Jon Juaristi-ABC

  • Las manipulaciones políticas del calendario ilustran lo paradójico de las memorias impuestas

Pues ajo y agua, lehendakari. Resulta que, si no existe España, Euskadi tampoco funciona. Como diría una amiga mía de cerca de su pueblo, lingüista ella pero no abertzale, ha sido usted víctima de estupro consumado por parte del sanchismo. O sea, de «es tu pro…blema, nene». No existe España y sálvese quien pueda. Ustedes se lo buscaron, no me dan ninguna pena. Como no me afligen tampoco los casos de las ministras destituidas ni de los de los Redondos y Ábalos echados a los leones. Ni, sinceramente, el de la impotente oposición que ahora saca pecho. Ridículo. Todos, repito, todos los diputados de uno y otro sexo y del género que les dé la gana, que no por eso

dejará de ser un género degenerado y estúpido en general, todos traicionaron a la nación cuando aprobaron el encierro de los que decían representar. O sea, cuando convirtieron a España, o a lo que quedara de ella después de su extinción, en una cárcel. Sólo lo siento, retrospectivamente, por don José Jiménez Lozano, que murió el 9 de marzo de 2020, un día después de la orgía de contagios montada por la izquierda con el pretexto de la lucha mundial de las mujeres. Por lo menos murió libre, como siempre había vivido, pensado y escrito. Le faltaron sesenta y cinco días para cumplir los noventa y se libró por cinco del estado de excepción y del encierro ilegal decretados por el Gobierno socialcomunista con la aprobación de todos los partidos, de los golpistas y de los de la oposición. Y por descontado, de los dos partidos abertzales.

Pero, al contrario que don José Jiménez Lozano, nunca consideré el 25 de julio como fiesta nacional, pese a su denominación oficial, y menos aún como requisito indispensable para la existencia de España. Fue un decreto del Ministerio de Gobernación, de otro 9 de marzo, el de 1940, lo que elevó a tal condición la festividad religiosa de Santiago (al tiempo que devaluaba la festividad ‘patriótica’ del 2 de mayo, confinándola en Madrid). En Bilbao, mi ciudad natal, la de Santiago era la fiesta patronal de la Villa. Su promoción a fiesta nacional se cargó la celebración local y, de paso, la fiesta patriótica bilbaína del 2 de mayo, que conmemoraba no sólo el levantamiento contra Napoleón, sino el fin del sitio y bombardeo carlista de 1874, desapareció del calendario. Así, con el pretexto de enaltecer el carácter católico de la ‘Cruzada’ y de resarcir al carlismo de sus derrotas decimonónicas, los vencedores de la guerra civil destrozaron la identidad española, jacobea y liberal de Bilbao y entregaron el destino de la ciudad al nacionalismo vasco. Todo un éxito a medio plazo.