ABC 17/07/17
EDITORIAL
LA declaración conjunta del PSOE y de los socialistas catalanes para la reforma de la Constitución es un plan para desmantelar la igualdad entre los españoles y crear una cosoberanía entre Cataluña y el resto de España. El socialismo español ha dejado de mirar a España como un todo y sólo mira a Cataluña como la oportunidad de abrir un frente revisionista del pacto constitucional y de crear una alianza con el nacionalismo similar a la que impulsó Rodríguez Zapatero en 2003 con el Pacto del Tinell. El documento aprobado por ambas formaciones, PSOE y PSC, parte de tres premisas: Cataluña es nacionalista, sólo los nacionalistas catalanes merecen una oferta del socialismo y el problema del separatismo es la Constitución de 1978. A partir de estas premisas se explica el plan irresponsable de Pedro Sánchez de lanzar a su partido a defender lo indefendible para una formación socialista, como es abanderar la ruptura de la igualdad entre los españoles, incluso en su relación con la Justicia, que es el único poder que realmente la garantiza mediante el principio de unidad jurisdiccional. Sólo a alguien que no sabe qué es la nación, como Pedro Sánchez, se le puede ocurrir entregar a los nacionalistas la creación de una Justicia catalana, todo un regalo de impunidad para el nacionalismo corrupto y sedicioso. Y esto lo propone un socialista.
La adulación al nacionalismo lleva al PSOE a dar un vuelco al orden constitucional con tal de satisfacer al separatismo catalán. Todas las reformas propuestas –el Senado, el plurilingüismo, las inversiones en infraestructuras, la financiación autonómica– tienen en común el propósito de apaciguar al nacionalismo catalán. Mala suerte para madrileños, castellanos, andaluces, manchegos, asturianos, extremeños y tantos otros españoles que comparten el sentimiento por España y su tierra de manera natural cumpliendo las leyes y la Constitución.
Y, por supuesto, la reforma de la Constitución que ofrece el PSOE a los catalanes deberá contener «el reconocimiento de las aspiraciones nacionales de Cataluña». Ya no basta con reconocer el sentimiento «nacional», también las «aspiraciones», percha de la que el nacionalismo colgará el día de mañana el reconocimiento del derecho a la autodeterminación, pues esto, y no otra cosa, es la «aspiración nacional». Sánchez tampoco sabe qué es una Constitución.
En todo caso, esta reforma constitucional es tan irrealizable como el referéndum del 1-O. La propone el PSOE más débil de la historia, con sólo 85 escaños en el Congreso, y con el propósito explícito de no contar con el Partido Popular. En esto se demuestra que lo que quiere Sánchez no es reformar la Constitución sino acabar con el consenso que trajo la democracia a España.