Feijóo debiera convertir esta fuga al campamento rival en una oportunidad para reconstruir la mayoría que disipó Rajoy con los votantes de Vox que ven como se antepone apuntalar a Sánchez en La Moncloa a franquearle la puerta al PP
Con Pedro Sánchez cercado por la corrupción familiar y de partido que investigan jueces con el desabrigo de una Fiscalía General que engrosa la defensa de los incriminados y con la Policía Judicial monitorizada por un réprobo Marlaska que deambula de tragarse como magistrado los “faisanes etarras” de Rubalcaba con Zapatero a cocinarlos como ministro en provecho del presidente del Gobierno, Vox ha venido como dios a verlo con Santiago Abascal a la grupa del caballo con el que presumió que lo defenestraría de La Moncloa. Con algún relincho y alguna que otra coz para enmascarar el enjuague, el mandamás de Vox le dio una gran alegría el jueves a Sánchez -ese “autócrata” al que ahora echa un capote- y bien que lo festejó éste en la cumbre de la OTAN. Tan no cabía en sí que, hinchado como un globo, Sáncheztein se encumbró al cielo de Washington. No había que recurrir al clásico “cui prodest?” (“¿A quién beneficia?”) para averiguar la obvia respuesta.
Como el presidente Mitterrand en su día con Le Pen padre para torpedear al centro derecha, Sánchez sabe que Vox, con el caballo de Troya de Abascal, es un cooperante inexcusable para movilizar al elector de la izquierda con la cantinela de que “¡Viene la ultraderecha!” y sabotear la alternancia. Con un partido sometido al culto al líder que no da ningún tipo de explicación por su bandazo estratégico al caerse del equino, al deberse sólo a sí mismo y a su conciencia, Abascal se encomienda a quienes se hacen oír más que él como parte de una secta que oscila entre las iglesias católica tridentina y la ortodoxa de Putin. Vox pasa de martillo a yunque desbaratando las expectativas de cambio de Gobierno y determinando que esos principios de los que alardea se queden sin finales.
Por mor del bajonazo de Abascal a sus pactos autonómicos con el PP, todo es delectación y dicha en Sánchez después del giro copernicano de Vox tras la cita europea y su reacomodo a la estela “putiniana” de la francesa Le Pen y el húngaro Orbán
Aunque sea engorroso hallar un “por qué”, si cabe columbrar un “para qué”. Ante el temor de ser absorbido y diluirse como un azucarillo en el PP, Vox voltea su estrategia para no ser un sillar de la alternativa de centroderecha al PSOE y sus adheridos, sino roca sobre la que construir la nueva derecha hasta ser la alternativa como Marine Le Pen en Francia, símbolo a la vez de fortaleza e impotencia. Indagando un “por qué” asoma ese “para qué” que faculta a Sánchez para sacar pecho y ufanarse un día de estos de que aún no ha nacido quien lo reemplace en La Moncloa por obra y gracia de un Abascal que mira al Kremlin como un musulmán a la Meca.
En su deriva, el gerifalte de Vox desoye el consejo que le prestó Morante cuando salía por las calles de Puebla del Río, con furgoneta y megáfono propio, a pedir el voto para un grupo que entonces no dispensaba nóminas. El maestro le deslizó una definición del toreo que hoy aquel debutante en plaza de primera echa en saco roto: “Torear es engañar al toro, no al público”. La política, a modo de gran chicuelina morantista, sería el arte de engañar al contendiente, pero no al votante. No es cosa que éste se rebrinque y cornee con tal saña que la urna electoral trueque en funeraria. Cuando la tarde se nubla en la cabeza del torero o del toro, sin que quepa faena que valga, “es mejor que piensen que no quiero, que puedan creer que no puedo”. ¡Cabe forma más diestra de asumir la realidad y lidiarla sin perder la franela ni la compostura!
Por mor del bajonazo de Abascal a sus pactos autonómicos con el PP, todo es delectación y dicha en Sánchez después del giro copernicano de Vox tras la cita europea y su reacomodo a la estela “putiniana” de la francesa Le Pen y el húngaro Orbán, dándole la espalda a la italiana Meloni, quien se desmarca del líder de la xenófoba Liga (antes del Norte), Matteo Salvini, peón del Kremlin, agrupados todos ellos en el nuevo grupo “Patriotas por Europa” (con capital en Moscú, habría que aclarar). Embridando a una dirección a la que exige lealtad inquebrantable como si fuera su caballo, el caudillo de Vox ordenaba romper los acuerdos de gobierno con el PP en un acto de fe mesiánica. Abascal pasa a ser uno de esos médicos que viven de la enfermedad de sus pacientes hasta acompañarlos a la tumba, en vez de poner cura a sus alifafes.
