José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
La aceleración del presidente quizás tenga que ver con su primera y más grave contradicción: ha pasado de prometer elecciones «cuanto antes» a proponerse acabar la legislatura en 2020
El próximo lunes se cumplirá el mes desde que Pedro Sánchez ganase a Rajoy la moción de censura. Entre aquella fecha y el día 18 de junio, el nuevo presidente se aplicó discretamente a formar su heterogéneo gobierno, gestionar la crisis sobrevenida con el primer titular de Cultura y Deportes, Màxim Huerta, y preparar lo que están siendo estas dos pasadas semanas de auténtico vértigo. Ahora, el presidente ha entrado en una arriesgada espiral de hiperactividad y de urgencias. Y quizás esta sobreactuación acelerada tenga que ver con su primera y más grave contradicción: ha pasado de prometer elecciones «cuanto antes» a proponerse acabar la legislatura en junio de 2020. Para lograr esa permanencia en el poder Sánchez está abriendo expectativas favorables a unos y a otros sin reparar, quizás, que tendrá que gestionarlas con grandes dificultades para evitar sonadas decepciones.
Sánchez lanza mensajes de conciliación hacia el independentismo que rebotan sobre la mediocridad política y el radicalismo ideológico de Torra
Además de abordar la crisis del Aquarius —tan razonablemente humanitaria como políticamente arriesgada—, Sánchez, sin solución de continuidad se ha comprometido a trasladar a los políticos presos preventivos en la causa del ‘procés’ a cárceles catalanas bajo la titularidad de la Generalitat y quiere hacer lo propio con los presos de ETA, habiendo iniciado en ambos casos los trámites para ello. Sánchez, simultáneamente, lanza mensajes de conciliación hacia el independentismo catalán que rebotan como en un frontón sobre la mediocridad política y el radicalismo ideológico de Joaquim Torra.
Tanto es el afán dialoguista del presidente del Gobierno que hasta se ha abstenido de advertir al presidente de la Generalitat sobre la naturaleza intolerable de la hostilidad al Rey que ya tuvo que soportar comportamientos algo peor que impertinentes tanto en la inauguración de los Juegos Mediterráneos como el jueves con motivo de la entrega de los premios de la Fundación Princesa de Girona. Aunque sí lo hizo Josep Borrell, Sánchez tampoco respaldó expresamente a nuestro embajador en Washington que contestó con serenidad a un Torra activista y mitinero que denigró en la capital de EEUU a la democracia española. Sánchez debería saber hasta dónde llega la prudencia y cuándo empieza la inútil condescendencia.
La sustitución de la presidencia de RTVE quiere Sánchez proveerla provisionalmente y también por un procedimiento de urgencia: mediante un decreto ley (el 4/2018 de 22 de junio) que va a plantear muy serios problemas de aplicación. Parece que se impondrá el candidato de Podemos. El Gobierno ha anunciado igualmente otro decreto ley para revertir las limitaciones establecidas en 2012 en la sanidad universal, un asunto que ha de discutir con todas las comunidades autónomas entre las que se registran ya algunas discrepancias. Esperemos a ver si la ley de la eutanasia, otra iniciativa urgente, prospera y cómo lo hace, porque se trata de una expectativa que requiere de una ejecución normativa muy técnica y unas dotaciones sanitarias de alto coste tanto material como personal. El presidente corre el riesgo de generalizar la urgencia diluyendo las prioridades. No pueden pasarse por alto en esta precipitada sucesión de hitos políticos —más gestuales que materiales— los excesos propagandísticos de la Moncloa. Sánchez haciendo ‘running’; Sánchez con su perrita; Sánchez en el helicóptero Superpuma; Sánchez con gafas Ray-ban en la cabina del avión; las manos de Sánchez como expresión de «determinación»… en definitiva, una pretensión un tanto banal de estereotipar en su liderazgo al personaje.
No vendría mal un poco de sosiego, de mayor reflexión, de orden, de plantear las iniciativas una detrás de otra, de establecer una hoja de ruta sometida a una cronología sensata. El presidente parece víctima de lo que los anglosajones denominan «yes problem», es decir, de la resistencia a decir no. Y es de suponer que pronto tendrá que empezar a plantear negativas a los integrantes de la «coalición del rechazo» (a Rajoy) sobre la que escribió (‘El País’ de 4 de junio) el historiador Santos Juliá y que le encumbró a la presidencia del Gobierno para restablecer la estabilidad del país y no para concluir una legislatura para la que no había —y sigue sin haber— un programa definido. Ahí está el quid de la cuestión, la razón de una toma de decisiones a una velocidad temeraria, que ya se está interpretando como un «un pago en diferido». Y es que 85 escaños dan para lo que dan.