José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
El líder socialista tergiversa, por ignorancia o prepotencia, la relación del Gobierno con la Fiscalía y causa daño al buen fin de la extradición de Puigdemont
Pedro Sánchez ha conseguido que sus zigzagueos le hagan irreconocible para propios y ajenos. Ahora compra a sus adversarios mercancías que él mismo declaró averiadas y, al tiempo, rechaza garantizar a los suyos compromisos que antes asumió.
El presidente en funciones ha interpretado que su desplazamiento a un supuesto centro político consiste en instalarse en la ambigüedad, en dar una de cal y otra de arena y en combinar silencios ruidosos con afirmaciones escandalosas. La última —y gravísima— se produjo este miércoles al atribuirse la máxima jerarquía sobre el Ministerio Fiscal para garantizar (¿tanto le aprietan las encuestas?) la ejecución de una decisión que nunca ha estado en su mano ni en la del Gobierno: conseguir la extradición de Puigdemont y de los demás presuntos sediciosos.
Una cosa es que el Ejecutivo nombre al fiscal general del Estado (al que no puede cesar sino por causas tasadas y cuya designación decae con la del Gobierno que le nombra) y otra cosa por completo diferente es que actúe bajo su mandato. El estatuto del Ministerio Fiscal establece los cauces de relación con el Gobierno: este puede interesar al fiscal general del Estado que promueva ante los tribunales todas las acciones pertinentes en defensa del interés público (artículo 8.1), pero debe hacerlo a través del Ministerio de Justicia y de la presidencia del Gobierno “cuando lo estime necesario”.
Pero no queda ahí la cosa: cuando el fiscal general del Estado recibe la comunicación de las instancias gubernamentales, resolverá lo que crea conveniente “sobre la viabilidad o procedencia de las actuaciones interesadas” tras oír a la junta de fiscales de sala del Tribunal Supremo y expondrá su resolución al Gobierno en forma razonada (artículo 8.2), de lo que se deduce que entre el Ministerio Fiscal, el presidente del Gobierno, el Ministerio de Justicia y el Consejo de Ministros no existe relación alguna de jerarquía ni dependencia.
Por lo demás, los fiscales han reaccionado con indignación explicable a las declaraciones del presidente en funciones, tanto porque demuestran un desconocimiento intolerable de la relación del Gobierno con el Ministerio Fiscal como porque transforman a unos altos funcionarios, que responden al principio de jerarquía ante sus propios responsables, en supuestos peones subalternos de Ejecutivo de turno. Por todas estas razones y por esa facundia con la que, a veces, se conduce Sánchez, el desliz —de corte autoritario— es gravísimo e incide de lleno en una campaña electoral a la que el secretario general del PSOE no ha sabido tomar el pulso desde el principio. Además, con casos de corrupción pendientes en los que la acusación fiscal resulta esencial en el desenlace de los procesos en curso, la metedura de pata del secretario general del PSOE es de las que hacen época.
Supuse, también en este espacio el pasado 19 de octubre, que el líder socialista iba “camino de perder el 10-N”. Cuando ya solo restan poco menos de 48 horas de campaña electoral, Sánchez sigue avanzando por esa senda perdedora, aunque sea en términos relativos (menos votos y menos escaños que el 28-A), e incrementa las incertidumbres colectivas creando una tensión social y política de altísimo voltaje.