Editorial-El Español

Con el PSOE reducido a una plataforma personalista para el sostenimiento de su líder absoluto, del 41º Congreso Federal del partido no cabía esperar otra cosa que la aclamación caudillista escenificada este fin de semana en Sevilla.

Las ovaciones tributadas a cargos como Santos Cerdán, bajo sospecha por las acusaciones de Víctor de Aldama, dan cuenta del propósito último de este pseudoforo de debate orgánico: tapar con el estruendo de los aplausos el rumor de la corrupción que envuelve crecientemente al entorno más próximo a Pedro Sánchez, quien ha llegado en olor de multitudes a Sevilla con su mujer, su hermano, su ex número dos y su fiscal general del Estado imputados.

El Congreso empezaba al mismo tiempo que Juan Lobato volcaba en el Tribunal Supremo los mensajes que precipitaron su purga, y que probaban que Moncloa disponía de la información secreta sobre el novio de Ayuso antes de que se publicase. Por lo que la única forma de salvar el evento era replantear el guion para acentuar la estrategia del victimismo.

Al denunciar una «cacería humana» en «sede judicial», el PSOE (que no ha dedicado ni una sola palabra en estos tres días a la corrupción) despacha los cuatro procesos abiertos que le afectan a cargo de casi una treintena de magistrados como expresión del asedio que sufre por parte de «enemigos poderosos». Una suerte de contubernio judicial-mediático que consideraría ilegítimo al Gobierno y recurriría a toda clase de malas artes para sabotear su labor de vanguardia de los avances sociales.

Esta narrativa sirve para enjuagar moralmente a ojos de su reducido aunque enardecido grupo de fieles la devastación política, económica y moral que lleva aparejado el atrincheramiento de Sánchez en el poder.

Y de ahí que estas jornadas hayan tenido un aire especialmente marcial, con arengas para mantener alta la moral de una militancia que hace honor a su etimología castrense. Y para afianzar la disciplina en torno a un líder cada vez más bunkerizado, llamando a convertir este repliegue defensivo en una victoria sobre sus «odiadores».

El Congreso de Sevilla no ha sido otra cosa que el corolario del discurso sanchista de la resistencia, que, a fuerza de consagrar el aguante como un bien en sí mismo, ha acabado embebiéndose realmente del mesianismo que subyace a la grandilocuente misión de ejercer como «muro» contra la ola reaccionaria.

Después de haber «meditado mucho en los últimos meses qué hacer con mi vida», Sánchez ha resuelto no «dar un paso a un lado ni atrás», sino «dar un paso al frente». Una encomienda para gobernar hasta 2030 que, queriendo resultar sublime, suena en cambio ridícula.

Tal visión megalómana está detrás de la exhortación de Sánchez, en la clausura de este domingo, a que el PSOE lidere la salvación de la humanidad de la involución que traerá la «internacional ultraderechista».

Según el presidente del Gobierno con menos apoyos de la historia de la democracia española, el PSOE debe asumir la «responsabilidad histórica» de «inspirar» a otros países y ser un «pilar de la socialdemocracia en Europa y en el mundo».

Si el secretario general del PSOE aspirase realmente a que España volviese a tener una vocación ejemplarizante para el progreso global, honraría los valores de la Transición, que convirtieron a nuestro país en un referente mundial de concordia y diálogo.

En cambio, lo que pretende Sánchez es exportar más polarización, a lomos de un discurso maniqueo que sitúa al PSOE «en el lado correcto de la historia». Al conceder que únicamente el PSOE puede ser la «voz de las causas justas», Sánchez apuntala una peligrosa retórica que sataniza la oposición y, con ello, amenaza gravemente el pluralismo.

Con María Jesús Montero a la cabeza, el PSOE se ha servido del Congreso de Sevilla para elevar varias octavas su divisivo discurso, al motejar de «golpista» el clima justificadamente crítico que han generado los desmanes del sanchismo.

Pero queriendo crecerse ante la adversidad, el PSOE está más bien dando muestras de un desquiciamiento integrista que suele acompañar a los liderazgos políticos en vías de descomposición. Como ha advertido Emiliano García-Page, «el victimismo es el último recurso de cualquier proyecto político».