EL MUNDO 11/06/13
LUIS MARÍA ANSÓN
Alfonso Osorio ha explicado sin tapujos quién fue el autor de la idea que ha contribuido a devastar la economía española. Debatían la Constitución, tras las elecciones de junio de 1977, un grupo de políticos sagaces. Resolvían aquellos debates, tomando una copa o cenando, Fernando Abril y Alfonso Guerra, entre el sentido de Estado y el chalaneo gitano. Preocupaba a Adolfo Suárez la presión de los nacionalistas vascos y catalanes. Era el gran problema que había que resolver. Apareció entonces un andaluz ingenioso que propugnaba extender a todas las regiones de España la ambición de la catalana y de las provincias vascongadas. Se llamaba Manuel Clavero Arévalo y a él se le ocurrió la idea infeliz –«café para todos»– que causó sensación en Adolfo Suárez. Al presidente y líder de UCD le pareció la panacea que resolvería de golpe una cuestión azuzada por los siglos. Y así se levantó la aurora de los 17 Estados de pitiminí que han desangrado económicamente a España, sometiéndola además a un zarandeo político, en el límite ya de la fractura de la unidad nacional. Hay errores históricos que apenas se advierten cuando se cometen pero que, con el tiempo, pasan inexorablemente factura.
Un profesor universitario propuso por escrito a Fernando Abril y a Adolfo Suárez una fórmula distinta a la de Clavero Arévalo: José Varela Ortega, nieto, por cierto, de la primera inteligencia del siglo XX español, el filósofo que debatió con Azaña en el Congreso de los Diputados el texto del Estatuto catalán y advirtió al dirigente republicano sobre la voracidad insaciable de los partidos nacionalistas periféricos. El profesor Varela consideraba que la solución para los tirones de vascos y catalanes era reconocer la legitimidad de los Estatutos aprobados en la II República, dejando las demás regiones como estaban. Nadie discutiría que se trataba de una solución democrática en un momento –estamos en 1977– en que el mundo internacional miraba con escepticismo la transición de la dictadura de Franco a un sistema de libertades. A Fernando Abril y a Adolfo Suárez el escrito del profesor Varela les entró por un oído y les salió por otro sin rozar el cerebro privilegiado de ambos líderes de UCD. Y ocurrió lo que era fácil de prever. Treinta años después, el café para todos se ha acabado y la fórmula autonómica, tal y como fue concebida, está agotada.
Se requiere ahora, si no queremos fragilizar aún más la unidad de España, una reforma constitucional en la que participen las nuevas generaciones con sus líderes políticos, económicos, sociales, sindicales, religiosos, universitarios, culturales e intelectuales. Y parece claro que será necesario replantear el sistema autonómico. Personalmente, no me parece conveniente la supresión radical del Estado de las Autonomías, que lleva tres décadas funcionando. Lo adecuado sería reformarlo, regenerarlo, controlarlo. Y hacerlo asimétrico, con reconocimiento de la significación que tienen algunas regiones en la Historia de España. Pedro J. Ramírez lo ha resumido en una frase certera: «Hay que desandar, siquiera parcialmente, el camino del café para todos».
Por razones prácticas, el texto de la reforma constitucional, con el acuerdo imprescindible entre el PP y el PSOE y si es posible de las demás agrupaciones políticas, debe estar concluido cuatro o cinco meses antes de la fecha de las próximas elecciones generales para cumplir con mayor comodidad lo que exige el artículo 168 de nuestra Carta Magna.
Retrasar la reforma constitucional a la próxima legislatura, como sostienen algunos de los aduladores que inciensan a Rajoy, sería una tórpida decisión porque el régimen está agotado y el tiempo se acaba. Al 70% de las generaciones jóvenes, la Transición solo les provoca indiferencia. El 30% está indignado y el 100%, asqueado. Queda ya muy poco tiempo para hacer la reforma constitucional desde dentro del sistema. Si se demora la decisión, nos la harán desde fuera.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.