Francisco Rosell-El Debate
  • Pero lo cierto es que Biden frenó en seco el intento de Sánchez de reemplazar al noruego Stoltenberg como secretario general de la OTAN, encomienda que a la postre recayó en junio de 2024 en Mark Rutte, primer ministro de Países Bajos

Si grazna, camina y se comporta como un pato, seguramente es un pato. Del mismo modo, si España hace rancho aparte en asuntos tan sensibles como la diplomacia occidental en Oriente Medio poniéndose del lado de Hamás tras su masacre contra decenas y decenas de jóvenes israelíes, si no sufraga el canon que le corresponde por pertenecer a la Alianza Atlántica y si respalda a dictaduras como la venezolana, no puede llevarse andana si un presidente norteamericano lo enchiquera con los Brics (acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) como ha decretado Donald Trump al retornar a la Casa Blanca.

Pero es más, ¿Dónde insertar a un Gobierno que asalta instituciones públicas, toma la Justicia (a la que ayer dio otra vuelta de tuerca para que Sánchez disponga de sus jueces como ya goza de «su» presidente del Constitucional y de su Fiscal del Estado) e intervine empresas privadas –Telefónica hoy y ayer Indra– cual partida de forajidos del Lejano Oeste atracando los trenes correo, a la par que extraños visitantes irrumpen en despachos profesionales ligados a la pareja de una rival como en el Washington del ‘caso Watergate’ que costó el Despacho Oval al mentiroso Nixon?

Se dirá que el 47º presidente de EEUU, abundando en su imagen estereotipada, habló de oídas al responder a la pregunta sin cortapisas que le trasladó un periodista español que no podría hacer lo propio con Sánchez al estárselo vedado por no engrosar su milicia mediática. Pero se equivocan de raíz. Por supuesto que Trump conoce perfectamente que España no figura en el grupo de los Brics, como trató de sacarlo de su aparente error el reportero, pero sí que sus andares de pato la hacen conformar esa bandada a la que amenaza con «aranceles del 100 % para los negocios que hagan con EEUU». Luego habrá que ver, claro, si todo queda en baladronada de un negociador que habitúa a apostar fuerte para arrinconar al contrincante.

Para más inri, conviene remarcar que esta apreciación no es cosa exclusiva de un Trump resuelto a revocar la herencia de Biden porque el presidente saliente, aun siendo su reverso, ya tenía entre ceja y ceja al jefe del Ejecutivo español. De hecho, dado su estruendoso vacío, los servicios de propaganda de Sánchez vendieron como momento estelar los 30 segundos en los que, en la cumbre de la OTAN de junio de 2021, ambos caminaron en paralelo 100 metros sin casi dirigirse la palabra. La Moncloa llevó el ditirambo al punto de publicitar que, en ese medio minuto, ambos mandatarios abordaron nada menos que –aten esa mosca por el rabo– la actualización del acuerdo bilateral de Defensa de 1988, la situación en Latinoamérica y la lucha contra el Covid-19 sin que Sánchez perdiera la oportunidad de felicitar a su mudo interlocutor por su agenda progresista con la vuelta a los grandes consensos bilaterales y al Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. Pero lo cierto es que Biden frenó en seco el intento de Sánchez de reemplazar al noruego Stoltenberg como secretario general de la OTAN, encomienda que a la postre recayó en junio de 2024 en Mark Rutte, primer ministro de Países Bajos.

Por eso, dado lo calado que lo tienen, a Sánchez ya no le servirá mantenerse sentado al paso de la enseña de las barras y estrellas como Zapatero en el desfile de las Fuerzas Armadas del 12 de octubre de 2003, en protesta por la invasión aliada del Irak de Sadam Husein que lideraba Washington y que apoyaba el Gobierno de Aznar, porque EEUU ya le ha echado la cruz tanto de lado republicano como demócrata. Ahora bien, en su deriva autocrática, sí puede tomar, acosado por la corrupción familiar y de partido, los derroteros diplomáticos del lobista de la tiranía de Maduro. Quizá sea un buen negocio político para él, pero pésimo para España cuando las prioridades estadounidenses se han desplazado al otro lado del Estrecho tras participar Marruecos del Acuerdo de Abraham de septiembre de 2020 por el que, bajo el padrinazgo de Trump, cuatro Estados árabes aceptaban el derecho de Israel a su existencia y que trató de sabotear Irán por medio de la masacre de Hamas de octubre de 2023 en el curso del festival de música cerca de la ciudad israelí de Reim.

Para colmo de males, España ya no dispone de nadie en Washington, como ocurrió en su día con el Secretario de Estado, Colin Powell, al que recurrió la jefa de la diplomacia de Aznar, Ana Palacio, para que la ocupación marroquí del Peñón de Perejil no fuera a más. El reino alauita le ha tomado la delantera a España con EEUU –cuya insignia abría la comitiva de la Marcha Verde sobre el Sáhara aprovechando la agonía de Franco– a raíz de los desaires de Zapatero para abanderar el antiamericanismo de la izquierda y que acaricia reemprender Sánchez para que su penosa realidad judicial no le dé caza.

No es sólo que el régimen magrebí se sienta fuerte desde que Trump admitiera su soberanía sobre el Sáhara Occidental orillando a la ONU, y de que Biden le reiterara su estatus de «socio estratégico», es que España, parasitada por Sánchez y sus socios independentistas, se debilita como perro flaco para el que todo son pulgas. Como sentencia Montaigne en uno de sus adagios, «es debilidad ceder a los males, mas es locura alimentarlos», y Sánchez lo hace con fruición armándose con todo aquello que tiene a su alcance y disparando como un mono loco en cualquier dirección.