José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Entre ambos, Sánchez y Redondo, a distancia y enfrentados, están construyendo el relato de un tiempo político decadente
El presidente del Gobierno empieza todas las semanas desde el pasado 8 de noviembre recibiendo un puñetazo en el hígado: el artículo en el periódico del Conde de Godó de su otrora íntimo colaborador, Iván Redondo. Desde ese lunes hasta el pasado 13 de diciembre —y ya son siete— el exdirector de su Gabinete le lanza un misil.
No haría falta ningún relato adicional a la lectura de esos textos para acreditar que su salida de la Moncloa fue traumática, fueran las que fueran las razones de su destitución, cese o dimisión. Porque cada una de sus especulativas tesis contiene una dosis no letal, pero sí continuada, de arsénico político que predicen que Pedro Sánchez va a terminar arrojado de la presidencia del Gobierno, sin duda, por haber prescindido de sus servicios.
Iván Redondo está jugando a la adivinación verosímil. Pero sus criterios —que el entorno presidencial dice desoír— pretenden ser performativos, es decir, transformar una virtualidad en una realidad. La primera de sus piezas la tituló ‘Cómo se gana la Moncloa’ y no coincidía con lo que está haciendo Sánchez según el criterio del autor. Un paso más: el 29 de ese mes, el donostiarra titulaba ‘Ayuso y Vox lograrían 202 escaños en las generales‘. Ahí es nada, el mismo registro histórico de Felipe González en 1982. Impresiona el dogmatismo de Redondo que hasta afina el número de diputados. Antes, el día 22 del mes pasado, le había advertido a su anterior asesorado: «La audacia de Sánchez: adelantar con Andalucía». Este lunes, nuestro predictor se lanzaba en picado: «Díaz podría ganar al PSOE con 78 escaños». No con 77, no con 79. Exactamente, con 78.
Redondo utiliza argumentos a contrapelo: eleva a Ayuso sobre Casado y a Díaz sobre Sánchez
El primer día de cada semana, Redondo, remedando a la película ‘Los lunes al sol’, de Fernando León de Aranoa (2003), deja en el paro a Pedro Sánchez al modo en que estaban en aquella cinta Javier Bardem o Luis Tosar, que obtuvo cinco premios Goya. El consultor sabe dónde impacta con sus titulares y su descoyuntada prosa: en la zona más sensible y débil de las expectativas electorales del PSOE con Sánchez a la cabeza. Maneja trilita porque lo es el conjunto de las estimaciones tan desastrosas para el presidente de quien le llevó a triunfar en la moción de censura de junio de 2018 y le siguió luego al pespunte hasta el mes de junio de 2021.
Redondo utiliza argumentos a contrapelo: eleva a Ayuso sobre Casado y a Díaz sobre Sánchez. Está diseñando una simetría comprable por un abundante público deseoso de emociones fuertes. Redondo ya lo sabe y por eso insiste. No elabora sus ideaciones de modo científico —no cita referencias que amparen unas predicciones tan contundentes— sino con percepciones meramente intuitivas y… ¿vengativas?, porque trata de demostrar que pese a su fracaso reputacional en la entrevista con Évole y algunos otros deslices, dispone de capacidad suficiente para remontar.
En definitiva, se aferra a la ventaja de que el tiempo corre contra el presidente y a favor de sus predicciones sobre sus adversarios
Sigue percibiéndose como una personalidad relevante y cree que lo está consiguiendo con las detonaciones de los lunes en uno de los periódicos de más difusión de España. Le favorece en su intención la lenta, pero firme descomposición del contexto en el que Sánchez triunfó, el desequilibrio en el consejo de ministros —más todavía con Joan Subirats dentro— y los roles extraños de las tres vicepresidentas y del ministro de la Presidencia. Y juega también con el desplome económico que hasta el Banco de España, ayer, auguraba fundamentales macroeconómicos lejanos a la suspirada recuperación. En definitiva, se aferra a la ventaja de que el tiempo corre contra el presidente y a favor de sus predicciones sobre sus adversarios.
Por lo demás, Redondo hace planteamientos corrosivos para el sistema. Habla de «perestroika», del «fin del bipartidismo imperfecto» y de la conclusión del «principio monárquico». Acaba de salir de la Moncloa, de una secretaría de Estado con enormes facultades de asesoramiento y control y ahora propone la ruptura como un discípulo adelantado de Pablo Iglesias que, como él, navega por los mares mediáticos, aunque el exlíder morado predica en el desierto a comparación de la atención que recaba el joven consultor político. Mientras Redondo tenga una peana, seguirá en esa línea porque no le faltan recursos para desafiar los patrones de conducta que eran esperables de un exalto cargo. Efectivamente, es audaz. Casi procaz en esos textos en los que practica el ojo por ojo.
Iván Redondo y Pedro Sánchez son, en definitiva, el paradigma de la de la inconsistencia en política
¿Son relevantes los artículos de Redondo? Lo son. No tanto —o no solo— por su contenido, sino por lo que acreditan de ausencia de las virtudes que la ciudadanía espera de la política institucional: la responsabilidad, la discreción y la lealtad de aquellos que en su momento —muy recientemente— han tenido tanto poder y que ahora dirigen su cañonería a quien lo depositó en sus manos. Lo que, por cierto, habla poco y no bien del protagonista de esta historia, pero tampoco deja en buen lugar a quien, confiado, le invistió con amplísimas y delicadas facultades.
Iván Redondo y Pedro Sánchez son, en definitiva, el paradigma de la de la inconsistencia en política. El presidente por depositar su confianza en quien no debió. Redondo, por no saber trascender con lealtad de un mal momento e ignorar que cada crisis —incluso las personales— son oportunidades para crecer y no para disminuir.
Es muy posible que Sánchez, por su gestión, se merezca futuros lunes al sol —el paro político— pero no es estético que el que le esté empujando mediáticamente sea quien le ayudó a alcanzar la presidencia del Gobierno. Entre ambos y a distancia, enfrentados, están escribiendo el relato de un tiempo histórico decadente en el que los valores de la política han quedado devaluados hasta el límite de lo inservible.