- El humanista a tiempo parcial acumula casos de desprecio escandaloso a quienes sufren en el mundo y en España
A Sánchez le preocupan los derechos humanos lo mismo que el feminismo, la prostitución o el pacifismo: es decir, tanto como a un caníbal la dieta vegetariana, a un conductor borracho los peatones o a un pirómano los incendios forestales.
Del feminismo poca duda hay: montó un pollo notable por un beso estúpido de un gañán a Jenni Hermoso, merecedor de un despido oprobioso pero no de un juicio por agresión sexual; pero se calla con el escándalo de las pulseras para maltratadores compradas en un chino o el auxilio a violadores con su ley del «solo sí es sí» y da la turra con el heteropatriarcado ante quien no la necesita pero silencia la amenaza para las mujeres que suponen «culturas» estructuralmente machistas.
Y sobre la prostitución, qué decir del abolicionista a tiempo parcial que vivió y quizá vive de las rentas obtenidas en lupanares familiares y ha estado rodeado de adictos a servicios sexuales que se llevaban de viaje oficial a meretrices o las colocaban en empresas públicas. O ha indultado, por la puerta de atrás abierta por Conde Pumpido, a culpables de un bochorno legendario como el de los ERE andaluces que, entre otros capítulos, tenía uno por gastar dinero público en meretrices y drogas.
Pasa igual con los derechos humanos: ahora pretende hacer creer que sufre como nadie por los palestinos, que hasta ayer eran para él los oriundos de Palencia, e incluso empieza a circular entre los Pelotas del Régimen, con mayúsculas por su incipiente oficialidad, la teoría de que puede aspirar al Premio Nobel de la Paz, que es como concederle a Óscar Puente el galardón de diplomático del año.
En realidad a Sánchez no solo le preocupan los derechos humanos igual que a un caimán los de los ñus, sino que es colaborador necesario en su conculcación en varios frentes especialmente sangrantes. En Venezuela ha sido cómplice de un golpe de Estado, perpetrado por Maduro y culminado con el uso de la embajada española en Caracas para extorsionar y desterrar al ganador de las elecciones: la represión venezolana, que es terrible, tiene en Sánchez y Zapatero uno de los agentes blanqueadores más relevantes, que contribuye además a acallar la respuesta europea a ese drama por el método de renunciar a liderar una causa necesaria.
Y qué decir de China, por tamaño y éxito la mayor dictadura del mundo, objeto de los mimos de un presidente que ha llegado a defender la reducción de los aranceles a la importación del coche eléctrico chino, en plena transformación forzosa del sector en Europa; y contribuye decisivamente a legitimar las aspiraciones de Xi Jinping a dar la vuelta como un calcetín al equilibrio geopolítico mundial, por supuesto en favor de Pekín.
Tampoco se queda fuera de esa hipocresía el Sáhara, durante décadas excusa del progresismo institucionalizado para construir un relato hoy olvidado por las siniestras cesiones sanchistas a Marruecos, coincidentes con el espionaje a su teléfono móvil, atribuido sin desmentido a la potente Inteligencia de Mohamed VI.
O, para que no quede nada en el tintero cínico de un humanista fijo discontinuo, no puede olvidarse que le debe literalmente la Presidencia a un terrorista condenado, Arnaldo Otegi, al frente de un partido que no condena ni reniega de la violencia y se limita a «lamentarla», como si fuera un fenómeno meteorológico ajeno a la voluntad sostenida de un grupo de matarifes que acumulan más de 300 asesinatos sin resolver: algo que, ante la indiferencia de este Gandhi de mercadillo, Europa ha calificado de crímenes de lesa humanidad, instando a investigarlos, con una cuchufleta por respuesta del humanitario gazatí.
Todo en Sánchez es una farsa que hace bueno el aforismo de Huxley: «Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje». Y todo obedece, siempre, a un fin espurio: añadir ladrillos al muro construido contra la mayoría de la sociedad española y, a ser posible, que se hable más de Gaza, de la guerra de Irak o de Aznar que de la UCO, el Tribunal Supremo, Begoña Gómez, José Luis Ábalos, David Sánchez y todos los bochornos que le definen.