- De modo sibilino, pero indisfrazable a medida que se sustancia, Sánchez urde sabotear la alternancia y excluir del Gobierno a cualquier partido a su diestra
Desde que, al regreso de Navidad, con más de dos años de antelación sobre la fecha prevista para las generales de 2027, el Gobierno adelantó inopinadamente la licitación de papeletas, todo el arco político se situó en posición de prevengan. A ello coadyuvó la pertinacia cual martillo pilón de «Noverdad» Sánchez aseverando urbi et orbe en que agotaría la legislatura aun hallándose de corpore insepulto. Asimismo, la Moncloa abonaba las cábalas amontonando leños para calentar un crudo invierno electoral.
A este respecto, se evoca oportunamente alguna variante de la fábula contemporánea de los residentes de la reserva india que, con el ocaso del otoño, interpelan al jefe de la tribu sobre la nueva estación. En ese brete, el mandamás recurre a la sabiduría ancestral del brujo que aventura, tras un aparatoso ceremonial, que el clima será «malo, malo». Ante tal augurio, se ordena zafarrancho general y que se almacene toda la leña dable. Corridos quince días, el gerifalte vuelve a la carga con el hechicero, quien agrava su pronóstico: «Peor que malo», por lo que insta a redoblar el esfuerzo. Dos semanas mediante se reitera la historia, pero su requisitoria suscita esta vez protestas. Azorado, telefonea desde una cabina al Servicio Nacional de Meteorología. Allí le refrendan lo dicho por el brujo: el invierno será «malo, malo, malo». «¿Están seguros?», les urge. «Quédese tranquilo –le serenan– porque usamos patrones contrastados y atinamos el 98 % de veces. Además, este año contamos con un factor que no yerra y es que los indios llevan dos meses acumulando troncos».
Como los sioux de la reserva, el presidente que no ganó las elecciones –caso insólito en democracia, pues nadie franqueó la Moncloa sin ceñirse ese laurel– viene municionando esa venidera cita desde su fracaso en las europeas en una doble dirección: adueñándose de las instituciones hasta su último resquicio y emplazando a sus peones al frente de todas las organizaciones territoriales socialistas por el procedimiento del ‘dedazo’ con él erigido, a modo de ‘Gran Hermano’ orwelliano, en elector único de los misacantanos. Empero, aunque todos sus contendientes deban estar cual centinelas con «la cintura ceñida y las lámparas encendidas» para el día D, estos no debieran obcecarse con ello. Al no poder hacer nada al respecto, al tratarse de una prerrogativa presidencial, más les valdría no quitar ojo a las maniobras que les puede hundir sin abandonar la bocana del puerto.
Al socaire de su inestabilidad parlamentaria, de los apremios derivados de sus alianzas superpuestas y contrapuestas con socios enfrentados entre sí (Junts con ERC, Podemos con Sumar y PNV con EH Bildu) y de que rompa algún plato en su juego de equilibrista, Sánchez apretará el botón cuando le pete. De ahí que la oposición debiera dejarse de deshojar la margarita sobre si anticipará urnas, si las hará coincidir con las andaluzas u organizará un superdomingo con municipales y autonómicas. Si no desea malograrlas antes de la partida enredándose en porfías bizantinas y que Sánchez se eternice en Constantinopla, la oposición debiera impedir esta alteración de las reglas del juego. Habiendo demolido las instituciones, no va a dudar en lo que, en apariencia, considera un asunto menos trabajoso.
Así, la muñeca rusa, la matrioshka de la eufemística Ley de Acción Democrática, que persigue lo contrario de lo que anuncia como tantas normas de ese jaez, alberga en su vientre un cambio de las pautas vigentes a fin de prodigarle a Sánchez un resultado imposible con las que rigen desde la reinstauración democrática. Con Sánchez no va aquello de Sófocles de que «vale más fracasar honradamente que triunfar debido a un fraude». Esta tentativa por parte de quien carece de escrúpulos –similar a la adoptada por caudillos latinoamericanos como Maduro para heredarse él o López Obrador para que heredara su favorita– dejó hace tiempo de ser una especulación para ser una hipótesis creíble que se adentra en los predios de la certeza irreparable. No en vano, junto al avío de madera electoral, Sánchez acopia nuevos votantes con regularizaciones discrecionales de inmigrantes y pergeña rebajar la edad de sufragio –no la penal– a los 16 años, amén de lanzar una ofensiva para mutar las posiciones políticas de los jóvenes por su proclividad, según el CIS, a la derecha.
De modo sibilino, pero indisfrazable a medida que se sustancia, Sánchez urde sabotear la alternancia y excluir del Gobierno a cualquier partido a su diestra. Cuando las reformas electorales no provienen de quienes tienen menos poder (la oposición) sino de lo que atesoran más (el Ejecutivo) y no se consensuan, se subvierte la lógica democrática para fijar un régimen monopolístico. Pero claro qué se le puede poner por delante a quien metamorfosea el Estado, transmuta la Constitución en arcilla maleable, busca dar un tiro de gracia a la independencia judicial e intenta amordazar a la prensa crítica, mientras llena la andorga a sus medios de adoctrinamiento, propaganda y circo con TVE de acorazado Potemkin tomado por agitadores y casposos postmodernos. No satisfechos con ello, estos diosecillos de barro a los que Sánchez baña con oro del contribuyente se permiten darle la turra y perdonar la vida a los espectadores de ‘Cine de barrio’ por desentonar su supuesto franquismo sociológico con la ‘Wokelandia’ sanchista, pero no atreverse a suprimir el programa para no perder a tan agradecido votante.
Yéndole la Moncloa en el envite, ¿cómo va a vacilar Sánchez en perpetrar cualquier tropelía para que las urnas coincidan con los pucherazos demoscópicos que le cocina Tezanos en la olla podrida del CIS? Por eso, mueve a sarcasmo que la Moncloa imponga debates obligatorios en el corralito Biona de RTVE y exija los microdatos de las encuestadoras privadas frente a los escándalos mayúsculos de ambos adminículos gubernamentales. Ello torna en imperativo democrático exigir que estos corruptos, crucificados esta Semana Santa por el Grupo de Estados contra la corrupción del Consejo de Europa (Greco) tras el rejonazo previo de la Comisión Europea sobre el retroceso del Estado de derecho en España, aparten sus sucias manos de las urnas. Tras aquel precedente en el que, detrás de una cortina, sus turiferarios quisieron dar un pucherazo para evitar la defenestración de Sánchez al mando del PSOE, siendo descubiertos en el intento sin que ello les valiera su expulsión como militantes, ahora desde la Moncloa quiere amañar las elecciones, pero con procedimientos algo más alambicados, si no se le frena expeditamente.
La única garantía de un sistema democrático –hasta ahora preservada en España por todos los antecesores de Sánchez– son unas elecciones confiables, organizadas de manera transparente y con los suficientes controles en contraste con aquella II República sin republicanos que vindica Sánchez como el paraíso que no fue aquel infierno guerracivilista comisionado por una izquierda bolchevizada. Pero, a lo que se ve, Sánchez pretende hacer de aquel pretérito imperfecto el porvenir de unos españoles. A este paso, querrá resignificar el Valle de los Caídos para emplazar un monumento suyo a la altura de Kim Il-sung y su hijo Kim Jong-il como corolario del Año de Franco. Va a resultar que, en el fondo, tratando de repudiar al dictador, subyace una indisimulable admiración por remplazarle en la Historia.