Ignacio Varela-El Confidencial
- En el universo sanchista solo existen el paraíso y el infierno, con la peculiaridad de que la línea divisoria entre ambos es móvil y la marca el lugar en que el propio Sánchez decida colocarse en cada momento del día
“Estoy pensando en los transportistas, en los agricultores, en el sector pesquero o incluso también en los ciudadanos”.
Obviamente, esta frase chusca no la había preparado el presidente, aunque se le escapó (me refiero a la entrevista con Susanna Griso en Antena 3). La que sí llevó pensada y repensada es esta otra:
“Aquí habrá dos opciones: o un Gobierno de coalición de la derecha con la ultraderecha o un Gobierno de centro izquierda del Partido Socialista con lo que represente el espacio de Yolanda Díaz”.
Impresionante: el sanchismo entero, condensado en 32 palabras. Con esa fórmula de laboratorio, el secretario general del PSOE (en esa fase de la entrevista adquirió tal condición) definió de un plumazo el marco político de una elección que, según afirmó un minuto antes, se celebrará dentro de 20 meses. Y lo hizo, como de costumbre, sembrando el terreno de trampas.
Su predilecta es esa malsana afición por las opciones binarias fraudulentas. Si Pedro Sánchez hubiera inventado el abecedario, solo existirían dos letras, la A y la Z (o quizá, la P y la S). No recuerdo haberle oído jamás un análisis político que no venga planteado en términos groseramente dicotómicos: a un lado el espacio del Bien, representado por lo que le convenga defender en ese instante —siempre evanescente y mutable—, y al otro el Mal absoluto sin mezcla de bien alguno, encarnado por cualquier persona o cosa que entorpezca su provecho. En el universo sanchista solo existen el paraíso y el infierno, con la peculiaridad de que la línea divisoria entre ambos es móvil y la marca el lugar en que el propio Sánchez decida colocarse en cada momento del día. A su lado, Echenique es un patriarca de la sutileza y el matiz.
Así pues, en las próximas elecciones generales se presentarán medio centenar de partidos —me quedo corto— y al menos 20 de ellos llegarán al Congreso de los Diputados. Todos votarán en la investidura, cada uno según su criterio. De hecho, para recolectar los 167 votos que lo llevaron a la Moncloa en 2019 necesitó agrupar a ocho formaciones políticas. Todo ello se reduce, con 20 meses de adelanto, a esta fórmula angelical: “Un Gobierno de centro izquierda del Partido Socialista con lo que aporte el espacio de Yolanda Díaz”.
Obsérvese el cuidadoso uso de las proposiciones. Se trataría de un Gobierno del PSOE con el espacio de Yolanda Díaz. Para empezar, no se ve por ningún lado dónde diablos está el centro en esa fórmula de Gobierno, salvo que el propio Partido Socialista decida rectificar su declaración de principios y proclamarse centrista. Así formulado, sería más preciso catalogarlo, revirtiendo el vocabulario presidencial, como una coalición entre la izquierda y la ultraizquierda. Pero ni siquiera eso refleja la realidad porque, aun en el muy improbable caso de que el PSOE y Yolanda repitieran su resultado anterior (155 escaños), aún les faltaría un importante puñado de votos para alcanzar la meta: votos que, lógicamente, solo podrían venir de los nacionalismos extraconstitucionales, lo que nos devuelve a la situación actual. ¿Alguien que haya viajado por Europa puede seriamente definir como centro izquierda a una mayoría que empieza en Pedro Sánchez y termina en Otegi?
En la entrevista con Griso, el secretario general del PSOE no solo estableció desde su santa voluntad la futura política de alianzas de su partido, sino que se permitió dibujar a su futuro socio. Este ya no será Unidas Podemos, sino algo tan vaporoso como “el espacio que represente Yolanda Díaz”. No el que hoy representa (en eso Pedro Sánchez coincide con Iglesias: de momento, Yolanda no representa nada), sino el que eventualmente represente, sea esto lo que sea. Con ello dio por supuestas dos cosas: que Yolanda Díaz representará algo electoralmente en diciembre de 2023 y que, en tal caso, estará a plena disposición de Sánchez para acompañarlo en ese Gobierno del Partido Socialista. Ambas cosas están por ver: tal como se está poniendo el patio, a este presidente puede llegarle también su 10 de mayo; y entonces la búsqueda de compañeros de viaje resultaría peor que peliaguda. En todo caso, será una buena pista comprobar en junio si Yolanda Díaz representa algo en Andalucía.
Mucho menos interés tiene profundizar en el latiguillo del “Gobierno de coalición de la derecha con la ultraderecha”. A la luz de lo sucedido en Castilla y León, es claro que tal Gobierno es exactamente el que Pedro Sánchez quería para esa comunidad autónoma. Tuvo en su mano impedirlo y su veto fue terminante: no es no. A eso llama él “arrimar el hombro” en la pretendida lucha contra la extrema derecha. Igualmente, nada haría más feliz al señor presidente que esa misma coalición en Andalucía.
En Moncloa se brindará cada vez que Vox entre en un Gobierno. Yo en su lugar tendría cuidado con los deseos, porque podría darse el caso de que los consejeros de Vox en los gobiernos autonómicos realicen una gestión simplemente sensata —les basta con no hacer locuras, dadas las expectativas que ha creado la propia izquierda— y cuando, llegada la gran hora, quieran hacerse sonar las trompetas de la alerta antifascista, el globo esté desinflado. “¡Qué vienen los fachas!” es una consigna asustaprogres que pierde eficacia si ya vinieron y no pasó nada del otro mundo. No hay que descartar el efecto paradójico de que la presencia de Vox en algunos gobiernos regionales resulte estratégicamente más dañina para Sánchez que para Feijóo.
Con todo, la parte más perversamente ventajista del discurso oficial es la que consiste en dictar una interdicción absoluta para que el Partido Popular busque alguna clase de apoyo en la única fuerza que está disponible para dársela y, a la vez, el PSOE se reserve para sí un espacio de alianzas ilimitado sin que ello implique la menor tacha moral o siquiera el asomo de un reproche por cohabitar con toda la galaxia extremista del país. Le explicó Sánchez a Griso que ya nunca más una de las dos grandes fuerzas tendrá números para gobernar en solitario (lo que no es pequeña renuncia previa para un partido de supuesta vocación mayoritaria como el PSOE); que su único límite en materia de alianzas es justamente el que no debería ponerse, la concertación con el PP, lo que significa una apuesta a fondo por la perpetuación del bibloquismo en España; y que la obligación del PP es prohibirse a sí mismo cualquier acuerdo con Vox. La asimetría maniquea como único principio. Como dijo Feijóo, el diálogo según este presidente consiste en presentarse ante él con el carné en la boca. Con el del PSOE, claro.