Pablo Pombo-El Confidencial
- Este organigrama se ha quedado desfasado. Responde a un reparto personal del poder entre Sánchez e Iglesias que ha desaparecido. La coalición se ha quedado coja
Vaya por delante, de saque, que la crisis de gobierno que necesita España comienza por un cambio de presidente. Pero como no parece posible a corto plazo, toca subrayar lo irremediable. Sánchez tendrá que mover el banquillo porque el equipo está fundido y se construyó para algo que ya no existe. Las dudas están en cuándo veremos el cambio y en si servirá para algo. La certeza en que así no llegará a 2023.
La lógica del proceso político dicta que los gobiernos se queman después de las grandes sacudidas. En el mejor de los casos esta legislatura quedará partida en dos: la pandemia y el después. Por lo tanto, cabe anticipar que tarde o temprano llegará la renovación que dará carpetazo al virus y decretará el comienzo del segundo acto. Quizá, cuando la cantidad de vacunados sea suficiente. Probablemente en vísperas del congreso del PSOE. Puede que antes.
Antes porque este organigrama se ha quedado desfasado. Responde a un reparto personal del poder entre Sánchez e Iglesias que ha desaparecido. La coalición se ha quedado coja y esto no va de sustituir una pieza por otra.
Yolanda Díaz no tiene la autoridad de su antecesor y llega con cero poder orgánico. Toda su legitimidad termina en el dedazo de quien se ha largado. Más allá del desvencijado adorno que ya es Castells, ella tiene a su lado a Garzón –coordinador nacional de IU-, a Belarra -cabeza orgánica de Podemos- y a Irene Montero –heredera de Iglesias-. Y debajo a Enrique de Santiago, su jefe en el PCE.
La designada no tiene plomo en las alas, está sin alas y no lo sabe. Podemos camina hacia la disolución, navaja en mano, mientras todo lo que está a la izquierda del PSOE se recompone con vistas a las elecciones generales.
La remodelación del gobierno es delicadísima, tanto como jugar al mikado. Tocar algo puede provocar que todo se venga abajo, pero si no se actúa se agravarán todavía más los problemas de interlocución y coordinación. Crecerán los roces y no sólo por lo que digan en Bruselas. Renovar ahora conlleva riesgos. Pero no hacerlo implica dañar la acción del gobierno y provocar todavía más inestabilidad.
Por otro lado, resulta obvio que la estructura del gobierno es claramente disfuncional. Está siendo cruel la realidad al demostrarlo. Y obstinada. ¿Por qué motivo existe un ministerio de educación, otro de universidades y otro de ciencia? ¿Y uno de trabajo y otro de la seguridad social? ¿Y cuatro vicepresidencias? Porque todo el dibujo sacrificó la eficiencia, la funcionalidad, a costa de que hubiese tres ministros del PSOE por cada uno de Podemos.
Fijémonos ahora en las carteras socialistas. Hay una serie de seres completamente anónimos. Primero porque nadie los conoce y segundo porque nadie sabe lo que están haciendo. ¿Alguien sabe cómo se llama el ministro de cultura? ¿Y el de justicia? Parecería que su función es no existir. Pesos muertos.
Después, hay tres jueces que se detestan entre ellos mientras los desafueros judiciales son constantes y el poder judicial está patas arriba. Uno de ellos, Marlaska, está completamente liquidado. Arrastra una ristra de escándalos, errores, torpezas y bobadas inimaginable en cualquier ministro del interior anterior.
Calviño, maltratada por sus compañeros no es la ministra de España en Bruselas sino la de Bruselas en España
La portavoz es un desastre comunicando, no deja charco sin pisar ni rueda de prensa del consejo de ministros que no convierta en un mitin. La ministra de sanidad, que ha caído en la cartera porque Iceta puso a Illa a jugar de pichón, está de uñas con las comunidades autónomas por la vacuna de AstraZeneca. Carmen Calvo está volcada en una guerra sin cuartel con Irene Montero por la causa del feminismo. Y el ministro de fomento enfrentado a saco con el jefe de gabinete de Moncloa por dirimir quien manda en el aparato electoral de Ferraz.
Al mismo tiempo, Calviño, maltratada por sus compañeros, cuestionada permanentemente por su jefe, de capa caída desde que fue derrotada en la batalla por presidir el Eurogrupo, no es la ministra de España en Bruselas sino la de Bruselas en España.
Y así pasan los días, como hemos visto esta semana. Crisis en la frontera que pilla al gobierno por sorpresa. Nadie sin explicarle a Sánchez que Marruecos no es el Partido Socialista de Andalucía. La mitad morada del gobierno metiendo el dedo en el ojo. Y tres ministros socialistas tirándose los trastos a la cabeza públicamente para echarse las culpas entre ellos. Nada menos que interior, defensa y exteriores. Da una pena tremenda ver al gobierno de tu país, que es un órgano colegiado, comportándose como un grupo de colegiales malcriados.
Sánchez tendría que hacer una pronta crisis de gobierno porque es el interés del país y de su partido. Sin embargo, la hará guiado por su interés personal. La salida de Iglesias le ha dejado sin pararrayos. Ya no puede jugar al poli bueno y al poli malo. Se ha quedado sin la coartada y está sufriendo un fuerte desgaste que sin duda terminará en repudio social.
Mientras eso llega con la fuerza inexorable que imprime en la política la ley de la gravedad, mientras Sánchez sufre el escarmiento de la impotencia que tanto atormenta a las personalidades narcisistas, alguien o algo le dirá que es tiempo de protegerse, hora de tabla rasa para volver a reinventarse.
¿Funcionará? Lo dudo, creo que está amortizado. Y creo, además, que tiene serias dificultades para montar un gobierno a la altura del momento que vive España. No puede incorporar a líderes territoriales del partido porque está perdiendo el liderazgo territorial y porque no puede desmontar lo poco que funciona todavía en el partido. No puede atraer a tecnócratas porque los que no están en los segundos niveles pasan de mojarse, consideran que hay cambio de ciclo político y electoral, que estamos en tiempo de descuento. Y no puede atraer a los mejores porque los masacró en el genocidio que sepultó a la inteligencia del PSOE
¿Qué le queda? Esto de elevar el discurso hacia el futuro no funciona. Los anuncios de grandes medidas y rimbombantes planes que vendrán no cuajarán. Así que una crisis de gobierno, luego más. Y, al final, un final que apunta a ser violento, de dimensiones bíblicas. Cuestión de tiempo.