Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- El camino correcto es el de la colaboración y la complementariedad; la senda hacia el fracaso, la de la confrontación y la intransigencia.
El recurrente debate sanidad pública vs sanidad privada ha vuelto a emerger con gran virulencia estos días en la Comunidad de Madrid con motivo de la gestión del Hospital de Torrejón, encomendada a la empresa Ribera Salud mediante un concierto con la administración autonómica. La elevación de las anécdotas a categoría no es una buena técnica en lógica científica y, por tanto, el griterío de la izquierda con motivo de este incidente es pura fanfarria demagógica. Resulta lamentable e incluso patético el espectáculo de la progresía capitalina poseída por su obsesiva pulsión anti-Ayuso que la arrastra continuamente a incrementar su desprestigio y a ensanchar su distancia electoral de la triunfante presidenta. Hay ocasiones, y ésta ha sido una de ellas, en las que los grupos parlamentarios de Más Madrid y Socialista en la Asamblea de Vallecas se parecen más a una jauría desatada que a órganos de una cámara representativa en una democracia avanzada. La cuestión no es tal fallo concreto en un sector o en otro, sino la situación de conjunto y un análisis riguroso coste-beneficio de la relación entre ambos.
Ahora bien, si de lo que se trata es de manipular experiencias concretas, todos podemos contar nuestra historia y yo, por supuesto, la mía. Los últimos cinco años han sido para mí en términos médicos de una especial intensidad. En 2021 sufrí un linfoma tipo B de células grandes y en 2023 un atentado con arma de fuego. Por tanto, he pasado la mayor parte del último quinquenio en tratamientos quirúrgicos y médicos diversos de considerable complejidad en los que he sido atendido en el primer caso -el linfoma- en un centro privado y en el segundo -el atentado terrorista- en uno público. Veamos el caso privado, sufragado por un seguro del que soy beneficiario: a finales de 2020 comencé a sentir un dolor intermitente en el costado izquierdo al que al principio no di importancia. Al producirse de manera repetida e ir aumentando acudí al ambulatorio de la sanidad pública de mi zona, donde mi médico asignado, una señora veterana de larga trayectoria, de gran calidad humana y excelente trato con el paciente, me examinó y me recomendó una ecografía abdominal que, incluso solicitada por ella con carácter urgente, no me fue fijada sino hasta treinta días después. Ante tal demora, y dado que los síntomas le habían puesto a mi competente doctora la mosca detrás de la oreja, me aconsejó someterme a dicha prueba exploratoria lo antes posible en un centro privado con el coste naturalmente a mi cargo. Así lo hice y volví al ambulatorio con el resultado que describía una formación posiblemente quística en el bazo. Mi facultativa no tuvo suficiente información para llegar a una conclusión y las exploraciones ulteriores necesarias, TAC con contraste, por ejemplo, siempre con el epígrafe de urgente, no aparecían posibles en la sanidad pública antes de meses. Ante tal panorama, ese mismo día, un viernes, llamé a un buen amigo, jefe de servicio en un hospital privado de reconocido prestigio, que, puesto al corriente de la situación y vista la ecografía, me citó el siguiente lunes a las 9,00 de la mañana en su consulta. Allí me hicieron de inmediato el TAC que, una vez analizado por mi amigo, por el radiólogo y por el jefe del servicio de cirugía, al que conocí en esa fecha y al que ahora me une un vínculo casi fraternal, tuvo como consecuencia que el miércoles se me extirpó el bazo -esplenectomía- cuyo nivel de inflamación y probabilidad de rotura esplénica me hubiera condenado a muerte segura si hubiera seguido la escala temporal del sistema público. En otras palabras, la sanidad privada me salvó la vida. Después vino la anatomía patológica, el paso al oncólogo, también autoridad en su materia, el tratamiento de quimioterapia, ese infierno en la tierra, recesión total, y aquí estoy en 2025 plenamente operativo. Por tanto, un diez para la sanidad privada.
Profesionales de alta competencia
Pasemos al disparo que me atravesó la cara y me destrozó ambas mandíbulas. Aquí todo transcurrió por el canal público. La ambulancia me llevó directamente a un hospital que cuenta con el mejor equipo de cirugía maxilo-facial de España y uno de los más destacados de Europa, que me intervino con urgencia y hoy nadie diría observando mi rostro que una bala lo había cruzado. El prolongado y laborioso proceso de recuperación – hospitalización domiciliaria. infección postoperatoria, logopedia, nutrición, foniatría, rehabilitación física general- corrió a cargo de profesionales del sector público de alta competencia y ejemplar dedicación, lo que hace que yo disfrute actualmente de una existencia normal. Calificación para la sanidad pública: otro diez.
Aplicando el método inductivo a estas dos historias, se extrae una irrefutable conclusión: el debate sanidad pública vs sanidad privada es una estéril pérdida de tiempo ideológicamente motivada sin ninguna ventaja práctica para el enfermo. Sin la decisiva aportación de la sanidad privada, la pública colapsaría y sin la indispensable y constitucionalmente establecida contribución del sistema público de salud millones de españoles y de paso centenares de miles de inmigrantes irregulares se verían condenados a enormes sufrimientos y en no pocos casos a la muerte.
Cada vez que asisto a explosiones de violento enfrentamiento verbal promovidas por una izquierda sectaria y dogmática cuando se encuentra en la oposición a gobiernos liberal-conservadores aprovechando carroñeramente cualquier grieta esporádica en el sistema sanitario de titularidad privada mientras calla cual tumba si la responsabilidad es de ejecutivos de su cuerda, siento la misma fatiga intelectual y el mismo rechazo moral. A la luz de la experiencia acumulada en todos los países donde conviven ambos sectores, el camino correcto es el de la colaboración y la complementariedad, la senda hacia el fracaso la de la confrontación y la intransigencia.