Luis Asúa-Vozpópuli
Una agenda disparatada, unos apoyos parlamentarios basados en pactos contra natura, una división social feroz… hay más puntos en común de lo que parece
Las lecturas recomendadas por Arcadi Espada suelen ser muy acertadas. Últimamente ha arriesgado con el libro de Carles Puigdemont sobre el procés, titulado Me Explico: De la investidura al exilio.
El libro retrata la política española desde lo que alguno podría considerar candidez o, más bien, una ‘mala leche’ bastante divertida. Muy pocos de los personajes que tuvieron algo que ver con aquel asunto salen bien parados, en particular el entonces vicepresidente Junqueras.
El libro tiene la virtud de ser una especie de recopilatorio de diálogos -en realidad parecen grabaciones- en el que nos asomamos a las conversaciones de Puigdemont con gran parte de la clase política y del gran empresariado de entonces. La cosa tiene su interés por la novedad de poder conocer al pie de la letra las interioridades de esas conversaciones al máximo nivel.
El procés se lleva a cabo cometiendo un atropello de la legalidad sin precedentes, al menos en Occidente. No es que moldeen la ley, es que la incumplen sistemáticamente para convocar el referéndum -que era un primer paso para romper el orden constitucional- y llevar al gobierno español (y a la UE y la ONU, suponemos) a una mesa de negociación sin límites, por mucho que lo niegue la tesis de la ensoñación del Tribunal Supremo.
No cargaremos las tintas sobre la desastrosa gestión que hizo Mariano Rajoy del episodio del referéndum, pues ya es en sí mismo uno de los peores capítulos de nuestra historia reciente
Una de las primeras impresiones, por tanto, es lo lejos que estaban de la realidad los magistrados de la Sala Segunda del Alto Tribunal cuando definieron el procés como una ensoñación ¡Ni mucho menos! Era un plan perfectamente articulado para forzar la negociación de un referéndum, o incluso de la independencia de Cataluña, desde una posición de fuerza a través de unos hechos consumados y basados en ilegalidades flagrantes… ¡De ensoñación nada! Sólo la falta de participación -no me atrevo a llamarlo resultado- del referéndum del 1 de octubre, que congregó apenas un tercio del electorado catalán, hizo que fracasara. No cargaremos las tintas sobre la desastrosa gestión que hizo Rajoy del episodio, pues ya es en sí mismo uno de los peores capítulos de nuestra historia reciente.
No se han de menospreciar las confidencias del equipo de Godó y sus complicadas acrobacias para mantener su grupo de comunicación en la Cataluña independiente
Por el libro desfila gran parte de la clase política y da voz a posiciones muy divergentes sobre Cataluña. Desde la oposición frontal de Inés Arrimadas o la conllevancia al estilo de don Tancredo de Rajoy, al sorprendente posibilismo de Albert Rivera y las ambigüedades de gran parte del PSOE y de la cúpula de Podemos. Estos últimos, por cierto, están divididos entre un “quizá votemos en contra” de los de Madrid frente a los de Colau, que “seguramente votarían a favor de la independencia”. Y estos últimos del lado no soberanista…
La fotografía del lado independentista tiene poca ambigüedad. Algunos son reticentes al procedimiento, pero no al objetivo. Hay pocas sorpresas en lo referido al papel del empresariado catalán, obsesionado en España como mercado y poco más. Resaltan las confidencias de los Godó y sus acrobacias para mantener su grupo de comunicación en la Cataluña independiente.
El libro trata de imponer a los españoles una imagen falsa, la de una Cataluña extranjera, colonizada. Una Cataluña de gente unánime en su sentimiento nacional y con una cultura, un idioma y unos hábitos totalmente diferentes. Viajar a Madrid es como ir al extranjero y el afán de ‘internacionalizar el conflicto’ se convierte en una auténtica obsesión y tiene momentos de un alucinado ‘paletismo’ ciertamente hilarante. Urge hacer una reflexión en profundidad sobre el papel de las diferentes comunidades autónomas y el sentimiento antiespañol.
Entre la región y el país
El libro rezuma una tragedia cuya única causa es el disparatado sistema federal que tenemos en España, basado en unidades identitarias en lugar de estarlo en provincias administrativas. Es tal el disparate que hoy en día mucha gente se identifica más con un ente administrativo (la comunidad autónoma) que con su país de origen.
Tras tantos años de políticas nacionalistas en Cataluña, en el País Vasco y ahora en Galicia, un episodio como el procés parece inevitable, pues el afán de poder de las élites nacionalistas es imparable. Denunciemos que los procesos secesionistas sólo tienen una lectura: el afán de poder de unas élites políticas que debemos reencarrilar con urgencia.
El Estado debe defender lo que es de todos y hacerse respetar. Los fracasos en la gestión de las autonomías merecen la aplicación del artículo 155, al menos de forma parcial. Fracasos -como se ha visto recientemente- en el campo de la sanidad, la educación, la vivienda o la ruptura de la unidad de mercado son los más notorios. No se puede tolerar que un presidente autonómico rechace comparecer cuando se lo convoque o menosprecie los símbolos nacionales. El Estado es piramidal y no existe bilateralidad con las regiones vasca o catalana, y cuidado con el neogaleguismo de Feijóo, que puede acabar metiendo su provincia en este grupo.
Las diferentes lenguas autóctonas dentro de la península son muy respetables, pero no tienen la transcendencia ni la historia del español
Sobre el sentimiento antiespañol urge una reconstrucción nacional desde la inteligencia y la decisión. Las diferentes lenguas autóctonas dentro de la península son muy respetables, pero no tienen la transcendencia ni la historia del español. Nuestra cultura es importantísima e ingente. Por supuesto que las culturas catalana, gallega o vasca son auténticas joyas, pero no pueden suplir la gran cultura que nos une a todos.
Finalmente hay que recordar que Puigdemont tuvo que crear una coalición contra natura con los antisistema de la CUP y ERC. Una extraña mezcla de burguesía de toda la vida, charnegos nacionalizados y radicales de izquierda. Algo parecido al gobierno de Sánchez, al que ahora parece querer unirse Ciudadanos. Imaginen lo que sería una cena con los votantes típicos de la multitud de partidos que parecen apoyar a nuestro presidente…
Los paralelismos entre Puigdemont y Sánchez son muchos. Una agenda disparatada, unos apoyos raquíticos basados en pactos contra natura, una división social feroz… Unas políticas, en cualquier caso, ajenas al deseo de los ciudadanos de prosperar en paz.