- Hasta Puigdemont sabe que solo puede lograr su objetivo si elige de presidente a un indeseable sin principios como el líder del PSOE
Hasta los menos beneficiarios del discurso, la puesta en escena, las propuestas y los compromisos de Feijóo, que son los independentistas con permiso de Sánchez; fueron conscientes de su habilidad para afrontar un debate de investidura cuyo desenlace se conocía de antemano antes de que siquiera comenzara.
En Waterloo, capital oficiosa del mayor proceso de extorsión aceptada nunca por un aspirante a gobernar España, se es bien consciente de la diferencia de carácter, valores y prestaciones existentes entre el truhan del PSOE y el señor del PP; desde ese tipo de respeto intelectual que caracteriza a quienes no juegan de broma, como Puigdemont.
De él se podrá discutir lo que busca y cómo lo persigue, que ha de ser combatido y evitado por cualquier español que respete a su país con independencia de sus colores ideológicos; pero no su coherencia ni su disposición a llevar hasta el final sus creencias, por muy equivocadas, peligrosas y dañinas que nos parezcan.
Y a Puigdemont, que se siente al frente de una negociación entre dos Estados y no entre dos partidos, no se le escapará la abismal diferencia existente entre un vendedor de crecepelos, sin otros valores ni principios que su propia supervivencia; y un dirigente cabal con las mismas convicciones que él pero en sentido diametralmente opuesto.
Feijóo llegó a su investidura para perder la Presidencia pero ganarse a España, y lo hizo de la única manera en que eso era posible: demostrar que hay una alternativa constitucional a la rendición de Sánchez y, a la vez, dejando en evidencia que su rival no tiene otro plan que no sea mantenerse en la Moncloa al precio que sea menester para lograrlo.
En una democracia madura, en la que la rendición de cuentas y el respeto a los ciudadanos fueran obligatorios para cualquier aspirante a gestionar sus intereses, al discurso de Feijóo se le opondría otro de la misma precisión en el que, además de desmontar con argumentos los peligros anunciados por el contrincante, se le añadieran las explicaciones más precisas sobre los planes propios.
En lugar de comparecer personalmente para desvelar en qué amnistía está pensando Sánchez y cuál será su decisión si Puigdemont le exige planificar desde ya un referéndum de autodeterminación, con plazos e hitos concretos durante la próxima legislatura; Sánchez optó por movilizar a un segundón rabioso para replicar a un enemigo imaginario y ahorrarse así el engorro de dirigirse a los españoles, con respeto y decencia, y detallar sus intenciones.
Tal vez Sánchez no logre finalmente su investidura si el precio a pagar no es nada para él pero sí para la Constitución y sus tragaderas no sean suficientes para saltarse todas las barreras institucionales, sociales, jurídicas y políticas que aún resisten a su insólita demolición del Estado de derecho.
Pero si eso ocurre no será por falta de ganas ni ausencia de límites: sacar a Óscar Puente, un boceras de segunda fila con el mismo papel en el PSOE que Luca Brasi en El Padrino, es amén de una falta de respeto a los ciudadanos, al Parlamento y a la democracia; una declaración de intenciones impagable.
Como no puede justificar lo que está dispuesto a hacer para obtener el plácet de Puigdemont, ha de centrarse en replicar a un enemigo ficticio, con la esperanza de que el lavado de cerebro colectivo sea lo suficientemente amplio para esconder la tropelía de entregarse, y entregar a España, a un terrorista, un golpista y un fugitivo con tal de okupar un banco azul con la misma utilidad y prestaciones ya, en su caso, que una silla eléctrica.