Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
- “Antifascismo” es el eufemismo del puro y simple terrorismo contra la democracia
El espectáculo de las docenas de encapuchados de negro riguroso y armados de palos desplegados por el envidiable campus de la Universidad de Navarra, en Pamplona, rememoró viejas pesadillas de muchos vascos, navarros y catalanes: un futuro de amenazas, miedo y brutalidad cotidiana. Concentrados con el pretexto de oponerse a la visita del periodista Vito Quiles en su gira de autopromoción juvenil, suspendida por la universidad, el despliegue sirvió para desvelar a la opinión pública algo que sabemos muy bien quienes trabajamos (sin anteojeras) en los campus universitarios: que el movimiento juvenil abertzale violento se ha reconstruido estos últimos años, y con absoluta impunidad. Vuelven los profesionales de kale borroka (lucha callejera o guerrilla urbana), el instrumento terrorista que ETA lanzó en los años noventa para extender y profundizar en la sociedad el impacto de la violencia más allá del círculo de víctimas habituales, y para reclutar nuevos terroristas.
Socio político
La kale borroka desapareció desde que fue equiparada legalmente al terrorismo y tras la ilegalización de Jarrai en 2007, las juventudes de Batasuna, ilegalizada en 2003 tras no pocas dudas y titubeos; la decisión crítica que pudo condenar a ETA a la desaparición, hasta que Zapatero y Eguiguren la rescataron como socio político. En el País Vasco hubo un gran respiro de alivio, lamentablemente recubierto de hipocresía y amnesia interesada: se quiso ignorar la causa política e ideológica de aquel horror expandido, y quienes en realidad pagamos el pato del ostracismo y el exilio interior fuimos, precisamente, las víctimas de la kale borroka, mientras los terroristas se convertían en honorables gentes de paz invitadas a los más distinguidos eventos y saunas políticas, los favoritos de los periodistas del Congreso. Así que la reaparición de los siniestros mamporreros del cóctel molotov, la paliza, el acoso y el señalamiento de víctimas no debe considerarse ni mera casualidad ni hecho banal. Que reaparezcan pintadas de “Gora ETA” en las calles y campus vascos y navarros tampoco lo es: no sería el primer caso de banda terrorista difunta oportunamente resucitada. Demuestra que la brasa seguía viva bajo la ceniza, como denunciamos algunos con el éxito habitual (ninguno), y que alguien tiene interés en reavivarla en un momento tan oportuno como el hundimiento a cámara lenta del régimen sanchista y la grave descomposición de la democracia española.
Trileros y sospechosos habituales
Contra lo que pueda parecer a primera vista, no creo que Bildu esté detrás del asunto, aunque como es su costumbre los herederos de ETA prefieran culpar a las fuerzas de seguridad y propongan su retirada y más inseguridad como solución del problema. Hay dos razones para suponerlo: en primer lugar, Bildu acaricia la nada remota posibilidad del sorpasso al PNV y de un Gobierno Vasco de coalición con los serviles socialistas, el modelo que gobierna, precisamente, Pamplona. El entusiasmo bildutarra con los grandes despachos, el coche oficial y demás gabelas de la respetabilidad política ha llevado a los nuevos kaleborrokalaris a denunciar a Bildu por reformista, burgués y traidor: en varios carteles de los que empapelan los campus, Arnaldo Otegi aparece al lado de Santiago Abascal, mera variante de la misma especie enemiga.
El nuevo movimiento está dividido en dos: Ikama, sedicente sindicato de estudiantes creado en 2020 y agresivo rival de Ernai, las juventudes de Sortu (la constelación satélite de Bildu), y GKS, un grupo antisistema explícitamente estalinista (en expansión fuera del País Vasco). El problema de Bildu compone un típico lecho de Procusto: según se aburguesa se aleja de su ala radical, pero no puede aburguesarse del todo por temor a una escisión más radical. Están desbordados por sus propias criaturas frankensteinianas.
Expandir el miedo
Pero si no es Bildu, ¿cui prodest scelus? ¿quién puede beneficiarse del regreso del caos, la inseguridad y el miedo? El sentido común dirige la pesquisa fuera de nuestras fronteras: quizás a Moscú, encantado con el archivo en España de la injerencia del espionaje ruso en Cataluña. El famoso periodista-espía Pável Alekséievich Rubtsov, alias Pablo González, paseaba por la UPV-EHU y la facultad de periodismo como Pedro por su casa, pero también está la casa de otro Pedro: La Moncloa. La sospecha de que Sánchez y entorno estén interesados en reavivar la llama será sin duda demasiado monstruosa para las almas bellas, pero es algo a considerar con toda seriedad. En primer lugar, porque es tan fácil como no hacer nada y dejar a esos grupos la calle de vez en cuando. En segundo lugar, porque repite la famosa consigna de Zapatero después del 11M: “Nos conviene que haya tensión.” En tercer lugar, la reacción de los socialistas a los sucesos de Pamplona y otros parecidos no deja lugar a dudas: los socialistas los justificaron tras la hipócrita condena ritual de toda violencia “venga de donde venga” (pecado en el que también incurrió la católica Universidad de Navarra).
El precedente del golpe en Cataluña
El hecho es innegable y digno de ser tenido en cuenta: el PSOE y sus franquicias autonómicas están más dispuestos a justificar la violencia que pueda beneficiarles antes que a condenarla. Ya lo demostraron al incluir en la coalición Frankenstein a Puigdemont y los golpistas catalanes, que animaron la kale borroka catalana del prusés. Después beneficiaron a los responsables de aquel aquelarre de violencia activada desde el poder (la Generalitat catalana) con los indultos y la Ley de Amnistía (paralizada, afortunadamente, por la integridad del Tribunal Supremo). Finalmente, el lamentable Salvador Illa y su jefe en Madrid blanquearon hechos y culpables proclamando la nueva normalidad en Cataluña.
Todo un modelo ya visto en el País Vasco y Navarra: aliarse con la violencia y presentarse como pacificadores. Francamente, lejos de voluntad de apagar nada, lo que vemos en el Gobierno más corrupto desde 1936 y sus expertas terminales y colonias es un gran fuelle interesado en avivar incendios y extender espesas cortinas de humo. ¿Alguien ha visto u oído la menor critica oficial u oficiosa a los incendiarios tuits de Irene Montero con el mensaje guerracivilista de “el antifascismo es la base de la democracia”? Yo no. Y “antifascismo” es el eufemismo del puro y simple terrorismo contra la democracia.