- El presidente sabe que su intención de voto no va a subir. Le basta con ser segundo y que el PP se le acerque al perder las posiciones ganadas en mayo
¿España va mejor? No fue una frase interrogativa la que empleó el presidente del Gobierno en su último y fugaz paso por el Congreso. Los meses de alarma confirmaron su alergia al control parlamentario. Cuando Sánchez afirma “España va mejor” más vale ponerse en guardia, aunque poco importa al presidente su credibilidad a estas alturas si el fin, la frase, justifica la solemnidad. El paso del actual jefe del Gobierno por el poder no se recordará como un tiempo de concordia y de resolución de problemas en beneficio del común. Su enmienda total a la Transición echa el asfalto en la vereda abierta por el Gobierno Zapatero hace más de diez años. Al quebrar la ley de Amnistía echa abajo el edificio constitucional de 43 años insólitos en la historia de España. Ya se tocan los cimientos. Tiene tarea el Constitucional con la llamada Ley de Memoria Democrática si para entonces le queda algo de esencia, dicho con respeto, a esta institución manchada por la última renovación. Sánchez pilota la nave de su poder, el Falcon lo lleva otro, trazando una estela personal desde el primer día. Todo lo sólido se derrite a su paso. Tras empeorar su resultado hace dos años, con respecto a las generales de abril de 2019, se agarró a Frankenstein después de renegar del artefacto, en público, horas antes de abrirse las urnas.
Enrique Santiago, secretario de Estado del Ministerio de Asuntos Sociales, abogado de los narcoterroristas de las FARC, abierto simpatizante del castrismo, pone patas arriba el 78
Se culpa a Rivera de no haber pactado con Sánchez, aquel verano del 19, un Gobierno que ahora mismo con 180 diputados ofrecería, no deja de ser un acto no consumado y por lo tanto un supuesto, moderación con la presencia de aquel Ciudadanos de la primera hora. Nada que ver con la deriva actual de la coalición de socialistas y comunistas, única en la Unión Europea, en la que el secretario general del PCE, Enrique Santiago, secretario de Estado del Ministerio de Asuntos Sociales, abogado de los narcoterroristas de las FARC, abierto simpatizante del castrismo, pone patas arriba el 78. Ni su partido, ni por supuesto el PSOE de Sánchez se parecen a los actores decisivos de la izquierda en la Transición, abierta en canal y herida con la Ley de Memoria Democrática.
En el debe de Rivera hay que apuntar algo menos de la mitad de la culpa porque si Sánchez se pone a la tarea de gobernar con Ciudadanos otro gallo nos estaría cantando, con mejor tono, lo de “España va mejor”. En estos días de noviembre, Sánchez calibra el momento adecuado para volver a llamar a las urnas en lo que queda de legislatura. El resultado del 4 de mayo con la derrota a manos de Ayuso, una mayoría absoluta hubiera sido una estocada hasta la bola, alejó la tentación del adelanto. El trago iba para largo hasta que el PP se ha puesto a la tarea de destruir la ventaja conseguida en las encuestas gracias al impulso de la victoria de Ayuso en las autonómicas. El marco mental de la existencia de una alternativa tarda en construirse mucho más que en evaporarse.
La subida de las cotizaciones sociales, el impuesto que grava el trabajo para pagar las pensiones, acordada sin los empresarios traza una línea, rompe la baraja e inicia el juego
Los sondeos empezaron a detectar en septiembre el frenazo en el crecimiento de la distancia del PP con el PSOE. Hasta Sánchez se ha dado cuenta. No tiene que hacer nada ni decir mucho más. Para eso están los ingenieros al mando en la torre de control de Génova con sus turbulencias. El presidente sabe que su intención de voto no va a subir. Le basta con ser segundo y que el PP se le acerque al perder las posiciones ganadas en mayo. Cuanto más se equivoque el PP, mejor para el camuflaje del Gobierno Sánchez. Ni el precio de la luz va a ser igual que en 2018, ni las navidades las de la recuperación, como proclamó el propio Sánchez en el congreso de los socialistas madrileños, sino de la inflación.
Una vez más sucede todo lo contrario y los gobiernos autonómicos han salido en tropel a las ventanillas judiciales para autorizar el pasaporte covid para entrar en los interiores de los locales del ocio, de momento. Con el adversario distraído, a Sánchez solo le queda manejar el incómodo contrato de reformas firmado con la Comisión Europea a cambio de los fondos de recuperación. La subida de las cotizaciones sociales, el impuesto que grava el trabajo para pagar las pensiones, acordada sin los empresarios traza una línea, rompe la baraja e inicia el juego. El presidente llevará el pacto al BOE, hecho consumado a examen de Bruselas. Si cuela tendrá expedito el camino para hacer lo mismo sin la CEOE en la reforma de la legislación laboral que la propia UE le impuso a España a cambio de evitar el rescate en el año 2012. ¿España va mejor? A Sánchez a estas alturas de noviembre incluso mejor. Le va estupendamente al superviviente del día a día.