Sánchez: tres cartas y un comodín

FRANCISCO ROSELL-El Mundo

Desde su cobijo estival de Doñana, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, goza de días de vino y rosas. Hace dos meses merodeaba como alma en pena extramuros del Palacio de la Carrera de San Jerónimo y ahora se enseñorea en el banco azul, sin mudar su doble circunstancia de ser el jefe del Ejecutivo con un grupo parlamentario más decrecido y el aspirante socialista menos votado por los españoles desde la restauración democrática. Toda una singularidad merecedora de investigación y análisis.

Hecho a vivir de carambola, ha llegado de rebote, tras darle sucesivamente por desahuciado, a todos sus desempeños. Por dos veces fue diputado de ocasión, merced a otras tantas dimisiones de Pedro Solbes y de Cristina Narbona. Triunfó sobre Madina en las primarias 2014 en las que figuraba como comparsa, pero ganó por mor del ventajismo de una Susana Díaz que pretendía que le conservara el sitio caliente hasta que la Reina del Sur tuviera a bien dejar la Corte sevillana de los Montpensier y trasladarse bajo palio a la Corte capitalina. Defenestrado por el golpe de mano de los barones, retornó refrendado copiosamente en 2017 frente a una antojadiza presidenta andaluza que quiso ajustarle las cuentas a su amadrinado y que rumió que, con avisar de su candidatura, iba a humillar por incomparecencia a aquel gato que acreditó poseer siete vidas. Finalmente, jugó de farol –como los independentistas catalanes con el simulacro de referéndum del 1-O– con una moción de censura de pega que le diera notoriedad y le sacara del pozo de unas encuestas que lo hundían sin remisión. Debió pasmarse al constatar cómo la aparentemente inexpugnable línea Maginot de Rajoy era, a la hora de la verdad, una barrera de mantequilla que se derritió con sólo acercarse. Burla burlando, completó su póker y su sueño de tahúr de habitar las estancias monclovitas.

En una trepidante sucesión de imágenes, Sánchez ha transitado de ser casi Nadie –cuando facturaba como falso autónomo a la Fundación Ideas, constituida por Zapatero como laboratorio ideológico del PSOE, y emergió en tertulias nocturnas de televisión verbalizando los argumentarios de su partido en asuntos escabrosos como el fraude millonario de los ERE de la Junta de Andalucía– a serlo casi Todo. Si Zapatero se vanagloriaba de ser un hombre de suerte con ribetes cuasi mesiánicos, reclamando fe ciega incluso a los más escépticos con sus temerarias tentativas, qué cabría decir de un Sánchez que vive al día hasta justo ese día en que se considere en condiciones privilegiadas de anticipar unos comicios que palien su precariedad.

Al modo de las devaluaciones monetarias, ese anticipo sólo lo comunicaría cuando el pertinente decreto-ley fuera camino de su publicación en el BOE. No en vano, la gran virtualidad de la moción de censura que desalojó a un catatónico Rajoy es que le faculta una fértil campaña con cargo al Presupuesto y con todos los resortes del Estado a su disposición –¿qué son los Consejos de Ministros sino una gran pasarela y escaparate electorales?–, además de escoger la fecha de conveniencia para esa lid en el Campo de Marte de las urnas. ¿Cabe mejor y más provechosa lotería?

Por encima del «no vale, pero me vale», que se pavoneó la jactanciosa Susana Díaz de las primarias del 2014, o del «no vale, pero nos vale» que presuponen sus aliados podemitas y separatistas, Sánchez se vale y se catapulta en una situación envidiable de acudir a esa cita electoral cuando mejor le pete. Claro que no siempre es fácil atinar y puede salir el tiro por la culata, por lo que conviene ir con pies de plomo. La fortuna es dama esquiva, cual veleta caprichosa, y le gusta jugar con el destino de los hombres.

La cuestión cardinal es elucidar hasta cuándo puede valerse Sánchez por sí mismo porque todo siempre suele ser peor al día siguiente. De hecho, ya percibe algunos síntomas preocupantes, sin cumplirse 100 de gracia que recoge la cortesía parlamentaria, aunque lo disimule con ruedas de prensa triunfalistas perorando con que su Gobierno inaugura nada menos que una «nueva época». Sobre su cabeza, además de pender la espada de Damocles de sus socios parlamentarios, se ciernen esos «acontecimientos» a los que se refirió Harold MacMillan, primer ministro británico de la década de 1960, cuando un periodista le inquirió respecto a cuál era su tarea más ardua al frente del 10 de Downing Street. «Los acontecimientos, querido, los acontecimientos», sentenció.

