Javier Zarzalejos, EL CORREO, 26/5/12
No deja de ser ilustrativo que la hipótesis de que en un futuro no muy lejano los socialistas puedan convertirse en socios de la izquierda abertzale sea ya un lugar común de los análisis políticos en el País Vasco
Fue el presidente del Partido Popular del País Vasco quien explicó que en el pacto con los socialistas que llevó a Patxi López a Ajuria-enea no había amor sino sólo sexo. En este punto, no puedo estar más en desacuerdo con mi amigo, Antonio Basagoiti. Es más, si de algo ha adolecido este acuerdo es de amor, de amor platónico en el que se proyectaba un empeño largamente buscado de normalidad democrática en la alternancia, de expresión de la pluralidad de la sociedad vasca, de fortalecimiento de las reglas del juego para impedir la rentabilización política del terror.
Ese amor platónico proyectado en el pacto es el que explica la generosidad ofrecida por el PP como clave para la pervivencia del acuerdo, a pesar de la frialdad, cuando no el desdén, con el que el PSE no ha perdido la ocasión de marcar distancias con quienes han hecho posible que ocuparan el Gobierno. De hecho, cuando los socialistas se veían en la obligación de defender mínimamente su acuerdo, tenían que recurrir a explicar que el PP vasco era muy distinto al resto del PP, mucho más moderado y sensato que sus compañeros genéricamente «de Madrid». Eso, si no convenía hablar de las «caries del franquismo» que algún conspicuo portavoz socialista decía ver en el PP cuando este partido abría la boca para hablar.
Se comprende bien que es el amor con su capacidad cegadora el que ha mantenido con vida un acuerdo cada día más asimétrico en el reparto de deberes, al que la trayectoria socialista privaba de sentido estratégico y alejaba de sus compromisos y expectativas.
Quienes han gobernado sin traba por parte de su socio, el PP, no pueden pedir equitativas distribuciones de responsabilidades. Para el Partido Popular el pacto era la opción deseable. Para los socialistas – en su mayoría– parecía simplemente inevitable, si bien la incomodidad que les producía quedó ampliamente compensada por el poder que les ha reportado. El PSE ha actuado siempre como si ese axioma que afirma que sólo un acuerdo con el PP podía permitir un lehendakari socialista fuera un detalle menor.
Es posible que toda la realización del pacto se haya resentido de una contradicción inicial. Patxi López, que fue aupado a la dirección del socialismo vasco para archivar la apuesta por la alternativa constitucionalista de su predecesor, ahora la presidía. Quien tenía el encargo de recuperar los tiempos de la transversalidad con el PNV, se encontraba con la oportunidad de desplazarlo.
López ha representado el papel pero no se ha creído nunca el guión. Se ha beneficiado de expectativas de auténtica normalización política que ha defraudado. En vez de proponer una verdadera alternativa al paradigma nacionalista, al optar por administrarlo, lo ha reforzado. Cuesta creer hasta qué punto López ha medido sus declaraciones e iniciativas para no desentonar de los movimientos de la izquierda abertzale en su camino hasta donde hoy se encuentra sin exigencia política de condena a ETA. No sólo la persistente posición del lehendakari a favor de la legalización de Bildu, sino su presión sobre el Gobierno de Rajoy para conseguir ese «giro» a la política penitenciaria que reclama, la reelaboración de los conceptos de víctima y de responsabilidad para dar entrada en este escenario a «otras» víctimas y señalar «otras» responsabilidades, o la definición de una agenda de negociación política en forma de ponencia parlamentaria que se vincula directamente al anuncio de ETA, han hecho del pacto una relación chirriante hasta su final. No deja de ser ilustrativo que la hipótesis de que en un futuro no muy lejano los socialistas puedan convertirse en socios de la izquierda abertzale sea ya un lugar común de los análisis políticos en el País Vasco. Si así fuera, López habría cumplido con creces las misión para la que llegó a la dirección de los socialistas vascos. Con retraso de algunos años pero con creces.
Cuando nos aproximamos a unas elecciones autonómicas con espectáculo, merece alguna reflexión –y alguna explicación– el que después de una legislatura en la que el Partido Socialista ha gobernado sin preocupación alguna sobre la estabilidad que le proporcionaba el PP, la incertidumbre principal radique en qué versión del nacionalismo será la primera fuerza y cuál la segunda en el futuro Parlamento vasco. Los socialistas deben saber a estas alturas que ese terreno que han querido disputar a Bildu y compañía lo tienen perdido. Les queda esperar que se confirme el desgaste que prevén en el Gobierno del PP y restablecer sus credenciales de izquierda abanderando la oposición a las medidas de ajuste presupuestario. En definitiva, la vuelta a un juego de mero tacticismo que buscará eludir la respuesta a algunas preguntas que legítimamente podrían hacerse.
Que un Gobierno que plasmaba la alternativa al nacionalismo dé paso a un mapa parlamentario como el que se anticipa es todo un estímulo para la curiosidad. Como resulta difícil explicar en la perspectiva del acuerdo que después de demostrarse que ha sido la fortaleza del Estado de derecho lo que ha llevado a ETA desistir del terror, quienes deberían mantener ese impulso desde las instituciones de la comunidad autónoma orillen la derrota de la banda, ofrezcan espacios para que se perpetúe el relato legitimador del conflicto histórico y contribuyan a convertir en hacedores de la paz a los beneficiarios del terror.
Habrá habido sexo, pero en el pacto sobre todo ha habido un persistente, dedicado, necesario, paciente y generoso amor. El PP, socio cumplidor y leal, no debería negarlo.
Javier Zarzalejos, EL CORREO, 26/5/12