El caso Koldo-Ábalos-Sánchez ha llevado a la perplejidad a mucha gente que se pregunta por las razones del presidente de Gobierno para elegir como íntimos colaboradores -Ábalos llegó a ser un verdadero valido en el aparato socialista- a tipos, no solo de dudosa integridad moral, sino manifiestamente chapuceros o de experiencia profesional tan objetable como la de portero de burdel en Pamplona, en el caso de Koldo García, matón de segundo oficio y aizkolari en ratos de ocio. Sánchez lo elogia tanto en su Manual de resistencia -obra de Irene Lozano, otro personaje representativo de las inclinaciones presidenciales- como en el post escrito en la cuenta de Facebook del ahora famoso hombre para todo.
Pocas dudas hay pues de que Koldo García era el socialista de base ideal para Sánchez, y un óptimo candidato a las más altas recompensas a cambio de lealtad perruna. Ahora sabemos que la derrota del aparato y reconquista del partido que Sánchez coronó con éxito llegó de la mano del cuarteto formado por Sánchez mismo, su valido Ábalos, el fontanero Sánchez Cerdán y el mentado Koldo, que pasearon por las Casas del Pueblo su proyecto populista recabando avales y reclutando voluntades.
Dios los cría y ellos se juntan
La perplejidad por tales afinidades electivas, que dijo Goethe, surge de una creencia equívoca: que para conseguir sus objetivos los sujetos ambiciosos buscan rodearse de los mejores. Pero en realidad eligen a los que consideran más útiles. No se debe confundir calidad humana con utilidad funcional, y es evidente que ser útil para Sánchez no coincide exactamente, no, con tener altura ética, independencia profesional ni inteligencia y conocimientos. Todo lo contrario, su proyecto político exigía y exige sujetos dependientes de su favor, preferiblemente amorales y mucho menos inteligentes que él. Esto último es clave, aunque la inteligencia presidencial, típica de la famosa tríada oscura psicológica, se limita a la habilidad para manipular personas, cosas y opinión pública en estricto beneficio de su insondable ego.
La única vez que Sánchez tuvo que resignarse a asociarse con alguien inteligente e igual de ambicioso y narcisista fue cuando hizo vicepresidente a Pablo Iglesias por imperativos del apoyo parlamentario, pero el fundador de Podemos pronto mostró letales debilidades, como autoestima galáctica e impaciencia sideral, que su jefe supo manipular con indudable habilidad para quitárselo de encima cuando le convino. Con Ábalos ha sido diferente por, creo, dos razones: su antigua mano derecha se parece demasiado a él mismo -es una peligrosa cuña de la misma madera-, y el hartazgo político general es mucho mayor ahora, recortando muchísimo la capacidad de maniobra y engaño habituales.
La corrupción, empleada como sistema de gobierno acaba siendo incontrolable mientras queden tribunales, fuerzas de seguridad y periodistas haciendo su trabajo
Rodearse de ineptos, matones y pérfidos conlleva importantes riesgos. Si bien es posible controlarlos y usarlos recurriendo al socorrido truco del palo y la zanahoria -la amenaza de perder el favor y la promesa de altos cargos y enriquecimiento-, la corrupción así inoculada al corazón mismo del sistema acabará por infectar al organismo político entero.
Incluso en una democracia tan debilitada y disfuncional como la nuestra, la corrupción, empleada como sistema de gobierno acaba siendo incontrolable mientras queden tribunales, fuerzas de seguridad y periodistas haciendo su trabajo, sin que sea suficiente disponer de la fiscalía, del Tribunal Constitucional, de un partido entregado, de unos socios dependientes y de un bien engrasado aparato de propaganda. En efecto, el estallido del caso Koldo-Ábalos-Sánchez no es otra cosa que la demostración palmaria de que la broma comunista de gobernar cabalgando el tigre de las contradicciones solo es posible en una completa dictadura y no antes, porque el tigre derriba al imprudente jinete e incluso llega a devorarlo.
La ineptocracia deliberada y consciente, que eso son los seis años de sanchismo, acaba siendo un arma de dos filos. La selección negativa de granujas, ineptos y palmeros practicada por Sánchez ha terminado siendo quizás la peor fuerza autodestructiva de la izquierda reaccionaria. Para prevenir estas cosas no viene mal un poco más de lecturas de las que tienen el presidente y sus acólitos.
Todo está en los clásicos
Baltasar Gracián, nuestro Maquiavelo español, barroco y jesuita, escribió en su fantástico Oráculo manual y arte de prudencia el aforismo “Nunca acompañarse con quien le pueda deslucir”, con el siguiente precepto: “Nunca se arrime a quien le eclipse, sino a quien le realce.” Pero después añade: “Tampoco ha de peligrar de mal de lado [escorarse], ni honrar a otros a costa de su crédito. Para hacerse vaya con los eminentes; para hecho, entre los medianos”.
Sánchez ha caído en todas las imprudencias avisadas por Gracián: se ha rodeado de tipos que no le eclipsen y le realcen por comparación, cierto, pero ha corrido demasiado y les ha honrado con altos cargos y recompensas que incluyen hozar en la corrupción, y así ha liquidado su crédito político incluso para los más devotos de su grey, mientras Bruselas -donde pensó mandar en sus más locas ensoñaciones- ha sacado la artillería reservada a la malversación y desfalco de la sagrada caja común.
A esta ignorancia imprudente, Sánchez ha unido la ejecución vertiginosa de la pesimista Ley de Hierro de la Oligarquía, formulada por el sociólogo ítalo-germano Robert Michels a principios del siglo pasado: prevé que la organización de cualquier partido, por democrático que fuera en su origen y sobre el papel, acaba inexorablemente controlada por una pequeña oligarquía que destruye la democracia y explota el partido para su beneficio privado.
Mussolini tuvo la astucia de rodearse, al menos para la galería, de sujetos brillantes como el propio Michels, el gran economista Vilfredo Pareto, el filósofo Giovani Gentile y los artistas y poetas futuristas
Michels acabó descreyendo de la democracia y apoyando al Partido Fascista de Benito Mussolini, que parecía sincero en la verticalidad jerárquica y caudillista de su organización. Pero Mussolini tuvo la astucia de rodearse, al menos para la galería, de sujetos brillantes como el propio Michels, el gran economista Vilfredo Pareto, el filósofo Giovani Gentile y los artistas y poetas futuristas. Sánchez, en cambio, ha optado por sus koldos y ábalos, y eso tiene un coste político que más temprano que tarde pasa al cobro.
Este año también se conmemora el siglo del asesinato del socialista Giacomo Matteotti, indomable parlamentario que denunció la violencia y corrupción del régimen fascista. Con su muerte, Mussolini abandonó los últimos ornamentos parlamentarios y transformó su régimen en la dictadura pura y dura que tanto admiraron los dictadores y aspirantes a serlo de toda Europa y América, entre ellos el general Primo de Rivera, cuya dictadura contó, como es sabido, con la comprensión del PSOE y la UGT, ya entonces pobres en Matteottis y ricos en aspirantes a dictador.