Ignacio Camacho-ABC
- El éxito de la cumbre no va a frenar el declive de Sánchez si su ego lo interpreta sólo como una operación de imagen
La cumbre de la OTAN ha sido un éxito incontestable. España ha lucido eficacia y capacidad de organización ante los líderes mundiales, ha utilizado los actos protocolarios para desplegar su patrimonio cultural más brillante y ha cumplido el papel que le corresponde a la hora de asumir obligaciones militares. El Rey se ha implicado con un liderazgo institucional muy bien valorado por los visitantes y el Gobierno ha sabido por una vez mostrarse a la altura de sus responsabilidades aunque fuera a base de esconder a unos socios literalmente impresentables. Sánchez ha disfrutado al codear su ego con los grandes mandatarios y sintiéndose al fin importante; incluso se ha resarcido con creces de aquel ridículo pasillero al que le sometió hace un año Biden. Tiene derecho a rentabilizar el acierto y utilizarlo como maquillaje para su muy deteriorada imagen. Pero se equivoca si cree que le va a servir como paliativo del desgaste. Esta clase de acontecimientos tiene un efecto de corto alcance en la actual política de espasmos volátiles y desde mañana le toca volver a enfrentarse a problemas internos de carácter muy desagradable. Empezando por su propio Gabinete, fracturado por la oposición de una parte a los compromisos contraídos con los aliados occidentales, y continuando por la escalada de precios que encabeza el ranking de preocupaciones populares. Se acabó la semana de baño y masaje.
Es probable que el aterrizaje presidencial en la realidad traiga cambios en el Ejecutivo o en la dirección del partido. Sin embargo, el fracaso de la remodelación de 2021 debería haberle persuadido de que el declive no se frena con retoques del equipo. Lo que ha hundido la reputación del sanchismo, y las elecciones andaluzas constituyen al respecto un aviso nítido, son por una parte los engaños continuos y por otra los pactos con los independentistas y Bildu, las fuerzas más antipáticas de todo el espectro político. A eso se suma el malestar inflacionario y una crisis energética susceptible de derivar en recesión si el conflicto de Ucrania se alarga más allá del verano. Por el momento la respuesta gubernamental no pasa de acelerar leyes ideológicas sin conexión con las dificultades de la mayoría de los ciudadanos, una reacción reveladora del marasmo mental en que anda sumido el núcleo dirigente del Estado. Hay un bloqueo general en La Moncloa, cuyo ejército de altos cargos no tiene otra obsesión que la de asegurar el bloque de respaldo parlamentario para estirar de cualquier manera el mandato. Y esa alianza de incapaces y extremistas es justamente la que provoca el colapso. Si Sánchez no sabe leer el mensaje de su logro atlántico, que es el de la necesidad de un giro radicalmente moderado –valga el oxímoron–, va directo al descalabro. Lo cual tampoco sería en absoluto dramático, más bien lo contrario, si no arrastrase también al país en su cuesta abajo.