Como en el cuento de Monterroso, el dinosaurio independentista se despierta con él todos los amaneceres. No iba a esfumarse por ensalmo, como si su sola presencia bastara para ello. En parangón, se aúnan aquellos asuntos que él mismo aviva. Pugnando por sacar pecho y granjearse una ayuna notoriedad internacional con el rescate en aguas italianas del buque de emigrantes Aquarius, ha enseñado la joroba. Con la fanfarria del recibimiento, ha recrudecido un inevitable efecto llamada para los traficantes de seres humanos –se retrotrae a los tiempos zapateriles de «papeles para todos»– y ha propiciado que Marruecos baje las manos en su cooperación. Por cierto, España no ha dejado de tener fronteras, señor presidente, a cuenta del espacio Schengen, como dijo este viernes, sino que las suyas son también europeas. Cosa bien diferente.

Al asomar los primeros repechos en el camino, al aguardo de un otoño muy complicado que tendrá su avance en los aniversarios de los atentados islamistas de Barcelona y Cambrils del 17 de agosto, así como de la Diada del 11-S, Sánchez evoca el relato ruso del gobernante que, al arribar al poder, se topa en su escritorio con tres cartas de su predecesor. La primera comunicándole: «Me echas a mí la culpa de todos los problemas»; la segunda: «Le endosas la culpa a tu segundo y le cargas el mochuelo»; y la tercera: «Vete preparando las tres cartas que legarás a tu sucesor». Por ahora, Sánchez se sirve de la primera apelando a la malhadada herencia de Rajoy, excepción hecha –claro– de la economía, aunque ya se apunten nubarrones en lontananza.

Junto a la primera de estas misivas, Sánchez ha recurrido al comodín de la última encuesta que le ha regalado el nuevo presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), José Félix Tezanos. Lo ha propulsado como si fuera un hombre-cohete o el mismísimo Pedro Duque en su época de astronauta. Ello lleva a plantearse qué necesidad hay de hacer este fuerte desembolso y alto menoscabo de la credibilidad de ese instituto para que un favorecido por el presidente le agradezca tan obsequiosamente esa merced.

Parafraseando a Churchill, quien únicamente se fiaba de las estadísticas que él manipulaba, no está claro que Sánchez deba encomendarse a esa donosura del CIS que muestra, básicamente, con poco aseo y sin disimulo, la opinión de quien lo manda circunstancialmente. En vez de ser aeronaves de reconocimiento, las encuestas se han transformado en aviones de bombardeo. De creérselas, puede fenecer como el mitológico Narciso. Satisfecho al espejearse en el fondo inmóvil del lago antes de ser engañado por Némesis, la cruel diosa de la venganza, y perderse en sus aguas aparentemente plácidas, el vanidoso replicaba exultante: «Merezco todo lo que tengo», a diferencia del rey chipriota Pigmalión, quien prorrumpía venturoso: «Tengo más de lo que merezco».

Habrá que ver si, aireando su pensamiento por los parajes edénicos de Doñana, espanta o no la tentación de convocar elecciones para el último domingo de octubre, en coincidencia con la fecha que baraja Díaz para adelantarse a la sentencia de los ERE que juzga, con dos presidentes en el banquillo, 30 años de régimen socialista al sur de Despeñaperros. En esa tesitura, supondría una temeridad un Gobierno en funciones durante el periodo de berrea independentista que se prevé entre la Diada del 11-S y el aniversario de la proclamación simulada de la república de Cataluña. Entrañaría una huida en toda regla. No es lo mismo marcharse en horas 24 de Irak, como Zapatero, que hacerlo de su primer deber como presidente.

Otra cosa es que, aunque finja en contrario, a Díaz le venga de maravilla ir juntos de la mano como si se hubieran reconciliado. Cuando ambas convocatorias han coincidido con el PSOE gobernando La Moncloa y San Telmo, el desenlace fue doblemente satisfactorio. Además, si sale cara, la presidenta de la Junta podrá apropiarse del éxito que reporte el efecto Sanchez; si sale cruz, ya tiene cabeza de turco en el que descargar el traspié. En esta precampaña, Díaz ya ceba la bomba del agravio contra el PP por no ampliar el techo de gasto y negar a los andaluces esos hipotéticos 500 millones, al igual que a Aznar le echaron en cara sus predecesores dejar a medio millón de andaluces fuera de la financiación autonómica. Un juego de cartas marcadas que se ven sobresalir bajo la bocamanga a poco que se aparten las veladuras de los ojos.

En política, pocos se resisten a ese como sea con el que un micrófono traicionero delató hace unos años al presidente Zapatero, originando esquirlas en su quebrada sonrisa de cristal, durante una cumbre Euromediterránea de Barcelona. Mucho más si acarrean esos 40 escaños largos que posibilitaran un mayor desahogo para Sánchez, sin las estrecheces de estos 84 escaños de 350 que dan coyunturalmente para no caer del alambre. Empero, en septiembre, el cable se cimbreará vertiginosamente al ser sacudido desde sus puntos de sujeción. Un endemoniado dilema, en fin, Como solventó el clásico, «quien, cuando puede, no quiere, bien es que, cuando quiera, no pueda, perdiendo por el mal querer el bien poder». Demasiado para un Sánchez que juega esta partida con algunas cartas de provecho y un comodín.