- Cuando se ataca al mensajero y a la libertad de opinión y de prensa, más que fortaleza se demuestra falta de confianza en los argumentos propios
Pedro Sánchez atacó la semana pasada a «la prensa madrileña» y a «la Conferencia Episcopal» (Cope), «terminales mediáticas» que «defienden un Estado débil y que el dinero está mejor en los bolsillos» de los ciudadanos frente a la propuesta de la izquierda de disponer de un sistema fiscal robusto y un Estado fuerte. Cuando se ataca al mensajero y a la libertad de opinión y de prensa, más que fortaleza se demuestra falta de confianza en los argumentos propios y cierta desesperación ante lo que le auguran las encuestas. Ya hace algunas semanas Sánchez afirmó que el Gobierno «es muy incómodo» para «determinados poderes económicos» y «sus terminales políticas y mediáticas», las cuales no lograrían «quebrar» al Ejecutivo a pesar de que «se le golpea mucho».
Que un gobernante se enfrente al adversario político con argumentos y contraponga sus propuestas y sus críticas de toda índole con las suyas propias es lo habitual en una democracia, lo que está fuera de lugar es atacar a los medios de comunicación que se muestran críticos, especialmente cuando el propio Gobierno disfruta de los suyos propios que le son afines y, sobre todo, cuando ha convertido a RTVE, medio de comunicación de titularidad pública, en un ente a su servicio. Es en estos episodios donde se observa con nitidez la asunción por parte del PSOE de algunos de los tics totalitarios de Podemos y su pretensión de hacer suyas algunas de sus propuestas y prácticas. Quién lo iba a decir, hemos pasado de pensar que Podemos podría sustituir al PSOE a comprobar que el PSOE pretende sustituir a Podemos.
Si Sánchez considera que sus políticas son buenas para España, deberá esforzarse en argumentarlas, en lugar de criticar a los medios
La izquierda debe entender que algunos de sus adversarios políticos y en concreto la derecha tienen una propuesta fiscal y económica opuesta a la suya (a pesar de que durante décadas esta diferencia entre una y otra fue, más que práctica, retórica) y debe entender, sobre todo, que en España existen periodistas y analistas que no comparten algunas de sus ideas. Para lo primero, deberá esforzarse en ganar la batalla de las ideas en un debate público que no solo no es malo sino que es indispensable para que los ciudadanos decidan con conocimiento de causa; para lo segundo debe entender el funcionamiento de cualquier sistema democrático.
Las palabras de Sánchez demuestran su alergia a la crítica que los medios de comunicación legítimamente puedan hacerle y, por extensión, la peligrosa pretensión de parte de nuestra clase política de dividir a la sociedad española en dos bandos enfrentados para agrupar a los suyos frente a los adversarios, convertidos en enemigos cuya derecho a existir a veces incluso se niega. Si Sánchez considera que sus políticas son buenas para España, deberá esforzarse en argumentarlas, en lugar de criticar a los medios de comunicación críticos con ellas. Un presidente está para rendir cuentas, no para pasar revista.
Es como si le valiera todo para seguir en la Moncloa y convertir su programa político en obligatorio. Su ataque a los medios críticos que lo cuestionan no es sino una muestra más de esta deriva
Pero se prefiere el cierre de filas antes que el debate libre de ideas. Por ello Sánchez pretende controlarlo todo, desde el CGPJ hasta RTVE, pasando por la Fiscalía General del Estado, el Defensor del Pueblo, el CNI, el CIS o el Consejo de Estado. En lugar de perfeccionar la democracia representativa que disfrutamos y mejorar la separación de poderes, se aboga por la colonización de todas las instituciones del Estado. Es como si le valiera todo para seguir en la Moncloa y convertir su programa político en obligatorio. Su ataque a los medios críticos que lo cuestionan no es sino una muestra más de esta deriva.
En el fondo, esta forma de proceder lo está contagiando todo. Antes que el debate se prefiere el insulto; antes que la contraposición libre de ideas, el dogmatismo y el forofismo; antes que la duda, el repliegue de filas; y antes que el libre albedrío, la cancelación, la prohibición y la censura: esa pretensión de prohibir lo que no nos gusta o incomoda. Hay quienes nunca leen nada que los pudiera poner en duda y solo consultan a quienes les rinden pleitesía.
Al final, el problema es de libertades; o, mejor dicho, de su ausencia. Porque no se trata de defender solo las libertades propias sino de defender las de los otros, especialmente las de los que te critican o incomodan. Sobre todo si eres presidente del gobierno.