- Page ha ganado por la mano esta ronda, exigiendo al Gobierno que presente un nuevo modelo de financiación autonómica negociado en una sola mesa con todos los territorios.
La XXVIII Conferencia de Presidentes celebrada este viernes en el Palacio de Pedralbes de Barcelona ha permitido visualizar con claridad a un presidente nacional acorralado (Pedro Sánchez resignado a una escenificación de trámite de la que ya ni la agenda pudo marcar) y a dos presidentes autonómicos muy crecidos desde una primera línea desacomplejada (Page y Ayuso).
El anfitrión Salvador Illa no ha parecido pintar demasiado en una cumbre que traía maneras de rebelión regional, de empoderamiento autonómico. De desmesurada relevancia mediática, ciertamente, pero muy limitada incidencia política.
Demasiada pose, ruido y teatralización.
No quiero dedicar más que una línea de este texto a la bufa política del pinganillo que ha emborronado todo más aún si cabe. Aunque las expresara en élfico, a estas alturas estaría dispuesta a dar valor a cualquier dirigente que propusiera soluciones valientes para el país.
Más allá de la apelación a un gran acuerdo para la vivienda, el papel del presidente del Gobierno ha consistido básicamente en cumplir cuatro formalidades.
1. Hacer acto de presencia.
2. Mostrar su mejor rostro endurecido.
3. Lanzar un par de anuncios desubicados (175 millones de euros europeos para educación infantil gratuita a familias con rentas bajas, inclusión de la formación en emergencias en el currículum educativo).
4. Y, cómo no, también una frasecilla de esas pintonas que lucen en un titular, preparada para ser colocada en cualquier momento: «O dejamos la crispación en el perchero, o este encuentro servirá para muy poco. Lo cual sería una pena».
Una admonición de las suyas. Como si estuviera en situación de formularlas.
«A Pedralbes se iba a otra cosa, por mucho que Pedro Sánchez aventara una oferta de pacto de Estado triplicando la inversión en vivienda y blindando el parque público de protección oficial»
A pesar de que capituló admitiendo que se incluyeran en el programa de la jornada los temas propuestos por el PP, Pedro Sánchez no los ha nombrado ni de pasada. Ni la inmigración (y el mandato del Supremo para que el Gobierno se haga cargo de mil menores), ni la financiación autonómica, ni las inversiones en energía y transporte, ni la retirada de los proyectos de ley de reforma del Poder Judicial y de la Fiscalía.
Y eso que el presidente del Gobierno es el único participante en la Conferencia cuya intervención no tiene límite de tiempo. Pero de qué va a mencionar él lo que son meras contingencias que atrapa o suelta según conviene.
Ya veníamos lamentados de casa sobre la que, sin duda y por desgracia, iba a ser otra gran oportunidad perdida de desembarrancar al país de su más grave problema social: la vivienda. Que, tampoco hoy, ha tenido enmienda. Ni voluntad alguna de abordarse seriamente.
A Pedralbes se iba a otra cosa, por mucho que Pedro Sánchez aventara una oferta de pacto de Estado triplicando la inversión en vivienda y blindando el parque público de protección oficial. Eso sí, a cambio de que el 40% de los nuevos recursos vayan a cargo de las arcas autonómicas.
El presidente traía en la cartera el «no» por adelantado de las comunidades gobernadas por el Partido Popular. Pero es que también ha tenido el rechazo expreso de Page. Y eso ha dolido.
Esta pedregosa Cumbre de Pedralbes ha servido para agigantar la brecha o trinchera entre Pedro Sánchez y Emiliano García-Page
El presidente castellanomanchego no se ha sumado expresamente a la petición del PP de adelantar elecciones (para qué, si él ha capitaneado ya el movimiento con inteligencia y los barones populares se han limitado a cumplir dócilmente la instrucción del partido de secundarlo).
Pero yo diría que Page sí ha ganado por la mano esta ronda, exigiendo al Gobierno que presente un nuevo modelo de financiación autonómica negociado en una sola mesa con todos los territorios, y que se condone la deuda con las comunidades autónomas.
Y, con una frase (acabar con la política del «yo invito y tú pagas»), Page ha cincelado la que a mi juicio ha sido la más relevante aportación política de esta jornada.
Respecto de la otra gran protagonista de esta Conferencia de Presidentes, Isabel Díaz-Ayuso, en un primer análisis podríamos concluir que ha desperdiciado un marco excelente para marcar con nitidez perfil y agenda propia, y reasentar su controvertido liderazgo autonómico popular. Al dedicarse a hacer lo que dijo que iba a hacer con tantas entradas y salidas de la sala, sumado al feo preliminar en el saludo protocolario a la ministra Mónica García, Ayuso se ha visto superada por su propia burbuja.
Aunque la presidenta de la Comunidad de Madrid también se ha referido a inmigración, financiación autonómica, universidades y política energética, ha dedicado buena parte de su tiempo de intervención a una loa y defensa de la lengua española que, en realidad, no ha aportado valor neto alguno a su cuenta.
Y es que las lenguas no necesitan ser defendidas. Los que han de ser defendidos son sus hablantes.
Con sinceridad, creo que la mejor y más potente defensa de los hispanohablantes hoy habría sido pronunciar en español un discurso propositivo, irrechazable, magníficamente escrito y concienzudamente elaborado.
Tan políticamente honesto y tan personalmente comprometido que hasta el último pinganillo enmudeciera boquiabierto.