Si nos retrotraemos a los años treinta del siglo pasado, los apoyos de los que disponía el pueblo judío eran pocos y débiles. El antisemitismo triunfaba en occidente y no tan solo entre nazis y fascistas. La propia URSS ejecutó numerosos pogromos contra hebreos, la mayoría médicos, abogados o pertenecientes a profesiones liberales, porque dudaba de su adhesión. Era, por cierto, el mismo país comunista que ayudó a que estallara la segunda guerra mundial merced a su pacto con Hitler, repartiéndose Polonia a medias con los nazis o callando como puertas cuando el Reich invadió Francia, deteniendo a millares de opositores, eso sí, sin tocarles un pelo a los comunistas. Picasso mantuvo, por ejemplo, su estudio abierto en París. Recordemos al lector que los dos primeros movimientos de resistencia en Francia los organizaron policías y masones en contra del PCF de Thorez. El antisemitismo de la zurdería viene, a poco que se haya leído algo, de muy antiguo. El judío era el prototipo de burgués y ya se sabe lo que hay que hacer con esta gente. No extraña nada, pues, que Yolanda Díaz grazne en contra de Israel como si fuera la portavoz de Hamas o que Sánchez haya propiciado el reconocimiento de un estado palestino.
Ante los que se rasgan las vestiduras llamando genocida al pueblo judío me permitiría hacerles una observación. ¿Cuántos atentados ha perpetrado el pueblo hebreo en Occidente y cuántos la OLP, Septiembre Negro, Hamás, los Hermanos Musulmanes, el ISIS o como quiera que se enmascare el islam de Yihad, burka y cabeza cortada? Israel no ha cometido ni uno. Ha asistido a la profanación de cementerios judíos, sinagogas, a la intimidación a rabinos y particulares, y nunca le ha dado por reaccionar violentamente contra ninguna democracia.
En Gaza la ayuda humanitaria en materia comestible se la quedan las milicias de Hamás y la revenden a precio de oro
Repasemos por encima por no eternizarnos, los cometidos en occidente por los palestinos-árabes que ahora Sánchez reconoce entre flores y miradas seráficas: el de los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, el de las Torres Gemelas, el del Pentágono, el de la sala da fiestas Bataclán en París así como también el del semanario satírico Charlie-Hebdo, el de Londres, los de Bruselas, los de Berlín, el de Atocha y más recientemente el de las Ramblas, los crímenes unabomber como el del profesor francés al que le rebanaron el cuello y cientos de ellos más – casos aislados, dicen los gobiernos timoratos -, y dejémoslo porque la lista comparativa no merece comentario alguno más que el de la indignación. En Gaza la ayuda humanitaria en materia comestible se la quedan las milicias de Hamás y la revenden a precio de oro, utilizan el dinero europeo para crear una red de túneles donde ocultarse o esconder a sus rehenes, tiran de los hilos de esa izquierda entreguista y odiadora que sería la primera en ser exterminada si se aplicase en España la Sharía, y fomentan el viejo chivo expiatorio del el odio al judío.
Es evidente que toda persona debe ser respetada sin distinción de sexo, credo, raza o ideas políticas. Pero reconocer a Palestina ahora es dar un espaldarazo el crimen, a la violación, al asesinato de niños, al terrorismo y a todo lo que de peor tiene el ser humano. Si Palestina o, mejor dicho, sus dirigentes, se han negado siempre a la solución de los dos estados, si de nada sirvió la Conferencia de Paz de Madrid, el tratado de Oslo o los acuerdos de Camp David, que Sánchez reconozca a Palestina no va a servir de nada salvo para perjudicar a la única democracia real que existe en Oriente Medio, Israel. No es que no puedan pactar, es que no quieren. Cuando Anwar el-Sadat decidió pactar, como cabeza visible del mundo árabe y presidente egipcio, lo asesinaron en un desfile.
Ha sido un error terrible, del que España pagará las consecuencias. Lo veremos.