Ha sorprendido que Pedro Sánchez haya iniciado la semana con un asunto que no estaba en absoluto en el candelero mediático. Ha anunciado este lunes que solicitará en el inminente Consejo Europeo que se reactive el mecanismo legislativo comunitario para acabar con el cambio de hora estacional.
Coincidiendo con la semana en que se retrasarán los relojes para entrar en el horario de invierno, ha defendido que «cambiar la hora dos veces al año ya no tiene sentido», dado que «apenas ayuda a ahorrar energía y tiene un impacto negativo en la salud»
Es verdad que la justificación inicial para el ahorro energético ha quedado desfasada. Y ha sido puesta en cuestión por la mayoría de estudios, que coincide en que adelantar o retrasar una hora el reloj tiene una incidencia mínima en el consumo.
Tampoco le falta razón a Sánchez al invocar el argumento de la salud.
Está igualmente contrastado que el desacople entre nuestros hábitos de vida y ritmos circadianos y las horas solares tiene efectos perjudiciales sobre la salud. Lo cual ha llevado a algunos expertos a abogar por eliminar el ajuste horario y mantener el de invierno.
Pero también hoy otros científicos, como los consultados por EL ESPAÑOL, que se oponen a la eliminación del cambio bianual.
Entre los argumentos, citan las diferencias territoriales, que harían que, en ausencia de este mecanismo sincronizador, las comunidades más occidentales y orientales amanecieran o muy pronto o demasiado tarde.
Además, España es un caso especial, dado que no se encuentra en el huso horario que le correspondería (el de Europa Occidental). La cuestión reviste aquí un carácter cultural y convencional, al tratarse de un país excepcionalmente soleado que tiene horarios más tardíos que el resto del continente.
Intuitivamente, lo que a los ciudadanos y a una economía de servicios como la nuestra les conviene es que haya el mayor número posible de horas de sol.
De modo que hay razones de sobra tanto a favor como en contra. Pero lo que sí está claro es que no se trata de un clamor social ni de un asunto que hoy preocupe a la ciudadanía.
Además, como informa EL ESPAÑOL, la UE no respaldará la eliminación del cambio de hora que quiere liderar Sánchez.
El expediente correspondiente se encuentra aparcado desde 2018, cuando el Parlamento Europeo aprobó acabar con el reajuste estacional. La reforma quedó paralizada porque los Estados miembros han sido incapaces de lograr la mayoría cualificada necesaria para sacarla adelante.
Porque, al existir múltiples perspectivas desde las cuales analizar el impacto del cambio de hora, muchos Estados miembros están indecisos sobre qué horario elegir.
De hecho, ni siquiera el propio Sánchez ha aclarado si es partidario de que España se quede de forma permanente en el horario de verano o en el de invierno.
Además, aunque la posición oficial del gobierno comunitario es la de acabar con el ajuste bianual, la UE no tiene competencia para imponer un único huso horario.
Por eso, lo que temen los Estados miembros es que, en virtud de la libertad de cada país para optar por la hora de verano o por la de invierno, se acabe produciendo un caos de husos en Europa (en un continente que ya tiene tres), que sería dañino para el mercado común.
Y aunque la Comisión está interesada en armonizar estas diferencias, el responsable de Energía ha reconocido que la cuestión «no figura entre las principales prioridades de la agenda política de la UE».
De modo que, si no hay visos de que prospere, ¿para qué reabre Sánchez un debate sobre el día y la noche que tampoco se ha reabierto en Europa, donde sólo Polonia y Finlandia apoyan la iniciativa que quiere liderar el presidente?
Parece que Sánchez está dispuesto a polemizar a propósito incluso del cambio de hora con tal de que se hable de otros temas menos lesivos para él.
Cuando no existe la menor posibilidad de una iniciativa de gobierno, y en el contexto de los avances en las investigaciones sobre los casos de corrupción que le cercan, Sánchez ha resuelto ahora, en pertinente metáfora, intentar tapar el sol con el dedo.