Sánchez y Abascal se retroalimentan para trasplantar a España, como en la anteguerra mundial, el modelo galo de frentes popular y nacional auspiciado por Stalin y que hoy retoma el zar comunista Putin atrayendo a los extremos de la derecha y de la izquierda
A este propósito, Abascal imita el suicidio de Inés Arrimadas cuando quiso fortalecer a un anémico Ciudadanos con una transfusión sanguínea del PSOE a cambio de deshacer sus coaliciones con el PP en regiones y municipios. Ello entrañó el canto del cisne de los centristas antes de publicarse su esquela en los periódicos. Aquellos menguantes electores naranjas, que no entendieron su abandono práctico de Cataluña tras otorgarle una victoria épica ni su errática trayectoria, ¿cómo iban a avenirse a esa rendición voluntaria a quien consumaba con su banda los planes vaticinados por el fundador de Cs, Albert Rivera, en su profética catilinaria contra el jefe de la misma en las Cortes? Siendo polos de distinto signo, Sánchez y Abascal se retroalimentan para trasplantar a España, como en la anteguerra mundial, el modelo galo de frentes popular y nacional auspiciado por Stalin y que hoy retoma el zar comunista Putin -aúna en su persona el totalitarismo zarista y el estalinista- atrayendo a los extremos de la derecha y de la izquierda para desestabilizar Europa por ambos flancos.
Con ese trasfondo que esclarece el volteo de Abascal, éste torpedea -con la excusa banal del reparto de unos centenares de menores emigrantes para paliar la situación de emergencia canaria- la liga PP-Vox que ya sumaba en las encuestas como para desalojar a Sánchez de La Moncloa al igual que la última cita municipal y autonómica posibilitó borrar casi del mapa al PSOE y a la izquierda en su conjunto. Con una acusada fragmentación electoral sin el tamiz de una segunda vuelta como en Francia, las mayorías absolutas se revelan una quimera si se concurre a una investidura sin pareja de baile y Abascal acaba de soltarse del brazo de Feijóo al que ha dejado compuesto con sofisterías que son “flatus vocis”.
Ha escogido vivir del problema y, además, hacer oposición, no al Ejecutivo, sino a la oposición misma convirtiendo a Feijóo en chivo expiatorio de una cuestión cuyas competencias cardinales residen en la mesa de un Consejo de ministros que parece la de un banquete de boda
Así, en vez de desenmascarar la inoperancia del Gobierno en la vigilancia de fronteras y en la persecución del tráfico de seres humanos que, ante las acometidas griegas e italianas, ponen rumbo a España donde todo parece volverse facilidades, Abascal monta un escándalo mayúsculo contra Feijóo por un acogimiento de menores que, con anterioridad, no había movido una reacción tan intempestiva por su parte contra el líder del PP como elusiva con Sánchez. En lugar de arremangarse y ponerse manos a la obra para aplicar la alícuota parte de su programa en función de su grado de representación, ha escogido vivir del problema y, además, hacer oposición, no al Ejecutivo, sino a la oposición misma convirtiendo a Feijóo en chivo expiatorio de una cuestión cuyas competencias cardinales residen en la mesa de un Consejo de ministros que parece la de un banquete de boda. Se entiende, aunque sea injustificable, que esa reata ministerial desvíe sus responsabilidades en la llegada masiva de emigrantes ilegales y ponga el foco en la oposición, pero pasma que Abascal forme cuadrilla con un Sánchez al que imita en sus cartas de amor desesperado y en sus alocuciones sin preguntas como en el velorio del jueves. Claro que un maestro en la lidia como Vicente Barrera, líder valenciano de Vox, no se dejó torear y puso su nota de disconformidad con un requiebro a Abascal que, sin abrir la boca, habló con la elocuencia del silencio.
De la misma manera que el PP de Casado, tras una arrancada de caballo en el congreso de su elección ante la candidata de Rajoy y luego parada de burro buscando las caricias socialistas para consolidarse ante sus barones, se empecinó en vivir divinamente en el Ministerio de la Oposición, ahora Vox, como la “derechita cobarde”, derrota por el mismo lado. Quiere poder sin responsabilidad con una camarilla dirigente que disfruta de las sinecuras que se prodigan a quienes se afanan en el “cuanto peor, mejor”, como yesca con la que prender Europa iluminando con su hoguera a Rusia y China, mientras EEUU se autodestruye como Roma entre suicidios y magnicidios.
