- Desorientado y sin argumentos, Sánchez se aferra a los viejos hechizos, a las palabras desgastadas que un día le funcionaron con eficacia. Desnortado y perdido, deambula como un zombi rumbo al trastazo andaluz
Cuando terminó su comparecencia, se giró hacia la derecha del estrado y alargó la mano con ánimo de saludar a quien fuera que allí estuviera. No había nadie. Un vacío desolador. Joe Biden saludó a un fantasma y buscó luego, como un zombi, la puerta de salida ante la estupefacción de un público atónito. El presidente de los Estados Unidos protagoniza, desde ya hace tiempo, algunas escenas de este tipo, entre el despiste circunstancial y la creciente constancia de que muestras signos de descoordinación mental. O sea, que está algo gagá. Ya nadie lo ignora, ni siquiera se disimula, aunque en la Casa Blanca se le quita importancia. Es un hombre de 79 años y tiene algunos achaques propios de esa edad. Cierto, es asunto natural y frecuente. El problema es cuando esa persona está al frente de la primera potencia mundial en uno de los momentos más inquietantes, incluso pavorosos, de la Historia contemporánea. No, así no se pude gobernar ni Estados Unidos ni la guardería de la Casa Blanca.
Cuando Pedro Sánchez, en su entrevista en A3, se giró a su diestra para saludar a «la extrema derecha», ese espectro fantasmal al que siempre recurre cuando huele a urnas, se topó con la nada. El vacío. Eso de la ‘extrema derecha’ es un truco que ya no rula. Ya pasó, no cuela, esa historieta apesta a guisote recalentado, a vieja patraña desportillada e intragable. En su amigable charla matinal con Susana Griso, el presidente del Gobierno dejó al descubierto dos flancos en los que quizás ni siquiera ha caído. Por un lado, cuando habló de gobernar ‘con lo representa Yolanda Díaz’, lo que quiera que eso sea, asumió por vez primera vez el hecho de que no se ve ganador y que va a precisar de la pastorcilla de Pablo Iglesias para redondear la suma necesaria. «Yo sólo no puedo», le faltó decir. Jamás se contempló semejante rapto de humildad, y aun de encendida modestia, en el personaje político más soberbio, altanero y narcisista que recuerdan los tiempos. Y lo más importante, evidenció un vacío argumental tan escandaloso que altos dignatarios del socialismo han empezado a contemplar con escepticismo la labor del grisote Bolaños y los engañabobos Migueles (Barroso y Contreras), el núcleo duro y artífices primigeios de la estrategia política del presidente.
Sánchez deambula ya con cara de zombi rumbo al gran trastazo de las elecciones andaluzas. Toda su artillería dialéctica se reduce, en estos momentos de zozobra mundial y de angustia nacional, a juguetear con esos viejos clichés ya desgastados
Un desastre. Sánchez, inseguro y vacilante, se esforzó en su desempeño habitual como rey del ‘manzanas traigo’, esto es, responder cualquier cosa menos a lo que se le pregunta. En esta ocasión, sin embargo, sus regates resultaron un esfuerzo penoso. La evidencia de un desgaste sin paliativos.
-¿Por qué no baja los impuestos como han hecho otros gobiernos europeos?’
-Puff lo de Rato, pues anda que lo de Montoro. Y los recortes…
-Tenemos la mayor inflación de Europa aunque ‘la guerra de Putin’ es igual para todos.
-Ya pero mire, el PP es el partido de la corrupción.
-España padece el mayor desplome del PIB de la órbita occidental.
-Ah!, la extrema derecha, en fin, ya sabe, la extrema derecha.
El reloj de la Moncloa atrasa unos cuantos años. Sánchez deambula ya con cara de zombi rumbo al gran trastazo de las elecciones andaluzas. Toda su artillería dialéctica se reduce, en estos momentos de zozobra mundial y de angustia nacional, a juguetear con esos viejos clichés ya desgastados, esa retahíla de eslóganes tumefactos sobre Vox, el fascismo, la alerta democrática y hasta la Gurtel. ¿Se puede ser más mediocre? ¿Se puede estar más despistado? Semejante actitud evidencia su absoluta desorientación mental y su enorme confusión política. Alcanzada la velocidad de crucero de sus incoherencias, llegó incluso a airear con singular desparpajo los casos de las mascarillas y las comisiones en Madrid, a lo que le recordó Núñez Feijóo, con su natural ponderación, quien tiene imputados es el Gobierno, y no uno o dos, sino cuatro. No se puede afrontar con semejante indolencia, falta de preparación, escasez de datos, frivolidad de actitud y orfandad de recursos una entrevista en un momento crítico para el país.
¿Nadie en su entorno de confianza es capaz de decirle que con semejante palabrería, inconexa y desnortada, transmite la imagen de un dirigente gagá, fuera del mundo, negado para percibir las verdaderas urgencias que tiene planteadas España, que muy poco tienen que ver con si el PP pacta con Vox o si el alcalde tiene un primo que una día le pasó un mail a un comisionista hortera?
«El negro batallón avanza por la llanura», advierte Séneca. El presidente, temeroso de que su tiempo concluye, se revuelve en forma desordenada contra su destino. Desprovisto de armas poderosas, de recetas infalibles, se aferra a tres viejas fórmulas, potriñosas y oxidadas, que en su día funcionaron como eficaz hechizo: Recortes, corrupción y Vox. Momentos antiguos que dieron razón y relieve a tales palabras. Todo eso ya pasó. Ya sólo le queda emprender al arte de la huida, si es que atendiera el consejo de Plutarco.