Nacho Cardero-El Confidencial

La sociedad civil y el mundo de la empresa han ido por delante de las Administraciones. Lo han hecho por lealtad, pero también por miedo

Ya estamos en 832. Por eso, Pedro Sánchez rectifica y anuncia el cierre de la actividad económica de servicios no esenciales. España sigue los pasos de Italia. Es cuestión de días que veamos a nuestro país compitiendo por liderar el ranking de mayor número de fallecidos por Covid-19. Entonces abriremos los ojos y nos preguntaremos qué ha sucedido para que hayamos fallado con tanto estrépito en la crisis del coronavirus. Por qué tantos muertos.

«Es uno de los momentos más oscuros y dramáticos de la historia reciente de España», sentencia Giles Tremlett en ‘The Guardian’. «El gobierno socialista de Pedro Sánchez ha reaccionado tarde y torpemente». El Ministerio de Trabajo prohíbe los despidos sin haber realizado un impacto económico previo; Sanidad devuelve un pedido de 640.000 test defectuosos anunciado en ‘prime time’ por el presidente del Gobierno; Exteriores se excusa de haber comprado unas gangas que «luego evidentemente no lo son»…

Es como si amaneciéramos todos los días con un 11-M. Como aquella fatídica fecha, pero multiplicado por tres. Un día tras otro

Es como si amaneciéramos todos los días con un 11-M. Como aquella fatídica fecha, pero multiplicado por tres. Un día tras otro. Madrid ha habilitado una morgue en el Palacio de Hielo y otra en la Ciudad de la Justicia ante la saturación de las funerarias. Esta vez no hay manifestaciones. No se puede salir a la calle. Después de que Fernando Simón —incomprensible que continúe en su puesto— comparezca en rueda de prensa para comunicarnos los fallecidos y hacer unos pronósticos que no se cumplen, el español medio se prepara el vermú, ojea la programación de Netflix y abre las ventanas para airear.

Nos hemos acostumbrado demasiado fácil a la cifra por eso de que lo importante es tratar de conservar «el trabajo, la familia, el televisor grande que te cagas, la buena salud, el colesterol bajo, la hipoteca, y así ir tirando, mirando hacia delante, hasta el día en que la palmes», decían en Trainspotting. Antes de aplaudir a las 20 horas, Facetime en familia.

 La sociedad se ha amoldado lo más dignamente posible a la situación y ha sido comprensiva con su clase política. Más de lo que le correspondería. La sociedad civil y el mundo de la empresa han ido por delante de las Administraciones. Lo han hecho por lealtad, pero también por miedo. Toca arrimar el hombro.

Esta semana, cuando se alcancen nuevos máximos de fallecidos y comiencen a conocerse los primeros datos económicos derivados de la crisis, desde los parados al hundimiento de los precios, habrá una sacudida en la opinión pública. Cientos de miles de españoles en la calle y muchas empresas sin poder costear las nóminas. Se pedirán responsabilidades. Adiós al trabajo, adiós al televisor grande que te cagas, adiós a la tregua.

Hay quien todavía quiere justificar que este descontrol —mira lo que le ha ocurrido a Boris Johnson en Reino Unido— es lugar común de los países occidentales y que poco se puede hacer para atajar lo imparable. Pero lo cierto es que España siempre ha ido por detrás. Una tras otra, sus previsiones se han visto superadas acarreando un coste que no se puede medir solo en puntos de déficit de PIB.

Los mandatarios no parecen sentirse concernidos por la variable ‘t’ de tiempo. Durante más de 72 horas, la CAM no recibió ni una sola mascarilla

A finales de la semana pasada, durante más de 72 horas, la Comunidad de Madrid no recibió ni una sola mascarilla del Ministerio de Sanidad. Tan solo 600 batas y 2.000 guantes. Setenta y dos horas son muchas horas. Según datos de la CAM, desde que comenzó la crisis, el Ministerio solo ha suministrado 1,7 millones de unidades de todo tipo de material a la comunidad, «cuando nuestros centros sanitarios consumen solo en un día 2,1 millones».

Son los propios hospitales los que, ‘alea jacta es’, se están aprovisionando por su cuenta. Lo hacen con bolsas de basura en sustitución de batas impermeables, gafas de buceo del Decathlon, gorros de ducha de hoteles y chubasqueros desechables.

El ministro Illa cometió el error de incautar el material sanitario que cruzaba por nuestras fronteras y ahora ningún proveedor quiere suministrar a España. Para un puñado de mascarillas hay que ponerse a la cola. Las partidas ya están reservadas para Alemania ‘et alii’, que se han adelantado. Tampoco el Partido Popular está para muchas caceroladas contra el Ejecutivo socialista. Los dos aviones con suministros que la Comunidad de Madrid anunció que había adquirido a China ni han llegado a Barajas ni parece que vayan a llegar.

Los mandatarios no parecen sentirse concernidos por la variable ‘t’ de tiempo, cuando no hay que ser un genio matemático para saber que al ganar un día, unas horas, a la pandemia, lo que haces es disminuir el factor de multiplicación, lo que luego se traduce en vidas humanas. Tarde y mal. Solo así se puede definir la gestión del Ejecutivo. Estamos surfeando la pandemia con unos capitanes que jamás han salido a alta mar.

«¿Quieres salvar la Línea Río Norte, o no? Si el ferrocarril pudiera permitírselo, arrancaría cada trozo de raíl de la red y lo sustituiría. Hay que reemplazarlo todo. Nada de lo que hay aguantará mucho más. Pero no podemos permitírnoslo. Primero hay que salir de este bache. ¿Quieres que salgamos adelante, o no?», preguntaba Dagny Taggart en ‘La rebelión del atlas’. Con las UCI colapsadas y sin respiradores, la cifra de fallecidos no va a mejorar. No lo va a hacer por mucho que diga Fernando Simón. Se necesitan líderes y decisiones rápidas, imaginativas y contundentes. ¿Queremos salir adelante o no queremos salir adelante?