Quiso hacer un desprecio y resultó una fuga. Pretendió una humillación al aspirante y se tornó espantada. Pedro Sánchez huyó del estrado, evitó el pulso con Feijóo, temeroso quizás de recibir otra somanta como cuando el debate electoral. Pavor a la palabra ‘amnistía’, que no ha pronunciado ni una sola vez desde el 23-J. Receloso ante la posibilidad de engrandecer al rival, de sufrir algún revolcón, de quedar como Cagancho en la Carrera de San Jerónimo… En su día, Sánchez no dudó en intervenir en la moción de censura de Vox, cuando dedicó eternas parrafadas a responder a Ramón Tamames. Ahora se ha quedado encogidito en su escaño, riendo las bobadas del cuentachistes que remitió a la tarima en su lugar. Una bofetada despótica al candidato designado por el Rey, una zancadilla rastrera a los usos parlamentarios y un ultraje miserable a la sede de la soberanía nacional.
Óscar Puente, en su día alcalde de Valladolid y también portavoz efímero de su partido, ascendió inopinadamente al oratorio para hablar ‘de ganador a ganador’, su único argumento con el que jibarizar la victoria del PP en las generales. Zafio, rastrero, bronco, bravucón, grotesco, virtuoso del rebuzno, cofrade de la estridencia, un verdadero diputado ‘jabalí’ de los que pacían en el Parlamento de principios del siglo pasado. Un monologuista que, entre bromas sin gracia e injurias desmedidas, pretendió alejar del pacto del PSOE con los golpistas catalanes todo protagonismo. Era su misión, desplegar un manto de sandeces para agitar el escenario y convertir un trascendental momento parlamentario en una descomunal patochada. Y lo consiguió. La zona diestra del Hemiciclo aguantó la charada hasta que se hartó. Gritos, palmetazos, zapatazos y demás muestras de enojo se adueñaron del lugar, ya mancillado. «El club de la comedia», calificó el dirigente de los populares semejante intervención. Francina Armengol, casi debutante al frente de la Cámara, apenas logró imponer el necesario orden en la sala.
Un presidente de fiar
En medio de la natural expectación, el líder del PP había arrancado su discurso mañanero como aconsejaba Ceci B. DeMille: primero un terremoto y seguir in crescendo hasta la apoteosis final. «Amnistía», el gran tabú, el concepto maldito, fue la primera palabra que pronunció en sus dos horas de disertación. El final estuvo al nivel: «Soy un presidente de fiar, créanme. Yo sí». Se lo decía a los diputados del PNV y de Junts que, dado que representan a la carcundia más reaccionaria y cavernícola del tablero nacional, quizás podrían mostrarse molestos por el hecho de que les confundan con las heces del ‘progreso’.
Sabido es que los discursos de investidura suelen resultar tediosos. Y que Feijóo no es Churchill. Por eso en estos casos se debe aprovechar el introito y el estrambote para ofrecer los mensajes más eficaces
A esas alturas del debate, la abarrotada Cámara precisaba un poco de adrenalina y el orador apetecía algo de venganza. El gallego es muy fiero cuando arrea, comentan en su entorno. «¿Les han votado a ustedes para aplicar el plan económico de Podemos?, inquiría con mordaz ironía ante las muecas, algo contrariadas, de un Aitor Esteban, que tendrá un tractor pero no sentido del humor. Derribaba también una de las teorías más sobadas por el Gobierno al referirse a lo tranquilas que están ahora las calles en Cataluña. ¿Cómo van a protestar si les entregan cuanto piden? ¿Cómo van a echarse ahora a la calle si la vicepresidenta segunda va a buscarlos a su casa?
Sabido es que los discursos de investidura suelen resultar tediosos. Y que Feijóo no es Churchill. Por eso se debe aprovechar el introito y el estrambote para ofrecer los mensajes más eficaces y contundentes. Así se hizo. Los primeros pasos ofrecieron una variante implacable de la ‘derogación del sanchismo’, centrada ahora en la ley del amnistía que tiene ya ultimada el Gobierno en funciones con los separatistas catalanes. «Ningún fin justifica los medios y yo no paso por el aro«. Hasta la posición del Rey en octubre de 2017 ‘quedaría comprometida’, subrayó el aspirante.
