EL CONFIDENCIAL 26/09/16
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· Es peligroso porque, poseído por el mesianismo de los perdedores y la fuerza de aspersión de los fracasados, tiene sometida a buena parte de los dirigentes de su partido
El 20 de diciembre de 2015, el PSOE registró el peor resultado electoral de su historia con 90 diputados (perdió 20). El 26 de junio de 2016, el PSOE perforó ese peor registro electoral con 85 diputados (perdió cinco). Ayer, 25 de septiembre de 2016, el PSE-PSOE registró su peor resultado electoral en Euskadi desde 1980 con nueve diputados (perdió siete) y el PS de Galicia obtuvo 14 escaños (perdió cuatro), a un escaño de distancia de su también peor registro electoral en aquella comunidad.
En todas estas citas con las urnas, los socialistas han estado liderados por Pedro Sánchez, secretario general del partido. Ayer, no presentó su renuncia al cargo. Ni siquiera hizo acto de presencia ante los medios de comunicación. No se atrevió, como hizo el 21 de diciembre del año pasado, a afirmar ufano que el socialismo “ha hecho historia”. No se atrevió, y sin embargo la hizo, porque desde el inicio de la democracia en España nunca antes el PSOE se ha aproximado tanto al abismo de su ruptura interna ni ha estado tan cerca de introducirse en un proceso de descomposición similar al de sus correligionarios griegos.
Pero Pedro Sánchez no solo es peligroso porque conduce al PSOE hacia su destrucción. También lo es porque desde que asumió la dirección del partido, el populismo de extrema izquierda de Podemos —el más radical de Europa por ese flanco— ha logrado instalarse tanto en las Cámaras legislativas nacionales como en prácticamente todas las comunidades autónomas, gracias no solo a la concurrencia de factores propios de una crisis arrasadora, sino también, y sobre todo, porque el PSOE de Sánchez franqueó su entrada en la base del poder municipal a cambio de que los morados completasen las precarias mayorías socialistas. El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha debilitado a su partido de manera clamorosa en las tres nacionalidades históricas españolas: en Cataluña, en el País Vasco y en Galicia. En los tres territorios ha medrado el populismo hasta el punto de rebasar holgadamente al socialismo.
Pero Pedro Sánchez no solo es peligroso porque está descoyuntando al PSOE y alimentando al populismo extremista. También lo es porque, siendo un perdedor, no asume que lo es, ni admite que su partido requiere de un tratamiento de choque, de tal manera que adopta una posición tozuda, tosca e irracional que somete al sistema democrático a una presión que no va a poder soportar. Su pretensión de un Gobierno ‘de cambio’ sería inverosímil para cualquier líder del socialismo español que tuviese en la cabeza una cierta idea del Estado. Su afán de poder —y quizá de resentimiento— le lleva a manejar la hipótesis de pactar con el secesionismo catalán y con el populismo, que son las dos fuerzas políticas extremas solo unidas por el interés de reventar la Constitución de 1978.
Su pretensión de un Gobierno ‘de cambio’ sería inverosímil para cualquier líder del socialismo español que tuviese en la cabeza una cierta idea del Estado
Pero Pedro Sánchez no solo es un hombre peligroso por las razones anteriores, sino también porque, poseído por el mesianismo de los perdedores y la fuerza de aspersión de los fracasados, tiene sometida a buena parte de los dirigentes de su partido bajo la amenaza de practicar el peor de los peronismos mediante esa democracia directa que apela a la militancia para transferirle las responsabilidades que son suyas y solo suyas. Por todas estas razones, Pedro Sánchez es un hombre peligroso. Y tanto lo es que ni los avezados dirigentes socialistas —linchados en las redes cuando le han criticado— se atreven a plantarle cara y asumen, gregariamente, el desmantelamiento progresivo de su organización, el deterioro de los valores constitucionales que la debilidad socialista propicia y el maltrato al sistema institucional que provoca. Sánchez es, políticamente hablando, un peligro público. No debería disponer de más oportunidades para demostrarlo.