- Los amantes de la memoria histérica ya desprecian hasta su supuesto legado, pisoteado para fabricar un bulo
El Gobierno difundió un bulo publicado previamente por Infolibre, el periódico de Jesús Maraña, según el cual Feijóo había beneficiado a su mujer concediendo subvenciones públicas de la Xunta de Galicia a la empresa en la que trabajaba, la célebre Sargadelos.
El consuelo que buscaba Sánchez con la noticia, que nunca debió publicarse si al periódico en cuestión le impulsara más el deseo de contar verdades que el de ayudar al presidente, es sorprendente: poder decir, en el mejor de los casos, que la mujer de su rival era como la suya.
Es decir, nunca ha tratado Sánchez de explicar o justificar por qué su esposa ha desarrollado una carrera profesional a partir de su llegada a la Presidencia, ni por qué aparece relacionada con rescates millonarios impulsados por él mismo ni, incluso, cuál es la naturaleza exacta de su papel como experta en captación de fondos, ya de entrada estéticamente incompatible con su condición de pareja de un presidente.
El líder socialista no ha considerado oportuno dar una sola explicación a nada de ello, incluso para defenderlo, y se ha limitado a buscar un empate con su rival, como si los eventuales comportamientos de un tercero hicieran mejores los propios.
Lo ha hecho además con una mentira, aireada con matonismo por la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Hacienda, entre asentimientos del propio Sánchez y una amenaza a Feijóo, repetida hasta en cinco ocasiones: «Y más cosas. Y más cosas».
Si la renuncia a aclarar las tribulaciones de Begoña Gómez y su apuesta por esparcir el hedor convierten a Sánchez en un político indecente, el recurso al chantaje público le transforman, además, en un mafioso: su obligación, en el caso de que supiera algo fraudulento de un rival, es denunciar los hechos en la instancia oportuna, y no guardárselos con el único objeto de utilizarlos con fines extorsionadores.
Sánchez se ha comportado una vez más, en fin, como el triste capo de una Mafia que solo busca proteger sus intereses, salvar sus negocios y sobrevivir a las vicisitudes de sus comportamientos criminales; en la enésima demostración de que valores inherentes al cargo como la ejemplaridad, la decencia y el respeto a las reglas del juego son para él mera bisutería retórica de quita y pon en función de las circunstancias.
A todo lo que este ejercicio de sinvergonzonería supone le añade, además, una doble crueldad: el miserable uso de nombres y marcas inocentes, sometidas a un escarnio público amplificado por quienes han transformado el periodismo en una especie de sicariato similar al de Tezanos en el CIS, Ortiz en la Fiscalía General del Estado o Conde Pumpido en el Tribunal Constitucional.
Una de esas víctimas colaterales es Eva Cárdenas, la discreta mujer de Feijóo, presentada por Sánchez como una tragaldabas que medró e hizo medrar a su empresa gracias a los favores concedidos por su marido con dinero público.
La realidad es que se trata de una brillante directiva que, a diferencia de tantas otras criaturas de la política y sus entornos, ha perdido calidad de vida, anonimato, beneficios económicos y seguramente paz por acompañar en su aventura a su pareja.
Ella tenía el ajuar hecho en Inditex y Sargadelos cuando dio el salto a Madrid, y solo un imbécil, una mala persona y un mentiroso puede transformar una carrera fulgurante en un caso de nepotismo hiriente.
Pero aún es peor la ligereza desplegada contra Sargadelos, una empresa emblemática de Galicia con un origen que los amantes de la memoria histórica, tan a menudo histérica, debían conocer y proteger con mimo.
Porque su fundador, Isaac Díaz Pardo, es hijo de las convulsiones políticas de la España guerracivilista: su padre, Camilo Díaz Valiño, fue fusilado en aquellos tiempos de checas y cunetas, de paseos al alba, de infames ajustes de cuentas al calor de una locura fratricida que aún hoy debe alertarnos y conmovernos.
Darle a Almudena Grandes el honor de rebautizar la estación de Atocha y, a la vez, pisotear la memoria de Sargadelos para tapar las aparatosas andanzas de Begoña Gómez también ayuda a entender la catadura de Sánchez y de sus pretorianos.
Para él nada importa, salvo poner a resguardo sus posaderas, ensuciadas a fuer de malvivir en una letrina que se ha construido con sus propias manos.