Efectuó luego un retrato de Sánchez, trazo duro y brochazos implacables, como un óleo de Freud, en el que desnudó al personaje que se sentaba en la cabecera de la bancada azul y que ya tenía preparada la jugarreta de escurrir el bulto, como Curro en las tardes del miedo. No responde al compromiso con sus electores, pacta con socios en contra de sus propias promesas, antepone el interés particular sobre el general. El aludido, movimientos negativos de cabeza, quijada tensa, parecía estar algo molesto con estas referencias.
Ha hecho una pedorreta infamante a todos los españoles, incluidos sus votantes, y a uno de los puntales del Estado de Derecho, el Poder Legislativo, que ha sido objeto de una burla inaceptable por parte de quienes tienen por norma ignorar el mandato de la ley
Feijóo debía aprovechar estas horas foco con dos objetivos. Demostrar que tiene una alternativa para un país que se hunde y, al tiempo, reivindicar su liderazgo ante sus propias filas. Los seis puntos de su programa, leídos con sobria monotonía, diseñaron un marco de acción necesario y urgente. Faltó quizás una pizca de épica y algo de arrojo en una prosa bienintencionada, pulcra y transparente. La independencia de la justicia y los insultos a los ‘jueces fachas’, la libertad de lengua en las escuelas, la persecución fiscal a las clases medias -‘así gobierna cualquiera’-, el adoctrinamiento en las aulas…desfilaron en un discurso conciliador, rebosante de ofertas de pactos, de escenarios de progreso, que recobró vuelo al final, cuando ya los asistentes reclamaban un tentempié, con una inevitable referencia a la Santa Transición, de cuya memoria apenas alguien en el partido de Gobierno quiere acordarse. Entre los invitados estaba el hijo de Adolfo Suárez Illana como testigo.
Con su pirueta sobrevenida, muy propia de un personaje capaz de cualquier ignominia, Sánchez ha convertido el Parlamento en un chiste y la normalidad democrática en una excepción, una reliquia del pasado. El jefe del Gobierno no sólo se ha burlado de la Cámara, de las instituciones, de los ocho millones de españoles que votaron al Partido Popular y hasta de su propia formación, a la que ha dejado a la altura de una pandilla navajera. Parachutando a Puente como interlocutor del aspirante, ha consumado una impensable pedorreta a uno de los puntales del Estado de Derecho, el Poder Legislativo, que acaba de ser objeto de una falta de respeto sin precedentes en quien ostenta la titularidad del Ejecutivo.
Feijóo se convirtió en indiscutible vencedor por incomparecencia del rival. Sale reforzado, más firme de lo que entró, en lo que ha colaborado el nervioso ardid del líder socialista, que sigue esperando ‘su tiempo’ mientras erosiona su figura
El capo de la banda de Frankenstein dinamitó este martes el arranque de la investidura para camuflar sus andanzas con el forajido de Waterloo, para pasar página del vergonzante libreto de sus pactos. Feijóo, lógicamente, se quedó pasmado ante un desaire impropio de un entorno democrático. Recompuso luego la figura y se erigió en el dueño de la fiesta. Sacudió a modo al espontáneo Puente, que se volvió caliente a Valladolid, mantuvo amables fronteras con Abascal, al que ofreció ambiguas muestras de cordialidad y, luego, irritado ya por tanta infamia, dedicó sonoras golpadas dialécticas a diversos voceros de Sumar, muy en especial a Marta Lois, incomprensible gallega, empeñada en debatir sobre una fotografía que nadie atinaba a descifrar. «No sé si todos los de Sumar caben en un cohete», ironizó el gallego, en alusión a reciente vídeo sicalíptico de Yolanda Díaz.
Una inconcebible rebatiña vespertina que relanzó la moral, y el tono, del aspirante a la Moncloa, que se convirtió en indiscutible vencedor por incomparecencia del rival. Sale reforzado, mucho más firme de lo que entró, en lo que ha colaborado el nervioso ardid del líder socialista, que sigue esperando ‘su tiempo’ mientras erosiona su figura, salvo para los fanáticos ciegos y bolsillos agradecidos.
«Pueden ocurrir en España muchas cosas, indudablemente. Una de ellas no es imposible que sea la ruina definitiva, el total hundimiento de España». El anuncio de Gaziel, ahora más actual que nunca.