Carlos Souto-Vozpópuli
- Apenas se defiende. Se atrinchera. Se dispersa en estrategias judiciales, comunicados evasivos y maniobras de distracción
Pedro Sánchez sigue siendo presidente del Gobierno de España. Tiene un gabinete de 22 ministros, una legión de asesores, y sigue ocupando el atril en La Moncloa. Pero gobernar, lo que se dice gobernar, ya no lo hace. Y no por decisión ajena. Es él mismo quien se ha visto obligado a dejar de ejercer el poder. O, mejor dicho: ha pasado del ejercicio al simulacro.
Sánchez ya no gobierna. Apenas se defiende. Se atrinchera. Se dispersa en estrategias judiciales, comunicados evasivos y maniobras de distracción. El Congreso está paralizado. No se legisla, no se acuerda, no se reforma. Lo único que fluye es una cloaca inagotable de audios, grabaciones, contratos opacos y familiares incómodos. Todo lo que Sánchez construyó como fachada institucional se ha desmoronado dejando a la vista una maquinaria de poder corroída por el clientelismo, el nepotismo y una cultura de la impunidad aberrante que ya ni disimula.
Cada día, el presidente pierde una partida. Pierde credibilidad. Pierde aliados. Pierde influencia. Pero sigue apostando, como esos ludópatas que, sin fichas propias, juegan a la desesperada con las ajenas. No lo hace por convicción, sino por compulsión. Su Gobierno ya no puede resolver nada porque todo lo que toca lo convierte en coartada.
La traición vendrá desde dentro. Uno de sus socios, uno solo, bastará para dinamitar el tinglado. No hará falta una moción de censura. Bastará con un gesto de abandono, una retirada, una negativa
Hoy Sánchez no gobierna porque no puede. Porque no tiene tiempo. Porque poco a poco se va quedando solo. Porque sus ministros apenas se sostienen. Porque la estructura que lo rodea está dedicada exclusivamente a resistir el asedio de las causas judiciales. Ya no se gestiona: se oculta. Ya no se lidera: se simula.
El momento rememora a El Padrino, cuando Tom Hagen le advierte a Michael Corleone: “El que venga a proponerte una reunión para resolver el conflicto… ese será el traidor”. Sánchez debería volver a ver la película. No porque no la conozca —seguro la tiene subrayada como si fuera la Constitución—, sino porque está a punto de comprobar su profecía. La traición vendrá desde dentro. Uno de sus socios, uno solo, bastará para dinamitar el tinglado. No hará falta una moción de censura. Bastará con un gesto de abandono, una retirada, una negativa. Y entonces, todo caerá.
El mago ha fracasado
Porque la situación es insostenible. Cataluña, que lo sostuvo a regañadientes, empieza a dudar. El independentismo que lo apuntalaba empieza a advertir que apoyar a Sánchez es cargar con un fardo que ya no compensa. Europa, mientras tanto, lo ha abandonado: sus postulados son marginales, su retórica es vieja, su alineamiento con causas absurdas le ha dejado aislado en Bruselas. Y lo peor: la opinión pública española ya le ha tomado la medida. Ya no hay ilusión. Ya no hay misterio. El truco fue revelado, el mago ha fracasado. Ya no se lo aplaude, se lo abuchea.
La familia también ha dejado de ser un terreno sagrado. Todos han entrado en escena como actores de reparto en una tragicomedia sin final feliz. Las defensas son pueriles. Las pruebas, abrumadoras. Las explicaciones, inexistentes. El Gobierno es ya un ecosistema de fontaneros políticos que trabajan a tiempo completo en evitar que todo se hunda de golpe.
Ya no hay cómo comprar más silencio. No hay cómo tapar el sol con las manos. El parador está lleno, y la cuenta ya no se puede cargar a nombre del contribuyente
Y claro, no hay más lugar para Ábalos, que aparece y desaparece como esos personajes que se quedan dormidos en la fiesta y se despiertan cuando ya no hay nadie. Ni para Koldo, que ocupa tanto espacio político como físico y que va camino a convertirse en unidad de medida del exceso institucional. No hay lugar para más fiestas en paradores, ni para chicas de catálogo recicladas en comités asesores. Como escribió Manuel Marín en este mismo medio: “Ya no hay sitio para más simulaciones”. No hay cómo comprar más silencio. No hay cómo tapar el sol con las manos. El parador está lleno, y la cuenta ya no se puede cargar a nombre del contribuyente.
Y, sin embargo, ahí sigue. Porque la oposición no sabe o no quiere ejercer la presión necesaria. Porque el Partido Popular sigue sin encontrar el tono, sin construir un relato alternativo. Porque Vox se aferra a sus dogmas sin ampliar su base. Y porque el resto del tablero está ocupado por oportunistas que creen que el poder es un juego de reparto, no de proyecto.
Una barca tranquila, un día claro, una mano conocida que le tienda el remo. Y Sánchez, subirá al bote. Entonces, en el silencio del agua, se escuchará un estruendo seco, sordo y lejano. El sonido final
Pero el juego se está acabando. Sánchez podrá no convocar elecciones anticipadas. Podrá estirar la cuerda un poco más. Pero la política no se rige por su calendario. Se rige por la realidad. Y la realidad es que ya no gobierna. Puede que aún firme decretos. Puede que aún dé discursos. Pero todo eso ya es atrezzo. La Moncloa es hoy un decorado vacío.
La única duda que queda es cuándo caerá. Y quién será el que lo invite a pescar.
Porque como en El Padrino II, llegará el momento en que alguien lo invitará a pescar. Y falta poco. Una barca tranquila, un día claro, una mano conocida que le tienda el remo. Y Sánchez, subirá al bote. Entonces, en el silencio del agua, se escuchará un estruendo seco, sordo y lejano. El sonido final. El cierre de una época oscura, larga y tóxica de la que a España le costará mucho reponerse.
Mientras tanto, Sánchez ya no gobierna.