Isabel San Sebastián-ABC
- Al pacto con los bilduetarras habrá que contraponer una alianza del centro-derecha por la libertad y por España
En el caso de EH-Bildu, la expresión «pactar con el diablo» adquiere un sentido literal que corresponde exactamente a lo que ha hecho Pedro Sánchez. Pactar con el diablo entendido como sinónimo de abyección, de inmoralidad, de la más absoluta vileza. Pactar con los representantes y herederos de ETA. Pactar con quienes señalaron víctimas a los pistoleros, les brindan coartadas ideológicas y jamás han condenado sus crímenes o amenazas. Pactar con la peor escoria de nuestra fauna política. La formación conducida por el terrorista Arnaldo Otegui es legal, sí, pese a no reunir los requisitos indispensables en una democracia, porque ese blanqueamiento fue el precio que pagó Zapatero a cambio de que su brazo armado nos perdonara la vida. El
Tribunal Supremo había acreditado sobradamente su vinculación con la banda asesina, pero el entonces líder socialista obtuvo otro veredicto del Constitucional a fin de consumar su infame «proceso». Un proceso fruto de la cobardía, unida a un revanchismo enfermizo, cuyas consecuencias empezamos a entrever en toda su crudeza.
El jefe del Gobierno ha pactado con el diablo encarnado políticamente en Bildu porque esa cópula encaja a la perfección en el esquema de su asociación con comunistas y separatistas. No tenía necesidad alguna de abrazarse a quienes tienen las manos manchadas de sangre. Mucho antes de firmar el documento de la vergüenza que acredita su traición, el PSOE contaba con el respaldo de Ciudadanos para sacar adelante la votación de un estado de alarma de dudosa necesidad en términos de salud pública y que el presidente ha utilizado para laminar las garantías que nos brinda el Estado de Derecho. La teoría del «mal menor» esgrimida como justificación de esa ignominia constituye por tanto un burdo engaño, no solo porque EH Bildu es en sí misma el mal, sino porque la prórroga anhelada por Sánchez para seguir ejerciendo de tirano estaba garantizada con el «sí» de los naranjas. La consigna lanzada en paralelo por la factoría Lastra, consistente en culpar al PP, resulta tan insultante para cualquier inteligencia que no merece ser comentada.
Sánchez avanza a paso firme en el proyecto de liquidación del régimen constitucional que conocemos y aprovecha esta terrible pandemia para embarcar en él con luz y taquígrafos a quien tuvo un papel protagonista en su gestación, aunque haya permanecido en la sombra por lo escandaloso de su presencia. Se nos intenta hacer creer que es cosa de Pablo Iglesias, que en realidad es el socio de Podemos quien alimenta la relación con la serpiente venenosa, cuando lo cierto es que el vínculo del socialismo con los bilduetarras viene de lejos. Tras las elecciones autonómicas se tradujo en la formación de un gobierno de perdedores en Navarra, abocada a su absorción por el País Vasco, y allí bien pudiera manifestarse en la expulsión del PNV del poder que ha ejercido en las últimas décadas y su sustitución por una coalición semejante. De momento, independentistas de derechas e izquierdas se disputan ante sus respectivos electorados el título de chantajista mayor del jefe del Ejecutivo español, quien paga su supervivencia con nuestro dinero y soberanía. Solo hay un modo de frenar esta deriva, y es echándolo de La Moncloa. Es posible que nos ayude la Unión Europea imponiendo al inevitable rescate económico unas condiciones que rompan el tándem Sánchez-Iglesias y obliguen a convocar elecciones. Si es así, al pacto con el diablo habrá que contraponer una alianza del centro-derecha por la libertad y por España, salvando las diferencias que sea preciso salvar. Tal vez sea ésa nuestra última oportunidad.