- Al rechazar la amnistía sin oponerse de manera eficaz, Page evidencia que, pese a la escenificación del desacuerdo, mantiene una cooperación tácita con Sánchez.
Emiliano García-Page probablemente no se decidiría a promover él mismo la amnistía. Pero esa consideración es un ejercicio de política ficción, porque no ocupa el cargo en el que le correspondería decidirlo. Lo que está claro es que Page insiste en que no le gusta, pero siempre quedándose un paso corto respecto a cualquier intento serio de impedirlo, como ya ocurrió con los indultos o con la despenalización de la sedición.
Porque en realidad el reparto de papeles con Pedro Sánchez les es muy conveniente a ambos. Se necesitan y cumplen con un guion, tan evidente y simplón (aunque no por ello menos efectivo) que ni siquiera es preciso que lo hayan acordado expresamente.
Es por supuesto también totalmente irrelevante si se caen bien. Lo relevante es que su repertorio de dúo pimpinela funciona porque atrae público y evita que se estreche la base electoral del PSOE. Ambos lo saben.
Page inauguró la primera coalición con Podemos en 2015. Pero consiguió hacerlo olvidar en las autonómicas de 2019, estrenando meses antes su juego de poli bueno, poli malo con Sánchez, cuando puso sobre la mesa al relator. Pero Sánchez también necesita a Page para preservar la ficción de que el PSOE mantiene su esencia, pese a que se tomen «con pragmatismo» decisiones difíciles para retener el poder. El argumento es que el reparto de escaños en el Congreso es el que es, y lo principal es impedir que gobierne la derecha. Entiéndase la española, porque la nacionalista pasa a considerarse «progresista».
Viene a ser similar juego al que hace Felipe González, cuando afirma (siempre a posteriori) que el 23-J le costó más votar al PSOE, pero lo votó y se preocupa de decirlo. Esos comportamientos de Page, González y otros son clave para que en ulteriores elecciones no se pierdan votantes. Sobre todo, muchos de cierta edad que seguirán esos ejemplos para volver a esforzarse, y poder seguir sintiendo la pureza de no haber tocado en su vida más papeleta que la del PSOE. Y ello sin pararse mucho a pensar en cómo va a España, porque su pensión indexada con la inflación sigue llegando cada mes.
«Los votos para Sánchez que ayuda a retener Page le resultan decisivos a él mismo para mantener el gobierno de Castilla-La Mancha»
Esos votos que ayuda a retener Page le resultan por supuesto decisivos a él mismo para mantener el gobierno de Castilla-La Mancha. Pero también los necesitaba Sánchez, al que no habría alcanzado la exigua mayoría de investidura (para la que ya necesita el sí de todos y cada uno de los partidos nacionalistas) sin ese apoyo al PSOE que ha resistido entre los perfiles con los que conecta Page.
Los puñetazos de mentira que, como en las películas, da Page desde hace cuatro años venían consistiendo en hacer declaraciones con semblante grave –de preferencia a las puertas de un hogar del pensionista en su región–, para luego tener que ausentarse cada Comité Federal relevante porque le surgía algún oportuno impedimento en su agenda.
Igual ocurrió con la designación de los diputados al Congreso por Castilla-La Mancha, propuestos todos desde la federación autonómica, pero con los que Sánchez se siente tan cómodo que no cambiaron ni uno desde el Comité Federal. Aunque no faltó el entremés de un supuesto enredo entre si encabezaba la lista el delfín de Page o la preferida de Sánchez, decisión en realidad irrelevante, porque la aritmética electoral en Toledo no ponía en duda dos escaños para el PSOE.
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Como esta vez esos trucos eran ya conocidos, los efectos especiales han consistido en ir al Comité Federal y no sumarse a la escena del rendido aplauso a Sánchez. Y hacer unas declaraciones dejando claro que 1) sabe que la afiliación respaldará la amnistía (es decir, desalentando a que nadie plante batalla, para no tener que plantearse él si la apoya), y 2) expresa su rechazo a los que apelan al transfuguismo.
Cortina de humo, fuegos de artificio. Transfuguismo sería dar una mayoría a Feijóo, pero no lo sería que algún diputado del PSOE no apoyara la ley de amnistía. O incluso que no apoyara una investidura cimentada precisamente en esa amnistía radicalmente contraria tanto a la Constitución (Page lo dice) como a las promesas del mismo Sánchez en campaña.
«Page no está realmente contra la amnistía, sino que interpreta el papel de oponerse, cuando está tan a favor de ella como Sánchez»
¿Acaso consideraron en 2016 tránsfugas a los diputados del PSC y algún otro que desobedecieron un mandato expreso del Comité Federal? ¿O al propio Sánchez, que con su efectista dimisión la misma mañana de la votación de investidura impidió que su sucesor en el escaño pudiera ser nombrado a tiempo?
¿Asume Page que los diputados castellano-manchegos tienen menos criterio o menos derecho al mandato no imperativo que los catalanes? Ni siquiera es eso, sino que, sencillamente, Page no está realmente en contra de la amnistía, sino que interpreta el papel de aparentar oponerse. Pero en la práctica está tan a favor de ella como Sánchez.
Es decir, antes del 23-J preferían guardarse ese cartucho. Pero después sí han decidido que toca gastarlo, porque el PSOE lo necesita para mantener el poder tanto en La Moncloa como más adelante en Fuensalida. Dependen obviamente de elecciones independientes, pero con fortísimos vasos comunicantes en términos de votos. Page y los diputados castellano-manchegos que evitaron aplaudir a Sánchez simplemente preparan el terreno para votar la amnistía con el menor coste electoral en futuros comicios.
Aún no está escrito el final de esta película en el medio plazo. Veremos si se produce porque Sánchez deja al PSOE descompuesto y da el salto a un puesto internacional, porque resurge por fin una izquierda ajena al nacionalismo, o por la combinación de ambos factores. O acaso la pareja de cine consigue aún otra huida hacia delante en la secuela Referéndum de autodeterminación.
Cada votante de izquierdas puede decidir hasta cuándo quiere seguir pagándole al PSOE la entrada para otro previsible filme de serie B, o si cambia ya de sala.
*** Víctor Gómez Frías es ingeniero de caminos y profesor en la Universidad Politécnica de Madrid.