Begoña, loas al hermano, más carantoñas a Puigdemont para evitar sobresaltos en la inútil legislatura, más caricias a ERC y al resto de Frankenstein y presupuestos para 2026 de cara a las generales del año siguiente. Había renovado ya el partido con los nuevos baroncillos regionales, una sarta de obsecuentes, y acaba de comprar con nuestro dinero la compañía que más invierte en publicidad del mercado. Enfrente tan sólo tenía un rival algo enclenque, una oposición descentrada y con problemas de liderazgo. Un cuento de hadas. ”Hasta 2027 y más allá”, era el lema que se coreaba en las sedes socialistas.
El sanchismo no nació para gestionar, ni para gobernar, ni para dirigir los destinos de un país en tiempos convulsos, ni para trabajar por el progreso de la gente. El sanchismo es una banda de parásitos, corsarios y holgazanes que tan sólo se dedica a satisfacer los caprichos de un individuo
De repente, la incómoda realidad. Un año se cumple ahora desde la última comparecencia de Sánchez en el Senado, donde manda el PP. Quince meses van desde la última vez que tuvo a bien reunirse con el líder de oposición. No se aviene a entrevistas salvo en los micrófonos orgánicos y no pisa la calle desde el imperio romano. Ahora, de repente, su mundo ilusorio se viene abajo. Ha convocado a Feijóo para este jueves, a fin de apalabrar su voto para comprar armamento, empeño en el que sus compadres de gobierno se mostrarán hostiles. Anuncia incluso una comparecencia en el Congreso para hablar de la guerra. Sus homólogos europeos ya lo hicieron. Macron, en potente discurso televisado desde el Elíseo. El recién estrenado Mertz, aún sin Gobierno, desde el Parlamento alemán. El británico Starmer, dos veces también en la Cámara. En contra de su diarrea discursiva cuando la pandemia, horas y horas de comparececencias televisivas sin preguntas, con don Simón y maese Illa de monaguillos, Sánchez sigue mudito ante los ciudadanos. Ha paseado su galanura por reuniones en Londres, París, dos veces Bruselas. Se acercó a Kiev para abrazarse a Zelenski, pero no ha tenido a bien dedicarle un ratito a los españoles para explicar qué piensa hacer en esta inquietante tesitura. Si es que lo sabe. El sanchismo no nació para gestionar, ni para gobernar, ni para dirigir los destinos de un país en tiempos convulsos, ni para trabajar por el progreso de la gente. El sanchismo es una banda de parásitos, delincuentes y holgazanes que se dedica a satisfacer los caprichos de un individuo guiado por una sola obsesión: eternizarse en el poder.
Lloverán ahora los millones de Úrsula para comprar cañones, cierto. Pero a Sánchez se le romperá el discurso de protopacifista hare krishna, se le mosquearán por la izquierda sus apoyos putinescos, y, lo definitivo, dejará de ser el dueño de su relato que le escribirán otros, desde Washington, Moscú y un poquito Bruselas. Le toca abandonar su búnker de la patraña, su castillo de la farsa para enfrentarse a un escenario inhóspito y desconocido. Llegó el momento de conocer la auténtica medida del guapo.