ANTONIO R. NARANJO-El Debate

  • El presidente del Gobierno ha acusado a este periódico de fabricar un bulo: la única ‘fake news’ es él mismo, desde el principio hasta el final de sus días
De la capacidad de mentir de Pedro Sánchez, que no le dice la verdad ni al médico, da cuenta una larga ristra de trolas, bolas, trampas y trucos que lo abarcan todo y transforman a Pinocho en un tierno ejemplo de sinceridad extrema.
Su mentira comenzó antes de llegar a la Secretaría General del PSOE, cuando convirtió a sus propios compañeros en «colaboracionistas» de Rajoy por negarse a seguir bloqueando su investidura tras dos elecciones generales en seis meses, cuando en realidad estaban frenando el pacto nefando que luego perpetró con todo el separatismo vasco y catalán.
Y siguió cuando, para justificar una moción de censura tan legal como espuria, apeló a una sentencia menor convenientemente afinada por un juez amigo y la aderezó con un canto a la transparencia y la higiene democrática mientras él plagiaba ya su propia tesis doctoral e iniciaba la trayectoria más opaca, caciquil y cesarista que nunca ha tenido ni tendrá presidente alguno de cualquier color y condición.
Desde entonces, ha mantenido la mentira como epicentro de su discurso, de su gestión y de su día a día, reforzándola con un aparato mediático siempre dispuesto a adecentarla para darle una apariencia de veracidad incompatible con los hechos reales.
Así hemos llegado al cénit sanchista en una entrevista con Ana Rosa Quintana en la que, con el desparpajo habitual del personaje, se ha atrevido a acusar a este periódico de inventarse una noticia para dañarle, con una mentira indigna no ya de un presidente del Gobierno, sino del humilde charcutero del mercado de la esquina.
Porque Sánchez, el que pacta con Bildu y luego dice que jamás pactará con Bildu, sostuvo que El Debate convirtió su presencia en una Cumbre Iberoamericana oficial, encabezada por Felipe VI, en una especie de guateque en la República Dominicana al que el acudió, con todos los gastos pagados, en compañía de su mujer y 25 amigotes.
No solo se negó a intentar explicar por qué se sirvió de los recursos públicos para organizar, aprovechando que los españoles le financiaban con sus impuestos la expedición, otro acto paralelo de la Internacional Socialista, el club privado que él encabeza y nada tiene que ver con su condición de jefe del Ejecutivo. Además escondió premeditadamente ese dato y le cargó un bulo inexistente a un diario decente, que lo documenta todo, para parecer la víctima y no el atracador que es.
De alguien que fue capaz de mentir sobre una pandemia letal, para celebrar el 8-M y disparar los contagios que provocaron un confinamiento inconstitucional una semana después de permitirlo, nada puede ya sorprender.
De alguien que se ha pagado el apoyo de Otegi con la impunidad a plazos de terroristas y la adaptación de la memoria democrática a los intereses batasunos, poco puede escandalizar.
Y de alguien que, mientras España bate récord de empobrecimiento, deuda, paro, precariedad, carestía y devaluación salarial; presume poco menos de competir en prosperidad con Suiza o Dinamarca, nada puede ya indignar.
Pero sí hay que recalcar, por la indispensable regeneración democrática que necesita España, de la misma magnitud que una reforma de la Administración y otra de la economía, que llevamos muchos años padeciendo a un mentiroso compulsivo en la Moncloa, un tramposo sin parangón que se sirve del Estado para camuflar sus fechorías y un indecente personaje que, cuando la realidad, los hechos, los documentos y las evidencias le atropellan, señala inquisitorialmente a los pocos que se atreven a destaparle, los coloca en una diana pública y utiliza los recursos del Estado y sus poderes políticos para actuar con impunidad y acallar a la disidencia.
Sánchez no es un presidente. Es una mezcla de tirano y de capo al que, salvo que otro de sus trucos vuelva a salvarle, le quedan poco más de dos semanas de Falcon. En ello nos va la supervivencia del Estado de derecho.