Aquí no hay ningún proceso de paz, sino una nueva puja por la «construcción nacional», ahora en forma de «proceso democrático» tal y como ETA lo ha definido para legitimar su trayectoria. Se acabó el oasis de la normalidad vasca en medio de la bronca política nacional. El sórdido pasado vuelve a la sociedad vasca, aunque algunos se empeñen en disfrazarlo de futuro.
Que Patxi López sea considerado el dirigente territorial más fuerte del PSOE da idea de cómo se encuentra este partido después de las elecciones del pasado domingo. Ese congreso que López ha propugnado como alternativa a las primarias bien podría pensárselo para su partido aquí. Porque, como si se tratara del juego de sillas, la música se ha parado y los socialistas vascos se han quedado sin asiento y deambulan para encontrar un acomodo que no les deje en el rincón. Bildu prima en Guipúzcoa, entregada a la grotesca idealización como «apuesta por la paz» que han hecho de esta coalición los que ahora se inquietan. El PNV se confirma en Vizcaya con resultados globalmente discretos aunque sobresalga la concluyente victoria de Azkuna en Bilbao. El Partido Popular se confirma como un valioso factor de estabilización destacando en Álava con un claro liderazgo en Vitoria. ¿Y el PSE? Pues el PSE en pleno eclipse, sin territorio firme en el que anclarse y sin capacidad de proyección transversal en la comunidad autónoma; un partido en la difícil digestión de sus errores -Zapatero no lo explica todo- que transmite la realidad de su desconcierto ante un fracaso electoral y político cuyas consecuencias todavía solo se adivinan.
Con el panorama salido de las elecciones hablar de geometrías variables es un piadoso eufemismo. El escenario electoral resultante es el de una seria crisis política e institucional que solo puede encontrar factores de agravamiento en la agonía de una legislatura a la que Zapatero se niega a poner fin, ignorando el colapso de su gobierno y su partido. Da la impresión – simple coincidencia, según la apreciación del Tribunal Constitucional- de que la única hoja de ruta que se está cumpliendo es la estrategia de acumulación de fuerzas soberanistas que ETA encargó a su brazo político mediante la satelización de sus actuales socios ahora reunidos todos en Bildu. La única respuesta a esta estrategia, desde la lógica democrática y la coherencia, ha sido la iniciativa del PP llamando a PSE y PNV a cerrar acuerdos en las instituciones como alternativa a los gobiernos de Bildu. Pero parece que el juego de estos partidos es otro, es decir, el de siempre, entre el recobrado estrellato de Egibar y las apelaciones de los socialistas al lehendakari pidiéndole un «giro radical» en la política de pacificación. Ambos, socialistas y jelkides, han constituido a Bildu en el nuevo eje de la política vasca y aceptan girar en torno a él. Habrá que preguntarse -otra vez la pregunta de marras- cómo hemos llegado a esto. Habrá que esclarecer cómo es posible que el gobierno de la alternativa al nacionalismo, apoyado sin trabas por el PP, haya protagonizado tal concienzudo suicidio, dejando que una izquierda abertzale inexplicablemente relegitimada marque la agenda política, con la subsistencia por sí misma amenazadora de ETA y la creciente presión sobre el espacio público que ejercerá un envalentonado entorno abertzale en trance de recomposición.
Los que siempre se han equivocado siguen en racha. Se empeñaron en no dejar que la realidad les desmintiera y han conseguido que se vuelva a la situación en la que encuentren audiencia para sus recetas arbitristas de negociación, procesos multipartitos y apuestas diversas por la paz.
El retrato que ofrece el País Vasco vuelve a destacar su pluralidad interna y esta, a su vez, ha demostrado ser una garantía eficaz frente a las pretensiones de hegemonía nacionalista como bien se puso a prueba por el pacto de Estella. No es casual que lo primero que haya hecho Bildu, más allá de reclamar su primacía en Guipúzcoa y San Sebastián, haya sido ofrecer gratis sus votos al PNV para que el PP no gobierne en Álava. Fuera de la comunidad autónoma, hará lo imposible para que el PSN entre en ese Tinell abertzale que se propone tejer.
En este deseado retorno a Lizarra, el PNV vuelve a su encrucijada ante la amenaza real que Bildu supone para su posición: intentar cabalgar al tigre o definir un terreno de juego propio que ponga de manifiesto que su diferencia respecto a la izquierda abertzale no radica solo en los medios sino en el proyecto político por independentista que sea. Ni que decir tiene que las apuestas por esta segunda opción se pagan muy baratas. Pero eso no le evita al PNV la papeleta que tiene por delante en esa contradicción estructural en la que vive su relación con la izquierda abertzale.
Algunos que han venido proclamando sus triunfales augurios de paz, los mismos que han avalado la sinceridad de la supuesta conversión a la democracia del entramado político de ETA, empiezan a temerse que las cosas tampoco esta vez se van a ajustar a sus profecías. Quieren convencerse y convencernos de que el espectacular resultado de Bildu es en realidad una bendición porque asienta a ese mundo en el camino de la paz. Por si no estuviera claro a estas alturas, pronto nos disiparán cualquier duda. Aquí no hay ningún proceso de paz por parte de la izquierda abertzale y ETA sino una nueva puja por la «construcción nacional», ahora en forma de «proceso democrático» tal y como la banda terrorista lo ha definido con la finalidad de legitimar su trayectoria criminal y rentabilizarla en una negociación para acabar con el marco jurídico-político democrático. Se acabó el oasis en el que la normalidad vasca salía ganando por comparación con la bronca política nacional. El sórdido pasado vuelve a la sociedad vasca, por más que ahora algunos se empeñen en disfrazarlo de futuro.
Javier Zarzalejos, EL CORREO, 28/5/2011