Pedro J. Ramírez-El Debate

El 24 de febrero de 2015 en el debate del Estado de la Nación contra RajoyPedro Sánchez mostró por primera vez su tarjeta de visita: «Yo soy un político limpio«. Desde entonces una y otra vez se ha aferrado a esta idea, jactándose de que ni en su Gobierno ni en su entorno había casos de corrupción.

Anteayer viernes su mensaje ha tenido que virar hacia «el que la hace, la paga», presentándose como víctima de los «engaños» de Ábalos; y alegando que en julio de 2021 lo destituyó como ministro y secretario de Organización y que cuando estalló el ‘caso Koldo’ fue expulsado del Grupo Parlamentario Socialista y tuvo que pasar al Mixto.

Pero los tiempos no avalan su versión dado que, al menos en el ‘caso Delcy’ el «engaño», su descubrimiento y su encubrimiento datan de enero de 2020. ¿Por qué siguió como ministro año y medio?

El problema es que la «limpieza» de un gobernante depende tanto de sus acciones como de sus omisiones y, como mínimo, Sánchez se ha dejado embadurnar por los más próximos. Ese traje de la Primera Comunión con el que llegó al poder está ya lleno de salpicaduras de «fango»-por usar uno de sus vocablos favoritos- y no proceden de ningún «pseudomedio», sino de quienes tenían acceso al porche de la Moncloa.

Lo peor de todo es que no son tiznaduras inconexas, sino que empiezan a completar un rompecabezas que incluye ya a media docena de ministros, la presidenta del Congreso, altos mandos de la Guardia Civil, una pléyade de cargos de designación política y hasta su propia esposa. Con el telón de fondo de su constante manipulación de la realidad, tan sólo encaminado a mantenerse en el poder.

Meses después de aquel duelo iniciático, Sánchez le espetó algo terrible a Rajoy en su primer cara a cara en televisión: «Usted no es una persona decente«.

¿Cuántos que no dependan de sus sinecuras y subsidios, de su continuidad en la Moncloa, creen hoy que Sánchez es una «persona decente»? Desde luego muchos menos que hace una semana.

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Cuando a comienzos del año pasado estalló la polémica sobre el uso por parte de Vox y sectores minoritarios del PP del eslogan «¡Que te vote Txapote!», yo me identifiqué con quienes lo repudiaron. Por eso critiqué a Feijóo por contestar con evasivas cuando, en su debate del 10 de julio en Atresmedia, Sánchez le emplazó a que lo condenara.

Era terrible que la banalización política pudiera diluir el aura siniestra de quien tal vez haya sido el más deleznable de los asesinos múltiples de ETA, un individuo capaz de disparar con absoluta frialdad las dos balas a quemarropa que acabaron con la vida del inerme Miguel Ángel Blanco.

Además, desde un afán de ecuanimidad dialéctica me parecía que dar a entender que ‘Txapote’ pudiera tener un interés directo en apoyar a Sánchez, no sólo era una exageración sino una truculenta falacia.

Es verdad que el pacto de investidura por el que Bildu votó a Sánchez, teóricamente a cambio de nada, se tradujo enseguida en los acuerdos con Chivite en Navarra y la entrega del ayuntamiento de Pamplona por parte del PSOE. Pero, por duro que resultara de encajar desde la memoria histórica reciente, no dejaban de ser dos partidos legales condicionados por la aritmética autonómica.

El mazazo a cualquier atisbo de confianza en la restricción moral de quien ejerce el poder ha llegado a través de la enmienda de Sumar que acortará las penas de decenas de etarras

Algo parecido, aunque más oprobioso en el plano de la proyección pública, cabía decir -y lo dije el domingo- del reciente protagonismo otorgado a Bildu en la transformación de la falazmente llamada «Ley Mordaza» en una Ley de ‘Libertades Públicas’.

Los acontecimientos tomaron otro cariz cuando una socialista, la consejera vasca de Justicia, concedió por primera vez el tercer grado a dos terroristas condenados por delitos de sangre y la Fiscalía ni siquiera presentó el recurso que hubiera permitido intervenir al Juez de Vigilancia de la Audiencia Nacional.

Habíamos entrado ya en una fase en la que se ayudaba a salir a ratos de la cárcel a los asesinos de Fernando Buesa y el fiscal Portero sin signo de arrepentimiento alguno. Y con el tremendo quid pro quo susurrado a los suyos por Otegi sobrevolando el escenario: «Tenemos 200 presos y, si para sacarlos hay que votar a favor de los Presupuestos, pues votamos».

