Nacho Cardero-El Confidencial
- La falta de una estrategia uniforme en el exterior y los demonios internos dan al traste con los planes de Moncloa
Ha causado sorpresa en la prensa argentina la defensa cerrada de Pedro Sánchez al Gobierno de aquel país en sus negociaciones con el Fondo Monetario Internacional y el Club de París para la reestructuración de la deuda. “Nuestro apoyo es absoluto y total”, manifestó Sánchez en la Casa Rosada, flanqueado por el presidente argentino, Alberto Fernández, y la cohorte de empresarios patrios que suele acompañar al Ejecutivo español en estos viajes, de Antonio Garamendi (CEOE) a Trinidad Jiménez (Telefónica), pasando por Javier Sánchez-Prieto (Iberia).
Ni los más fervientes peronistas se esperaban un apoyo semejante por parte del mandatario español. ¿Por qué se manifiesta contra el FMI y se pone del lado del kirchnerismo? ¿Por qué lo hace justo en un momento en que las compañías españolas amenazan con darse a la fuga por el trato recibido y la galopante crisis económica? ¿Por qué una posición tan descarada en favor del peronismo cuando es el partido radical, miembro de la Internacional Socialista a la que pertenece el PSOE, quien lidera la oposición?
Pudiéramos pensar que todo ello obedece a una oscura estrategia de tintes doctrinarios que lleva al Ejecutivo español a rechazar los enunciados más ortodoxos y abrazar ese populismo que campa a sus anchas en el continente americano y en el que Podemos se mueve con soltura, pero ni siquiera parece que sea así. Tal y como ha ocurrido con Marruecos, los motivos están lejos de resultar ideológicos. La explicación, más bien, se encuentra en la política errática de Exteriores, que va sembrando de minas nuestras relaciones internacionales allá por donde pasa y que ha puesto en la picota a la ministra González Laya.
Biden nos ha tenido cinco meses en el dique seco. Hay determinadas líneas rojas que ningún dirigente norteamericano puede cruzar
Estos vaivenes que proyecta el Gobierno de España, sumados a los quilombos internos, como los indultos a los presos del ‘procés’ o los sondeos a la baja que dan las encuestas tras la derrota del 4-M, abortan el plan de Sánchez de convertirse en referente en la Unión Europea, una vez que ha sacado adelante los Presupuestos, la recuperación económica toma velocidad de crucero y la primera partida de fondos europeos llama a la puerta, todo ello aderezado con una pizca de transición ecológica y otro tanto de Agenda 2030. La falta de una estrategia uniforme en el exterior y los demonios internos dan al traste con los planes de Moncloa.
Ni siquiera el encuentro de este lunes de Sánchez y Biden en el marco de la cumbre de la OTAN puede interpretarse como un éxito de la diplomacia española. Han pasado casi cinco meses desde que este último jurara el cargo como 46º mandatario de los Estados Unidos sin que se hubiera producido, hasta ahora, contacto alguno. Nos han tenido cinco meses en el dique seco. Hay determinadas líneas rojas que ningún dirigente norteamericano puede cruzar.
El hecho de que Sánchez cuente con comunistas dentro de su Ejecutivo, obviamente, influye en las relaciones de ambos países. Lo ponía negro sobre blanco el diplomático Inocencio Arias: “España es el único país de la OTAN que tiene comunistas en su Gobierno. Eso no puede entusiasmar ni a Biden, ni a Obama ni a Lincoln saliendo de la tumba. A juicio de los EEUU, coqueteamos demasiado con regímenes como Cuba o Nicaragua”.
Tampoco parece muy acertado relacionar el encuentro de los dos mandatarios como un gesto de distensión tras la crisis de Rabat, tal y como ha pretendido Moncloa. No lo es. Que Biden se haya distanciado de su antecesor en el cargo, Donald Trump, quien reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental para hacerle un favor a Israel, no significa que el nuevo Gobierno de los EEUU vaya a hacer seguidismo de las tesis españolas.
A lo único que son sensibles los norteamericanos es a nuestra localización. Así ha sido desde que EEUU y España firmaran los pactos de Madrid bajo la dictadura de Franco. Las bases españolas son efectivas y eficientes para el despliegue rápido de contingentes pequeños con apoyo aéreo. Ellos no quieren irse y nosotros tampoco tenemos interés en echarlos, así que no necesitamos malgastar el tiempo haciendo ver que nos cuidamos mutuamente.
Lo de Biden y Sánchez, por tanto, no es ninguna ‘love story’. Se parece más bien a la relación que hay entre un casero que no da la lata y un inquilino que paga en los siete primeros días del mes, la justa e imprescindible para que no se deteriore.
¿Influencia? ¿Acaso alguien se pregunta por la opinión de España en materias sensibles en el ámbito internacional?
Las relaciones exteriores de cualquier país son siempre una proyección de su situación interior. Si esta última deja que desear, como sucede con España, donde la clase dirigente vive de la política, que no para la política, los resultados devienen funestos. ¿Acaso alguien se pregunta por la opinión de España en materias sensibles en el ámbito internacional? Pues eso.
Solo podemos presumir de habernos reconvertido en un monaguillo aplicado de Merkel y Macron a cambio de poder amarrarnos al eje franco-alemán y así evitar ser arrastrados por el torbellino de nuestros propios fantasmas internos.
En Latinoamérica, donde España presumía de ser país de referencia, hemos dejado de ser un buen compañero de viaje. Ejemplo de ello es que no cuentan con nosotros para hablar de Venezuela, por razones obvias. No somos fiables. En África del Norte, nuestros intereses están solo parcialmente alineados, y en el África Subsahariana nuestro papel brilla por su ausencia. Y mejor no hablar de Asia. Allí ni siquiera saben que existimos.