MiguelÁngel Belloso-Vozpópuli
El nivel máximo de deterioro de una nación se alcanza cuando los hijos vuelven de la escuela y encuentran a su padre en chándal en el sofá viendo la televisión
Yo temía que denostar el uso del pantalón corto hace quince días en estas páginas me iba a granjear algunos enemigos e igual desafección entre mis conspicuos seguidores. Pero ha sucedido lo contrario. Todavía hay gente que conserva el sentido del humor. De manera que muchos amigos que usan esta prenda infausta estaban encantados con el artículo, aunque no dispuestos a cambiar de costumbre, y que otros aportaron ideas adicionales y seductoras. Una señora mayor a la que no conocía de nada y que lee a diario Vozpópulime abordó por la calle y me dijo: “Tiene usted mucha razón. Pero se le han olvidado algunos detalles relevantes; por ejemplo, la gente que usa sandalias de esas propias de los frailes benedictinos o de los capuchinos, o aquellos que llevan zapatillas con calcetín negro; y sobre todo se le ha olvidado la bomba más letal: el chándal”.
¡Ay, el chándal! En efecto, me olvidé de cuando se inició realmente la decadencia del país, que fue con la popularización hace décadas de esta prenda siniestra pensada para el deporte pero que fue convirtiéndose con el tiempo en una vestimenta corriente. Te permite ir todo el día por la calle ayuno de ropa interior, soltando humus, rascarte a discreción las partes íntimas, e incluso acostarte y levantarte con la misma indumentaria, con frecuencia obviando la oportuna ducha y el correcto afeitado.
El desempleo es como una carcoma que quiebra la autoestima, así como el subsidio permanente e incondicional rompe los estímulos para levantarte de la lona después de un combate que has perdido
Hace ya muchos años, almorzando con uno de los grandes empresarios de este país me dijo algo que recordaré siempre: el nivel máximo de deterioro de una nación se alcanza cuando los hijos vuelven de la escuela y encuentran a su padre en chándal en el sofá viendo la televisión. A Ana Rosa Quintana, a la Griso, o al Ferreras, que sería peor. La imagen que se transmite a los niños es terrorífica. Es que tu padre desempleado no ha tenido ánimo para vestirse en condiciones, que no se ha afeitado, que ha perdido por completo la dignidad y el honor. ¿Qué van a sacar los niños de provecho en el colegio después de contemplar este espectáculo tan lamentable y desgraciadamente frecuente? El desempleo es como una carcoma que quiebra la autoestima de las personas, así como el subsidio permanente e incondicional rompe los estímulos para levantarte de la lona después de un combate que has perdido.
La semana pasada coincidí con una compañera de izquierdas en un debate en televisión que esgrimía la misma monserga de siempre: que lo peor de la pandemia va a ser el incremento lacerante de la desigualdad. No comparto esta opinión, pero en todo caso, la solución que proponía para enfrentarla era la clásica: el apoyo incondicional del Estado. Naturalmente, discrepamos. Estoy convencido de que una economía desarrollada como la española debe articular los instrumentos precisos para socorrer la pobreza y combatir la mala suerte. El problema es cuando estos instrumentos se consolidan y se vuelven recurrentes, y esto es lo que seguramente ocurrirá con el Ingreso Mínimo Vital que ella defendía a capa y espada.
Receta contra la pobreza
A mí me parece, en cambio, que es un artilugio para instalar a la gente en la trampa de la pobreza. Si yo voy a percibir una cantidad fija sin trabajar, y además puedo buscarme la vida fuera de la ley con alguna chapuza que me complete una renta razonable, ¿qué estímulo voy a tener para ingresar legalmente en el mercado laboral? Ninguno. El incentivo para abonarse al chándal es poderoso e inexorable. La receta indiscutible para reducir la pobreza y la desigualdad es la creación de empleo, pero esto es esencialmente imposible con un gobierno socialista que además está aliado con los comunistas de Podemos, que sólo han generado devastación, hambre y terror allí donde han llegado al poder.
No es verdad que la epidemia haya hecho a la gente más consciente de los desafíos y de las obligaciones que tienen con su empresa. En ocasiones los ha hecho más renuentes e incluso más vagos
Algunos consultores de medio pelo e intelectuales mediocres nos han tratado de convencer de que la epidemia nos cambiaría la vida a mejor. Es una equivocación. Yo creo que lleva camino de convertir en legión a la tropa del chándal. Tengo varios amigos que trabajan en distintas empresas que me cuentan sucesos absolutamente sorprendentes sobre el deterioro moral que ha causado el confinamiento y el instrumento legal de los ERTE. Muchos de los que están incursos en este procedimiento creen estar en su derecho a incorporarse a la oficina cuando ellos decidan, o se niegan a prescindir de la comodidad de trabajar de aquellas maneras desde el salón de su casa, sobre todo aquellos que viven lejos de la sede, o en aquellos casos -que hay muchos- en que han podido durante todo este tiempo trabajar desde sus segundas residencias en la sierra o en la playa.