Pues bien, el mazazo definitivo a cualquier atisbo de confianza en la restricción moral o el autocontrol ético de quien ejerce el poder ha llegado ahora a través de la aviesa enmienda de Sumar que acortará la estancia en prisión de cuatro decenas de esos etarras. Según la fiscalía de la Audiencia Nacional, ‘Txapote’ no se beneficiará de ese atajo, pero sí muchos de su misma calaña.

Los peores presagios se están consumando y con la mayor de las pesadumbres habrá que reconocer que si, en vez de exclamar «¡Que te vote Txapote!», alguien dice «¡Que te vote Kantauri, Mobutu o Amboto!» estará reaccionando de forma comprensible ante una decisión democráticamente insoportable.

Pueden hacerse muchas disquisiciones sobre la torpeza del grupo parlamentario del PP, la lenidad de Feijóo con sus negligentes portavoces o su escenificación parlamentaria con Mari Mar Blanco y los retratos de los socialistas asesinados.

También caben todo tipo de cábalas jurídicas sobre el alcance de la directiva europea de subsunción de condenas, el espaldarazo del TEDH a la limitación introducida por Rajoy o el alcance de los distintos informes emitidos. Incluso puede discutirse si los raseros aplicables tras la extinción formal de ETA deben ser los mismos que cuando cometía asesinatos.

Si de aquellos 5 días de abril de reflexión victimista, a costa de las noticias sobre su esposa, Sánchez salió fortalecido, estos 5 días de octubre le han dejado para el arrastre

Pero lo que no tiene vuelta de hoja es que Sánchez tenía dos opciones políticas. La primera suponía mantener el statu quo legal y obligar a los peores asesinos de ETA a continuar en prisión el máximo tiempo permitido por un Código Penal bastante benévolo, por cierto. La segunda, suponía alterar ese statu quo y acelerar sus excarcelaciones como pretendía Bildu.

Sánchez ha optado por esta alternativa con nocturnidad y alevosía, al colarla de matute en un asunto que nada tenía que ver. Engañando no al PP, sino a todos los españoles.

Lo realmente abominable es su motivación: presos por votos. Por cada año adicional que Bildu le ayude a seguir en la Moncloa, los peores asesinos se ahorrarán dos en la prisión.

Ese es el repulsivo trato, que Otegi pudo comunicar a la jefa de ETA ‘Amboto’, cuando la visitó en la cárcel de Zaballa que comparte con ‘Txapote‘. Sería comprensible que millones de españoles asintieran si ahora fuera Feijóo quien le dijera a Sánchez: «Usted no es una persona decente».

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En todo caso este levantamiento del velo en el pacto más bochornoso en medio siglo de democracia no ha llegado solo. Si de aquellos cinco días de abril de reflexión victimista, a costa de las noticias sobre su esposa, Sánchez salió fortalecido como paladín de la cruzada contra los bulos, estos cinco días de octubre, insertos entre el aval de la Audiencia a la investigación del juez Peinado y el informe de la UCO sobre la corrupción de Ábalos, le han dejado para el arrastre.

Lo primero significa que hay investigación sobre Begoña Gómez para rato e incluso empieza a ser verosímil que la veamos sentada en el banquillo, acusada de tráfico de influencias. Sigo pensando que será muy difícil que la condenen pues ese es un delito etéreo con significativos puntos de fuga en la jurisprudencia y nada indica que ella obtuviera un lucro significativo.

El motivo loablemente esgrimido era que debía asumir su responsabilidad por ‘culpa in eligendo’ e ‘in vigilando’ tras haber nombrado asesor a Koldo y no haber impedido sus trapacerías

Pero lo que queda desbaratado por los 23 folios de la Audiencia es la tesis de que la mujer del presidente está siendo víctima de una cacería del juez instructor y lo que Sánchez llama pertinazmente «pseudomedios».

Tan apegados estaban a esta coartada que la ministra portavoz mintió de forma que no puede dejar de producir sonrojo, al comentar el contenido del auto. Y la propia Begoña Gómez se enzarzó, en un nuevo alarde de imprudencia, en una trifulca con la Complutense.

Pero ese auto sólo era el aperitivo. Porque mucho peor es lo que cabe pensar del presidente tras la lectura del informe de la UCO sobre la asociación para delinquir que bien podríamos denominar «Aldama&Abalos S. A.«, con un reluciente ampersand copulativo entre ambos.

