La mayoría de los españoles acudirán el próximo domingo a las urnas convencidos de que con su voto estarán contribuyendo a una gran hazaña nacional. Unos votarán para impedir que el “fascismo” gobierne. Otros, para impedir que un “tirano” permanezca en el poder. Los dos votantes exageran.
Sánchez no es un tirano. Es sencillamente un progresista radical. Cree que la derecha es un peligro para la democracia; o dice creerlo. Con Sánchez siempre nos encontramos ante un enigma imposible de resolver. ¿Cree en todo lo que hace, dice y firma, o por el contrario es sólo un tipo ávido de poder? Yo creo que es un hombre de profundas convicciones, y lo creo porque siempre es más prudente considerar como cierta la hipótesis más peligrosa. Es un hombre que tiene unas ideas muy definidas sobre lo que habría que hacer en España, de la misma manera que las tenía Zapatero. Comparte con la mayor parte de sus votantes una primera idea que condiciona todas las demás: la derecha -no el Partido Popular, Ciudadanos o Vox– es un peligro para la democracia. Está convencido de que cuando la derecha gobierna los españoles pierden derechos fundamentales, y de que cada legislatura en la que hay un Gobierno de derechas podría ser la última en la que se celebrasen elecciones.
La oposición misma es un elemento peligroso y problemático en una democracia progresista, porque el control al Gobierno supone un freno a la voluntad popular
Por eso hace todo lo que hace, y por eso los votantes más fieles lo justifican. Ha pretendido controlar todas las instituciones poniendo al cargo a gente del partido o afín al partido. La justicia, la prensa, RTVE, el CIS… hasta una institución tan aparentemente irrelevante como Correos. Nada debe quedar en manos de los de fuera, porque los de fuera podrían vigilar lo que hace el Gobierno y cuestionar cómo lo hace; es decir, podrían ser fascistas. Sánchez ha pretendido incluso controlar a la oposición. Cualquiera que haya seguido las comparecencias y discursos del presidente, de su equipo y de sus socios habrá llegado a una conclusión: la oposición misma es un elemento peligroso y problemático en una democracia progresista, porque el control al Gobierno supone un freno a la voluntad popular.
Sánchez no es un tirano. Es sólo un demócrata radical, que es la manera más rápida de llegar al mismo sitio. Está convencido de que en España anida un gran mal, una serpiente, pero no se trata de los que la acompañaban con el hacha sino de quienes se oponen al progreso. La gran amenaza del fascismo obliga a adoptar medidas extremas. Para empezar, la construcción del gran bloque antifascista. Si al otro lado está el fascismo, cualquier diferencia que pudiera haber entre quienes lo combaten queda anulada. Golpistas, antiguos terroristas, defensores de dictadores, Patxi López… todos tienen cabida en el bloque del progreso. Y todo está permitido -de esto el PSOE sabe bastante- en la lucha contra el gran mal. La hipérbole se repite y se interioriza hasta que deja de ser hipérbole. La mentira es un acto revolucionario. Los jueces y las leyes no pueden estar por encima de la política. Y la prensa debe cumplir su función principal, que es vigilar a la oposición.
Los únicos partidos españoles que recientemente han intentado anular los derechos políticos de los ciudadanos han sido partidos de izquierdas
El único problema de esta visión es que es falsa: al otro lado no está el fascismo. Y el votante del bloque progresista no estará contribuyendo a salvar la democracia, sino a degradarla. Los únicos partidos españoles que recientemente han intentado anular los derechos políticos de los ciudadanos han sido partidos de izquierdas. Y nacionalistas, sí; pero de izquierdas. Es importante señalar este elemento, porque tendemos a llamar “fascismo” a todo lo que en política implica el uso de la violencia o el desprecio a los límites al poder. En España las amenazas más serias a la democracia no vienen de un fascismo inexistente, sino de la izquierda real que representan ERC y Bildu, que estos días hacen campaña juntos, exponen claramente sus objetivos y son socios reconocidos del PSOE.
Ante esto, el principal partido de la oposición apela al voto útil. Es decir, a absorber todo el voto de la derecha. El último mensaje de campaña fue muy claro: “Puede que no seamos tu partido, pero somos la solución”. De acuerdo, pero ¿la solución a qué? A Sánchez. Ya está. Nada más. El problema de hacer de Sánchez una caricatura, de presentarlo como un tipo sin ideas ni principios, es que impide que nos fijemos en las ideas y principios desde los que ha hecho política. Sánchez ha hecho política durante estos años. Igual que lo hizo Zapatero. Igual que lo hará el próximo presidente socialista. Ha elaborado leyes progresistas, se ha rodeado de socios progresistas y ha desarrollado un relato progresista. Todo eso permanecerá cuando no esté Sánchez, porque a pesar del discurso de los populares, Sánchez es lo de menos. ¿Qué política pretende hacer el Partido Popular cuando gobierne, más allá de no ser Sánchez? ¿Qué política pretende hacer en Educación, uno de los sectores en los que aparentemente más se distancia del “sanchismo”?
El principal punto de su programa es echar a Sánchez de la Moncloa. El problema de este proyecto es que se daría por culminado en cuanto terminase el recuento electoral
En el punto 145 de su programa electoral habla de garantizar a cada alumno el “pleno desarrollo de todas sus capacidades” y también de “respetar las competencias autonómicas”. ¿Y qué ocurriría si algunas comunidades autónomas aprovechasen esas competencias para negar a miles de alumnos la condición sin la cual no se puede dar un aprendizaje óptimo? ¿Cuál de los dos principios del programa se impondría? No hace falta especular. El punto 151 lo deja claro. “Garantizaremos que, en las comunidades autónomas con más de una lengua oficial, ambas tendrán la consideración de vehiculares de acuerdo con el patrón de equilibrio lingüístico, asegurando que todos los estudiantes escriban y se expresen correctamente en castellano y en la lengua cooficial correspondiente”. Para el Partido Popular, toda la cuestión de la lengua vehicular se plasma en un objetivo tan de mínimos que lo firmaría cualquier nacionalista: “que todos los estudiantes escriban y se expresen correctamente” en las dos lenguas. O sea, lo mismo que ya defienden el PSOE y sus sucursales en Cataluña y el País Vasco. Eso sí, sin Sánchez.
Desde el Partido Popular apelan estos días al voto útil en un último intento por alcanzar una mayoría absoluta que les permita gobernar en solitario. El principal punto de su programa es echar a Sánchez de la Moncloa. El problema de este proyecto es que se daría por culminado en cuanto terminase el recuento electoral. Después quedarían cuatro años de legislatura. ¿Para construir una alternativa real al proyecto del bloque progresista? No, porque entienden que hay que superar “la política de bloques”. ¿Para defender un sistema público de enseñanza centrado en garantizar el aprendizaje en las mejores condiciones? No, porque hay que respetar las competencias autonómicas.
En España hay millones de ciudadanos hartos de Sánchez. Se han creído el cuento de que vencido Pedro, vencida la rabia. Y hay ciudadanos a los que les preocupa algo más que Sánchez. El domingo se decidirá cuál de los dos marcos se impone. Y también qué es lo que se hará en los más que probables cuatro años de Gobierno del Partido Popular.