No es verdad que la epidemia haya hecho a la gente más consciente de los desafíos y de las obligaciones que tienen con su empresa. En ocasiones los ha hecho más renuentes, más suspicaces e incluso más vagos. Además, la continuidad de los Ertes debería medirse con cuidado para no alimentar a compañías que ya no eran rentables antes de la crisis y menos después. Sería imperdonable que funcionaran como ‘zombis’, asistidas por la ayuda estatal que pagamos todos.
España lleva camino de convertirse, más que en otros descalabros memorables, en el país del chándal, y el Gobierno es el auténtico promotor de este destino infame. La actividad ha caído un 23% acumulado en el primer semestre del año, muy por encima de la media europea y de otros países equiparables en el daño ocasionado por la pandemia como Italia. Aunque la inane vicepresidenta económica Nadia Calviño esgrima razones para el optimismo asegurando que en el tercer trimestre la actividad podría repuntar hasta un 15%, este rebote se producirá sobre una base de comparación notablemente inferior, de manera que seguiremos siendo el Estado fallido de la Unión, el que peor ha gestionado la epidemia -pues ha registrado más muertos que nadie-, el que ha devastado la economía con más intensidad después de un confinamiento extremo y estéril y el que está afrontando en condiciones más precarias la vuelta a la normalidad, con un número de rebrotes que son la vergüenza de toda Europa y un castigo implacable a la credibilidad del país.
Ecologismo y feminismo
Revertir este derrumbe colosal y el empobrecimiento masivo de las familias que vamos a vivir en los próximos meses requeriría un gobierno radicalmente reformista y audaz, que flexibilizara el mercado laboral, que arreglara de una vez por todas el sistema de pensiones, que fomentara la competencia eliminando las trabas comerciales, y sobre todo que generara confianza. Pero resulta que el presidente que nos dirige, en el acto-trampa vergonzoso del pasado lunes en el que reunió a los principales empresarios y banqueros del país -que quiero pensar que sólo acudieron por una cortesía institucional al parecer compatible con sentirse obscenamente utilizados con fines espurios- esbozó las siguientes prioridades: la transición ecológica -que es una engañifa que servirá para engordar la cuenta de resultados de destacadas compañías a costa de hundir a buena parte de la industria y de las pymes-, la transición digital -¡ok! – la cohesión territorial y social -un mero lugar común- y finalmente el feminismo.
O sea que tenemos un presidente literalmente acojonado por la tormenta perfecta que se avecina -y que por eso precisa reunirse de una corte de bufones- pero que es tan irresponsable como para esgrimir, en un país que lleva camino de los cinco millones de parados, el feminismo como una cuestión estratégica. ¿A que es realmente brillante?
Sería un gravísimo error que Casado mostrara debilidad ante la exhibición de plutocracia del pasado lunes, a cargo de empresarios y banqueros que dependen en su mayoría de la regulación estatal
Invita también a la perplejidad que Sánchez reclame unidad y la liquidación de la vieja política cuando es él precisamente el que la practica con denuedo -igual que su socio de Gobierno- y el que sigue generando a la menor oportunidad división social con iniciativas como la memoria histórica, la remoción continua del pasado por cualquier pretexto y de nuevo el feminismo recalcitrante y hediondo. Naturalmente lo hace para presionar al PP, para chantajearlo, pero sería un gravísimo error que Casado mostrara debilidad ante la exhibición de plutocracia del pasado lunes, a cargo de empresarios y banqueros que dependen en su mayoría de la regulación estatal y del Boletín Oficial del Estado.
Sería una dejación de principios imperdonable. Si Sánchez cree que los 140.000 millones que va a recibir de Bruselas de manera fraccionada y a plazos van a ser suficientes para que la economía pueda alcanzar un crecimiento raquítico del 2% a largo plazo, como dijo, es que ha perdido por completo el sentido de la realidad. España necesita una sacudida reformista brutal y en toda regla, algo que es completamente ajeno a los aires revolucionarios y al progresismo militante de este Gobierno, que siempre han estado reñidos con el progreso genuino.