Ignacio Varela-El Confidencial
- Algún día, unos y otros —incluidos los escasos restos de pensamiento crítico que malviven en el PSOE— descubrirán que el mal mayor es precisamente el actual presidente del Gobierno
A su pesar, Pedro Sánchez es más previsible de lo que él pretende. El factor de imprevisibilidad —que usa con intensidad— deriva de su patología, que es la ausencia de límites. Cuando para la consecución de su objetivo alguien está dispuesto a llegar más allá del punto en el que cualquier otro se detendría, a partir de esa frontera convencional —que podríamos denominar, sin intención peyorativa, el ‘punto de la cordura’—, su comportamiento se hace ignoto para los demás, lo que proporciona indudables ventajas tácticas.
Lo mismo sucede con el ‘principio de coherencia elemental’, que a la mayoría de las personas —especialmente si actúan en el espacio público— les frena o sienten que restringe sus márgenes. Si lo que dijiste, hiciste o comprometiste ayer mismo carece de toda fuerza vinculante y no condiciona en absoluto tu desempeño de hoy, nuevamente adquieres una ventaja sustancial, que se torna decisiva si, además, consigues que el público lo asimile y todo reproche resulte ejercicio baldío.
Los separatistas no encontrarán mejor momento en Madrid para avanzar en sus aspiraciones
No obstante, incluso para alguien como Sánchez es inevitable adquirir pautas de comportamiento reconocibles mediante la observación sistemática. Una de ellas se refiere a la peculiarísima concepción de lo que el presidente gusta en llamar “arrimar el hombro”, y que casi siempre tiene más que ver con la exigencia de que todos los demás —propios y ajenos, amigos y enemigos— arrimen sus ascuas a la sardina monclovita. Es una praxis que se fundamenta en la figura jurídica de los contratos de adhesión y en la técnica persuasiva del mal mayor.
Escucho a Pere Aragonès perorando en la vetusta tribuna del Club Siglo XXI. La frase clave de su discurso (por lo demás, tópico y tedioso, como suyo): “No habrá otra oportunidad como esta”. Se dirige mayormente —como siempre hace— al mundo nacionalista. La traducción libre, en castellano cheli, sería “no nos veremos en otra igual”. Tiene razón: en ningún escenario previsible encontrarán los independentistas en Madrid un presidente y una coalición de gobierno tan favorable para avanzar en sus aspiraciones. Cualquier interlocutor futuro, incluido uno que incluyera a Sánchez, resultaría más adverso que el actual (descarto la fantasmagórica hipótesis —sugerida por el nuevo columnista estrella de ‘La Vanguardia’— del PSOE entregando sus votos para la investidura presidencial de Yolanda Díaz).
Al expresarse así, Aragonès invoca el principio del mal mayor. Lo que pueda ganarse para su causa habrá que ganarlo ahora, porque cualquier tiempo futuro será peor. Sánchez ha creado una constelación astral irrepetiblemente provechosa para la galaxia destituyente, y hay que hacerla durar todo lo posible y extraer de ella tanto como se pueda.
Gabriel Rufián habla con Alsina, que le pregunta por las intenciones de ERC respecto a la reforma laboral. El portavoz lamenta amargamente que los hayan ignorado en el cocinado del plato y los hayan puesto, una vez más, ante un ‘lo tomas o lo dejas’. Se supone que eso no se hace entre socios. Pero entre amenazas más o menos veladas, termina cantando la gallina: lo que no podemos permitir es el mal mayor, que en este caso sería un Gobierno de la derecha con Vox. Así que, aparentando que gallea, en realidad anuncia una rendición.
Desde que Sánchez conquistó el poder, no se conoce una decisión trascendental en la que haya seguido la ruta convencional de construcción de los consensos previos que permitirían apuntalarla sobre bases duraderas. Su ‘modus operandi’ es siempre igual: primero construye la decisión unilateralmente, con la lógica de quien tuviera mayoría absoluta, y después, como es obvio que no la tiene, exige adhesiones esgrimiendo un mal mayor.
Esa es la pauta permanente de su relación con la oposición. Si esta se resistía durante la pandemia a secundar las idas y venidas con el estado de alarma, o niega el voto a sus presupuestos o a la minirreforma de la reforma laboral, o, como comienza a hacer ahora, impugna judicialmente el reparto de los fondos europeos, incurre en el mal mayor de lesionar el interés nacional por su cerril negativa a “arrimar el hombro”.
Pero admitiendo que todas ellas son cuestiones de la máxima trascendencia, la pregunta inevitable es cuántos minutos de su vida ha empleado el presidente del Gobierno en conversar con el líder de la oposición sobre todas ellas antes de sacarlas del horno, ya cocinadas y condimentadas. Digo yo que igual de cerril y desleal será la obstinada negativa del Gobierno a abrir cualquier espacio de diálogo con la oposición parlamentaria como parte del procedimiento de elaboración de grandes decisiones o de reformas que condicionarán a este Ejecutivo y a los siguientes.
Los historiadores del futuro constatarán hasta qué punto la aparición de Vox fue desastrosa para la salud política de España
Cuando concluya su mandato, se comprobará que Pedro Sánchez fue, de lejos, el presidente de la democracia que menos tiempo y esfuerzo invirtió en dialogar con la oposición sobre cualquier materia (ello incluye a los que dispusieron de mayorías absolutas: González, Aznar y Rajoy). Lo que no le impide exigir sistemáticamente adhesiones incondicionales y tener persuadidos a sus seguidores de que todos los males de España se deben exclusivamente al obstruccionismo de la derecha, que no arrima el hombro para que él se quede para siempre a vivir en la Moncloa, como dicta el derecho natural.
Una medicina parecida aplica a sus aliados. Los historiadores del futuro constatarán hasta qué punto la aparición en 2019 de un potente partido de extrema derecha resultó desastrosa para la salud política de España y providencial para la de Sánchez y sus aliados de la extrema izquierda nacionalpopulista. De hecho, la irrupción de Vox como fenómeno social no puede explicarse sin ligarla a dos hechos previos: la insurrección de 2017 en Cataluña (con el fracaso de Rajoy incorporado) y la alianza del PSOE con Podemos y todo el bloque nacionalista para sumarlos, en palabras de Iglesias, a la dirección/desmantelamiento del Estado (algo ayudaron también, es cierto, la estrategia cegata de Rivera y el extravío del PP tras ser expulsado del Gobierno).
Lo cierto es que ante cualquier resistencia de sus socios a las unilateralidades sanchistas, el espectro de un Gobierno de Casado y Abascal (o viceversa) actúa como pieza de convicción irrebatible. Añadamos que lo mismo sucede en un importante sector de la población. Una vez más, la política del mal mayor.
Algún día, unos y otros —incluidos los escasos restos de pensamiento crítico que malviven en el PSOE— descubrirán que el mal mayor es precisamente Sánchez. Solo hay que esperar que, cuando eso suceda, no sea demasiado tarde.
P.D. Ayuso elige un minidecreto de nueve millones del Ministerio de Trabajo (calderilla en las cantidades en juego) para lanzar su ofensiva judicial contra el reparto de los fondos europeos. Todo un plan: la estrella emergente de la derecha busca directamente el choque con la estrella emergente de la izquierda. Continuará.