Y no va por JessicaJuntos aparecen en la trama de las mascarillas, juntos aparecen en el encuentro con Delcy en Barajas, juntos aparecen en el rescate de Air Europa, juntos aparecen en la derivada de la trama de los hidrocarburos que permitió al ministro disfrutar del chalé deseado en Cádiz y juntos terminarán apareciendo en las adjudicaciones de obras del Ministerio de Fomento.

A diferencia de lo que ocurre con Begoña Gómez, las trazas del enriquecimiento ilícito de Ábalos son ahora tan patentes como para augurar que, antes o después, terminará entre rejas como Roldán. Pero nada de esto había aflorado aún cuando el PSOE le expedientó, le pidió el acta y lo expulsó del grupo parlamentario.

El motivo loablemente esgrimido era que debía asumir su responsabilidad por culpa in eligendo e in vigilando tras haber nombrado asesor a Koldo y no haber impedido sus trapacerías. El problema es que esto mismo podría decirse ahora corregido y aumentado de Pedro Sánchez que nombró a Ábalos secretario de Organización y ministro de Fomento, manteniéndole en el primer cargo cuatro años y en el segundo tres.

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Esa responsabilidad política se agiganta a la vista de su pauta de conducta en el ‘caso Delcy’. El hecho de que el presidente autorizara expresamente la «visita privada» a España, cuando no podía legalmente hacerlo, ya debería ser suficiente para exigir su dimisión.

Un jefe de Gobierno europeo no puede contravenir y boicotear las sanciones impuestas por la UE a una persona como la vicepresidenta venezolana a la que se sigue señalando como «responsable de violaciones de los derechos humanos y de socavar la democracia y el Estado de Derecho».

Lo que de momento se argumenta es que le engañó, pero si Ábalos engañó a Sánchez como Koldo engañó a Ábalos, el ‘numero 1’ también merecería el mismo trato que recibió el ‘número 3’

Resulta patético que Sánchez sugiera que autorizó el viaje ignorando esta circunstancia. Sería casi peor que la complicidad. ¿Así funciona la presidencia de la cuarta potencia del Viejo Continente? Como para seguir burlándose de Feijóo por no haberse enterado de la trascendencia de una enmienda…

Lo que de momento se argumenta es que Ábalos le engañó, al invocar como pretexto que había conseguido que Venezuela pagara una deuda con Duro Felguera. Y que tampoco le contó nada ni de los otros negocios en marcha ni de que al aeropuerto le acompañaría Aldama. Pero si Ábalos engañó a Sánchez como Koldo engañó a Ábalos, el ‘numero 1’ también merecería el mismo trato que recibió el ‘número 3’.

Insisto: ¿acaso no fue Sánchez quien tras constatar que Ábalos le había incitado arteramente a incurrir en una conducta prohibida por la UE le mantuvo año y medio más en el cargo, le colocó de nuevo en las listas y le recompensó finalmente con la presidencia de la Comisión de Interior del Congreso?

El remate que hace indigno a Sánchez de continuar en el cargo es el engaño al parlamento a la hora de tapar el escándalo. Por eso tiene sentido que Cristian Campos diga que se le está poniendo cara de Richard Nixon.

La pregunta que acabó con Nixon pesará sobre Sánchez hasta el último día que duerma en la Moncloa: «¿Qué sabía y desde cuando lo sabía?»

Desde luego su conducta política es homologable a la de «Dick el Tramposo» cuando primero en el Congreso y luego en el Senado sostuvo que Ábalos había «evitado una crisis diplomática». Hace falta tener cara para decirlo así sin parpadear. El presidente sabía de sobra que era el ministro quien había creado esa «crisis diplomática» y que lo había hecho con su autorización expresa.

Ahora querrán hacernos creer que Sánchez se ha enterado por la UCO con cuatro años y medio de retraso de que Ábalos acudió a reunirse con Delcy acompañado por Aldama y de que había una trama corrupta de por medio. O de que se pagaron suculentas comisiones por el rescate de Air Europa. O de que Ferraz también se llevó su parte. O de que en el café de Rick en ‘Casablanca’ se jugaba a la ruleta. La pregunta que acabó con Nixon pesará sobre Sánchez hasta el último día que duerma en la Moncloa: «¿Qué sabía y desde cuando lo sabía?».