José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Para Sánchez gobernar se ha convertido en una carrera de obstáculos con un Casado reforzado. El tándem con Redondo ha dejado de ser eficiente
El pasado 27 de agosto, Carlos E. Cué publicaba una crónica política en el diario ‘El País’ titulada así: «Sánchez aborda el inicio del curso político como una campaña electoral». Efectivamente. El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno se ha instalado en la Moncloa —inicialmente con el fin de convocar elecciones «cuanto antes»— para, desde el poder, revalidarlo en unas próximas generales. El viento de cola que impulsaba al «gobierno bonito» (que ya no lo es) y algunas medidas —unas reales y otras efectistas— le granjearon un subidón demoscópico que se reflejó en el barómetro del CIS del pasado mes de agosto. El PSOE se encaramaba en el liderazgo de las preferencias del electorado con un 30% de voto estimado. La fórmula de Sánchez parecía funcionar.
Sin embargo, el calendario se le ha vuelto en contra al presidente. Una acumulación de errores y contradicciones, entre ellos la dimisión de Carmen Montón del Ministerio de Sanidad (que va a ser penalmente investigada) y el grave deterioro de su reputación académica, han quebrado la gestión gubernamental como campaña electoral y la han convertido en una carrera de obstáculos. La ambición rompe el saco y la estancia en el poder comienza a restar posibilidades al PSOE en vez de incrementar sus buenas expectativas. Y, sobre todo, el mecanismo político-electoral que Sánchez ha montado en la Moncloa con Iván Redondo, su asesor estratégico, de comunicación y marketing, elevado a la categoría de director de su gabinete (secretario de Estado), comienza a dar muestras de agotamiento. Sánchez se planteó —desde el éxito de la moción censura en junio pasado— una acción política permanentemente complementada por la sapiencia propagandística y táctica de Redondo. ‘De facto’, el gobierno está siendo un duunvirato que hasta el momento ha funcionado con una razonable eficiencia. Ya no.
La ocurrencia de lanzar una reforma constitucional ‘exprés’ y anunciarla en una conferencia ante un público variopinto estupefacto ante semejante iniciativa no consensuada, y que como ayer se demostró ni siquiera estaba en borrador de anteproyecto, no solo no ha conseguido el efecto pretendido —distraer la atención sobre las dificultades y errores del presidente y del Gobierno— sino que ha añadido un resbalón más a la gestión del Ejecutivo porque la tal reforma depende por entero del apoyo del Partido Popular que no se lo va a proporcionar, fortalecido su líder, Pablo Casado, tras la petición fiscal, ayer, de archivo del caso máster, que resolverá en breve la Sala Segunda del Supremo. Más Casado, menos Sánchez.
Lo mismo que el éxito de la moción de censura se atribuye en buena medida a la estrategia de Redondo, tanto algunos miembros del Gobierno como relevantes cargos del partido anotan los últimos fiascos presidenciales en la cuenta del duunviro Redondo: la mala gestión de la crisis de la exministra Montón, la reacción excéntrica de amenazar a medios de comunicación con acciones legales por la publicación de sus «copias», «plagios» o «intertextualidades» en su tesis doctoral y en el libro posterior que la recoge en parte, la incendiaria entrevista con Ana Pastor el pasado domingo en La Sexta y el lanzamiento pirotécnico de la reforma de la Carta Magna.
Si la semana pasada fue ‘horribilis’ para el presidente, esta que termina no lo ha sido menos
Redondo, sin embargo, es un brillante y versátil consultor que tuvo una encarnación similar seis años antes. El 8 de septiembre de 2012 el presidente popular de Extremadura, José Antonio Monago, anunció la creación del gabinete de presidencia y el nombramiento de Iván Redondo, con categoría de consejero, como su titular. El propósito de Monago era el mismo que el de Sánchez: implementar su acción política con un arrope de marketing estratégico. Tanto con la decisión de Sánchez como —salvando las distancias, la de Monago— se estaban pervirtiendo las funciones de coordinación, asesoramiento administrativo y apoyo al jefe del Gobierno que son el núcleo duro de las competencias de su gabinete (artículo 2º del Real Decreto 419/2018 de 18 de junio). Quienes conocemos la inteligencia de Redondo, al menos por referencias del todo fiables, no alcanzamos a entender el porqué de asumir un cargo político-administrativo que requiere de unas habilidades que no son las que cualifican la brillantez del consultor donostiarra. No ayuda tampoco que la vicepresidenta Calvo parezca liviana en su consistencia coordinadora y que Celaá, ministra de Educación y portavoz, no haya sido dotada por la naturaleza con el don de la palabra, aunque sea una política vasca que merece un especial respeto por su trayectoria.
Si la semana pasada fue ‘horribilis’ para el presidente, esta que termina no lo ha sido menos. Continúa en circulación el relato informativo sobre sus avatares académicos; siguen los comentarios negativos sobre las contradicciones y errores y Pablo Casado va a salir penalmente indemne de su causa ante el Supremo. Además: la reforma constitucional ha nacido muerta y los socios de la coalición de rechazo tienen a Sánchez encerrado en tablas porque la verosimilitud de unos presupuestos para 2019 se aleja. Se gobierna con el Consejo de Ministros y no con un duunvirato político-estratégico-comunicacional que ya es menguante. Sánchez y Redondo, desde perspectivas distintas, deben contemplar la posibilidad de apretar el botón rojo y llamar a los ciudadanos a las urnas. Cuando se resiste no siempre se gana. Que se lo digan a Mariano Rajoy.