- Agarrado al dinero europeo como única tabla, sin querer saber nada de la pandemia con un sociedad fatigada y exhausta, el presidente gana días, como siempre, pero gasta tiempo
La reaparición de Pablo Iglesias cierra el ida y vuelta diseñado por el líder de Podemos tras el bofetón de las urnas en Madrid. Se quitó de la vista para el control de los daños. Todo el aluvión para Pedro Sánchez abocado a una remodelación de Gobierno en la que escabechó a aquellos que le acompañaron en la reconquista del PSOE tras salir por la ventana del Comité Federal e intentar una votación detrás de un biombo. Como dicen los del tiempo, los modelos predicen la apertura del pasillo de las borrascas. En el radar de la política española aparecen las turbulencias propias de un período inestable. Ni siquiera se puede hablar de una italianización de la política española. Como dice Felipe González el fenómeno no es posible sin italianos.
Una corbata en sábado no hace daño a nadie si el trabajo consiste en evitar una guerra. En agosto ya apareció en alpargatas mientras ordenaba la retirada de la representación española en Afganistán
El ciclo político comenzado con el “no es no” de Sánchez agota otra fase antes de empezar una muy parecida tras las siguientes elecciones generales. La legislatura ha entrado en una zona de sombra. Hay interferencias en las dos direcciones del Gobierno. Entre las partes andan a rastras, se dejan llevar por unos acontecimientos inabarcables para la formación de muchos de los nombrados en el BOE para su cargo público. El presidente se empeña en gobernar desde una foto. La imagen del jefe del Gobierno español al teléfono, con camisa tono pastel caribeño que descubre a quien en la cincuentena intenta resistirse al paso del tiempo. Por mucho que nos empeñemos, los años nos caen a plomo y hay colores que no arreglan lo irremediable. Una corbata en sábado no hace daño a nadie si el trabajo consiste en evitar una guerra. En agosto ya apareció en alpargatas mientras ordenaba la retirada de la representación española en Afganistán. Esa imagen repartida por Moncloa para hacer frente al general invierno, a las órdenes del autócrata Putin, parece un mal de ojo echado por el ex gurú Iván Redondo. Ese señor que tanto mandó y que se dedica a predecir la peor de las derrotas de su antiguo jefe. La realidad se pone enfrente, sin escapatoria. España hará lo que le pidan en la OTAN. No hay margen. El “no a la guerra” es un sí a Putin, a un expansionismo propio de los años 30 del siglo pasado. No se puede comparar con Hitler dicen los prudentes, aunque la obsesión por reunificar las bolsas de población alemana dispersa tras la desintegración del Imperio Austrohúngaro desencadenó la anexión de Austria y los Sudetes como aperitivos de la invasión de Polonia un año después. La caída del Muro desmembró a la Unión Soviética. La historia no se repite, aunque como dijo Mark Twain, “a veces rima”.
La debilidad parlamentaria de Sánchez acelera el desgaste. La reaparición de Iglesias confirma el hecho. Hay dos elecciones autonómicas, Castilla y León y Andalucía, en el horizonte de este semestre. A la espera el momento en el que Ximo Puig decida convocar en la Comunidad Valenciana, antes o a la vez que las municipales y del resto de autonómicas el último domingo de mayo de 2023. Desde finales del año pasado Sánchez repite en voz alta que va a agotar la legislatura, un ejercicio de autoayuda de quien necesita verbalizar para que tome forma ese pensamiento que impide la correcta conciliación del sueño. La pared de la reforma laboral hay que darla por superada con Ciudadanos como salvador, a imagen y semejanza de Vox. El partido de Abascal le evitó una comisión independiente para el control de los fondos europeos.
Vive al día de su conveniencia. Ya se verá cómo le va ese destrozo. A mano siempre el pelotón de independentistas, aunque Arrimadas prefiera no saberlo
En Podemos desprecian la ayuda de Ciudadanos como alternativa a la mayoría de la investidura y la moción de censura. Si el Gobierno pierde la votación se acabó, no ocurrirá, y si sale adelante con el apoyo de Arrimadas y sus ocho compañeros más UPN, los socios del PP en Navarra, la legislatura seguirá con la rutina de la tensión entre las partes contratantes del Consejo de ministros. Por lo tanto, sin novedad. Cuando Sánchez convoque elecciones podría destituir a los ministros de Podemos, como hizo Ayuso aquella mañana del 10 de marzo con los consejeros de Ciudadanos y repitió Mañueco para sorpresa, disgusto, indignación e ira de Francisco Igea que asegura no haberlas visto venir. No lo hará si ya hay batalla entre Iglesias y Díaz. Vive al día de su conveniencia. Ya se verá cómo le va ese destrozo. A mano siempre el pelotón de independentistas, aunque Arrimadas prefiera no saberlo.
Con el papel de España ya decidido en la crisis de Ucrania, donde nos digan y a la hora correspondiente, la parte socialista del Gobierno busca oxígeno al aprobar una reforma de la reforma laboral que devuelve poder a los sindicatos como mal menor en vez de una derogación vetada por la Comisión Europea. Agarrado al dinero europeo como única tabla, sin querer saber nada de la pandemia con un sociedad fatigada y exhausta, el presidente gana días, como siempre, pero gasta tiempo. Por mucho que repita que terminará los cuatro años de legislatura ya sabe que la reaparición de Pablo Iglesias preludia un final mucho más cercano. Sánchez empieza a gastar el tiempo, su bien más preciado, aunque aparente no afectarle. Ya solo piensa en cómo renovarlo cuatro años.