Feijóo debiera convertir esta fuga al campamento rival en una oportunidad para reconstruir la mayoría que disipó Rajoy con los votantes de Vox que ven cómo se antepone apuntalar a Sánchez en La Moncloa a franquearle la puerta al PP
Empero, con su precipitación, al jinete Abascal puede acaecerle lo que a Ricardo III cuando, tratando de frenar la huida de su ejército en la batalla de Bosworth, su caballo perdió la herradura y quedó a merced de los aceros adversarios gritando, triste y humillado: “¡Un caballo, un caballo!, ¡Mi reino por un caballo!”. Había urgido tanto a los herreros que olvidaron poner un clavo en un herraje causándole su caída en el fragor del combate. Tal arrebato imprimió un vuelco inesperado a la historia inglesa. Así, la Guerra de las Dos Rosas entre la blanca de York y la roja de Lancaster se inclinó en favor de quien se entronizó como Enrique VII, fundador de la dinastía Tudor. De ahí el popular poema de George Herbert escrito en 1651: “Por la falta de un clavo fue que la herradura se perdió, por la falta de una herradura fue que el caballo se perdió, por la falta de un caballo fue que el caballero se perdió, por la falta de un caballero fue que la batalla se perdió, y así como la batalla fue que un reino se perdió, y todo porque fue un clavo el que faltó”. En este envite, Abascal adopta la fisonomía de Ricardo III pudiendo perder su partido por un equino desherrado.
Después del lapso en que ha tenido a Abascal en su tienda meando hacia fuera para que no lo hiciera hacia dentro, Feijóo debiera convertir esta fuga al campamento rival en una oportunidad para reconstruir la mayoría que disipó Rajoy con los votantes de Vox que ven cómo se antepone apuntalar a Sánchez en La Moncloa a franquearle la puerta al PP. Ya avizora el proverbio, “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Conviene subrayar lo acertado de los pactos del PP y Vox, así como los beneficios que ha granjeando para los territorios administrados bajo esa fórmula de interés mutuo que hogaño desecha Abascal
En este sentido, la alianza tácita entre Sánchez y Abascal se traducirá en una pinza contra Feijóo de un podemizado PSOE y Voxemos -ese “Podemos de derechas” que el presidente del Sabadell, José Oliú, asignó en primera instancia al extinto Cs– que funcionará como un matrimonio sin papeles. Una coalición de colisión que, en su aparente paradoja, destinará sus puñetazos a Feijóo en la refriega amañada de Sánchez con Abascal. Fingir una colisión para encubrir una colusión ya lo hizo Rajoy con Iglesias en 2016. El PP ganó holgadamente y Podemos cosechó 71 escaños. Un saldo así sería fabuloso para Sánchez con Abascal reservándose las propinas.
En suma, entre llevar a Feijóo a la Moncloa o que prosiga Sánchez, Abascal torna su pulgar para frustrar un triunfo del PP y sumergirlo en una crisis que permita a Voxemos, compañero de viaje del sanchismo, meter cabeza por el butrón. Demasiado tal vez para Abascal que, por si acaso, se labra un bonito patrimonio y un no menor plan de pensiones con un patriotismo tan bien entendido que empieza por él mismo. Hay que convenir que este mundo subestima la estupidez.
El improbable retroceso del PNV
Sentada esta premisa, conviene subrayar lo acertado de los pactos del PP y Vox, así como los beneficios que ha granjeando para los territorios administrados bajo esa fórmula de interés mutuo que hogaño desecha Abascal. A este respecto, supondría un grave yerro que esa pregonada sensación de alivio que transmiten ahora dirigentes del PP, cual perro al que le quitan pulgas, lleve a Feijóo a deducir que todo el monte es orégano, esto es, que el PSOE va a dejar de anatemizarlo o que el PNV va a retroceder al momento previo a la moción de censura de Sánchez contra Rajoy, o a desentender cómo la emigración puede desencadenar un movimiento telúrico en el electorado azuzado por demagogos que, como los pescadores de anguilas, obtienen su buena pesca removiendo el cieno. Y, por eso, frente a un Abascal que puede perder un partido por un caballo, Feijóo debiera tener en cuenta que, como Chesterton pone en boca de Gabriel Syme, “el hombre que fue Jueves”, “la aventura puede ser loca, pero el aventurero ha de ser cuerdo”.