Antonio R. Naranjo-El Debate
  • El líder del PSOE sigue poseído por Largo Caballero y deja claro que si tiene que acabar con el Estado de derecho para sobrevivir, lo hará

Hay algo todavía más siniestro que ver a un caníbal dando lecciones de dieta vegetariana, que es lo que hizo el fiscal general imputado en la apertura del Año Judicial, con esa perorata inane de víctima dispuesta a inmolarse en defensa de un bien mayor.

Y es que la presencia de García Ortiz, un vulgar sicario de Sánchez en una operación estalinista de derribo de Ayuso utilizando al Estado, fue un recado del ausente Sánchez a todo el Poder Judicial, al Rey y, desde luego, a la sociedad española: él puede sentar a todo el mundo a escuchar los delirios de su monigote teledirigido, sin necesidad de personarse en el escenario elegido para lanzar su amenaza.

Que fue muy clara: la Justicia está por debajo del poder Ejecutivo, como también lo está el Legislativo, lo que en síntesis viene a refrescar el lenguaje de Largo Caballero de que la democracia deja de ser relevante si no atiende a un interés mayor, encarnado obviamente por el líder socialista.

Los ataques de Sánchez a los jueces son parte de una estrategia para configurar el relato de que, llegado el momento, esté justificado todo para acabar con ellos: dado que son operadores políticos y piezas de una conspiración para derribar espuriamente a un presidente legítimo, con decisiones caciquiles que afectan injustamente a su núcleo familiar incluso, todo lo que se haga para frenarles estará justificado.

Es el mismo discurso que contra la prensa, acusa de fabricar bulos que jamás identifican; los Cuerpos de Seguridad, tildados de «patrióticos» para descalificar sus investigaciones; el Parlamento, presentado por Sánchez como una rémora a esquivar cuando no le atiende o incluso las urnas, cuyos designios son irrelevantes al lado de la inexistente «mayoría social» que el PSOE se arroga, ocultando que sus acuerdos aritméticos no se sustentan en la capacidad de plantear un proyecto común entre distintos partidos, sino en investirle a él a cambio de que él ayude a todas las minorías a destrozar el país.

Al frentepopulismo de Sánchez no hay que despreciarlo: nada hay más peligroso que un dirigente que, en nombre de salvar la democracia de amenazas imaginarias difundidas hasta la extenuación por sus altavoces mediáticos, esté dispuesto a todo. Al fin y al cabo, si lo que está en peligro es el Estado de derecho, ¿cómo no adoptar medidas excepcionales que lo salven de sus siniestras amenazas?

El catálogo de leyes perpetrado por Bolaños es el salto de la amenaza a los hechos, y se corresponde espiritualmente con todo lo que Sánchez ya ha hecho en este apartado desde antes de llegar a La Moncloa: utilizó un párrafo colado fraudulentamente por un juez amigo, reprobado luego por ello, para justificar una moción de censura espuria tras dos derrotas electorales en seis meses que iban a provocar su desalojo definitivo del PSOE.

Y una vez llegado al poder, todo ha ido en esa dirección: colonizó la Abogacía del Estado, nombró Fiscal General a una ministra y luego a un lacayo; metió en el Tribunal Constitucional a personal de su Gabinete, de su Consejo de Ministros o de su partido; intentó adaptar las mayorías de renovación del Poder Judicial a las que él podía reunir a duras penas en el Parlamento para incendiar el mecanismo constitucional que impone un acuerdo con la oposición y, él sí, se dedicó a politizar la Justicia pisoteando Tribunal Supremo con los indultos y especialmente con la amnistía o anulando de facto la brutal sentencia de los ERE andaluces para exonerar a dos presidentes de su propio partido.

Que ahora, cercado por casos de corrupción sin precedentes, con jueces de distinta jerarquía avalando la instrucción de sus compañeros y un Poder Judicial casi al unísono advirtiendo de los ataques políticos a su labor; se atreva a intentar subordinar a la UCO a García Ortiz; quiera echar a los magistrados de las instrucciones judiciales para dársela a los fiscales de su cuerda o pretenda designar jueces sin hacer oposición con la burda excusa de que ahora solo llegan a la magistratura niños pijos de derecha montaraz; no debe tomarse a broma.

Sea para lograr su impunidad, para perpetuarse o por las dos cosas, que es lo probable, no hay que tomarse a broma el golpe de Estado moderno que, tacita a tacita, perpetra Sánchez desde 2018, que incluye la estigmatización de la mitad de España al menos, aislada tras un muro; y la abolición de la alternancia, sometida a un «cordón sanitario» bajo la acusación de encarnar al fascismo más recalcitrante.

Si en España hay un Estado verdadero y una sociedad atenta, no lo logrará: pero que lo intente y tenga una opción de lograrlo, ya es suficiente para que se activen todas las alertas. Sánchez no hace prisioneros y, para él, su supervivencia en ya una cuestión bélica.